Cuando emprendas el viaje a Jerusalén

encontraras en el viejo templo sólo un muro, 

el Santo Sepulcro, una insignificante iglesia,

lo verdaderamente único:

las identidades arraigadas a las piedras,

los diversos atavíos que distinguen a peregrinos y creyentes,

las melodías de sus cantos,

los múltiples idiomas, 

los dioses que a la vez son muchos y uno solo.

Las Sagradas Escrituras petrificadas en los muros,

los encuentros de la ficción bíblica y la historia,

el intenso aroma a especies del mercado árabe,

el enclaustrado olor del barrio de los judíos ortodoxos,

las indiferentes emanaciones de algunos  jóvenes ateos,

o la sofisticada fragancia del turista.

La ciudad vieja

y la ciudad nueva 

Los eternos conflictos.

y las promesas diluidas de paz. 

El color dorado

de muros y montañas, 

las tonalidades de los amaneceres

y las deslumbrantes despedidas del sol por la tarde.

Del muro sagrado: una pared más. 

El Santo Sepulcro: otra tumba. 

Si eres cristiano o judío, no te empeñes en llegar 

a los falsos destinos, 

no nubles tu mirada tratando de alcanzarlos.

El verdadero santuario está en el viaje.

Habitar Jerusalén, la Indestructible.

Camínala, explórala, descúbrela.

Quizá así comprendas 

por qué tantas civilizaciones han querido poseerla

El trayecto que hiciste para llegar allí, 

la verdadera conquista.