Enlace Judío – Escribo este texto con todo el dolor de mi corazón. Estos últimos días han sido densos y desesperanzadores. Las imágenes que han salido desde Jerusalén y desde Gaza son tan desalentadoras como nunca. Como alguien al que le ha importado el bienestar de Israel durante toda su vida, es desolador ver lo que está sucediendo. 

De igual forma, es triste darse cuenta de las dimensiones de la tragedia, más allá de los argumentos políticos. Las narrativas, tanto del lado pro-israelí como del propalestino son parecidas en su composición: “el otro lado nos está atacando, nosotros sólo estamos respondiendo y los medios de comunicación nos echan la culpa”.

Parece que en este conflicto estamos atrapados en dos prisiones de pensamiento. Dependiendo de nuestras preconcepciones, encontraremos justificaciones para la violencia de “nuestro lado”, demonizando al otro en el proceso.

Nuestras prisiones están gobernadas por el miedo. En la mayoría de las ocasiones, ese miedo produce argumentos legítimos.

Es imposible argumentar contra el discurso pro-israelí que dice que no se puede quedar con los brazos cruzados ante los ataques de misiles provenientes del Hamás. Y es que sí, desde la creación del Estado de Israel han habido grupos terroristas que obran con la desaparición de Israel en mente.

Esos grupos, dentro de los cuáles está incluido Hamás, han llevado a cabo actos inhumanamente crueles: bombas-suicidas en camiones escolares, atropellamientos a propósito o misiles enviados a casas de ciudadanos inocentes son solo algunas maneras en las que han asesinado civiles. ¿Con qué cara se les puede decir a los israelíes que no tienen derecho a defenderse, que no tengan miedo? Su trauma es demasiado grande. 

Conversamente, tampoco se le puede discutir a los grupos propalestinos que explican que los misiles son una respuesta a más de medio siglo de ocupación israelí. Es importante recordar que bajo el régimen de la ocupación, con frecuencia el gobierno de Israel le ha cortado a los palestinos servicios básicos como el agua, la electricidad o las medicinas.

También vale la pena mencionar que las incursiones del Ejército israelí en Gaza o Cisjordania son habituales y que con frecuencia se acaba ejerciendo violencia contra palestinos inocentes. La brutalidad policiaca y los bombardeos son parte del panorama diario. ¿Cómo se les puede decir que no luchen por su autodeterminación, por su libertad? Su frustración es enorme. 

En estas prisiones de pensamiento, los espacios para la compasión son cada vez más escasos. Cuando el miedo gobierna, la empatía desaparece. Las paredes de nuestras prisiones se fortalecen. Cada vez es más difícil escapar de ellas. Dejamos de ver seres humanos y comenzamos a ver abstracciones políticas. La distancia que percibimos entre nuestra humanidad y la del otro lado es cada vez más lejana.

Ignorando nuestra humanidad compartida, nos desentendemos de las imperfecciones inherentes a nuestra naturaleza. Como se dio cuenta el escritor israelí David Grossman, el cuento corto de Franz Kafka, Una pequeña fábula, es muy útil para trazar una analogía: “El mundo se hace cada día más chico”, dijo el ratón cuando se acercaba a la trampa y el gato estaba a punto de comérselo.

En el contexto de Israel y Palestina, mientras más fuerte es el miedo y menor es la empatía, menos estamos dispuestos a entender al otro. Nuestro mundo, cada vez más pequeño, se torna en una narrativa simplista: los buenos están de mi lado y los malos están del otro.

Los argumentos son simplistas y reduccionistas, pero lo suficientemente convincentes para ratificar nuestra posición. En la era de las redes sociales, es muy fácil caer en desinformación. El fenómeno conocido como cámaras de eco refiere a que grupos de individuos con ideas afines siguen en su mayoría a la gente que piensa como ellos. Al final del camino, vemos lo que queremos ver.

La desinformación se presenta en varias formas. Existen las narrativas incompletas, las noticias manipulativas y las interpretaciones parciales.

El hashtag #GazaUnderAttack que se popularizó en cámaras de eco propalestinas es un ejemplo de una narrativa incompleta. En Instagram, cuentas como We Are Not Numbers o IMEU publicaban fotos y videos de bombardeos en Gaza llevados a cabo por el Ejército israelí. Con leyendas como el mundo nos está ignorando”, apelaban a la empatía de sus seguidores.

Las imágenes de los bombardeos, los testimonios de civiles inocentes aterrados y las historias personales de aquellos que murieron son devastadoras. Sin embargo, en estas páginas no se puede encontrar ninguna publicación que note los símiles con lo que estaban viviendo las personas del otro lado de la frontera. Al igual que los palestinos en Gaza, los israelíes en Tel Aviv se fueron a dormir con miedo, sin saber lo que la noche aguardaría. Ante una lluvia torrencial de misiles mandados por Hamás, millones de israelíes temían por su vida.

En cambio, el hashtag #IsraelUnderAttack fue utilizado en círculos pro-israelíes para enseñar el ímpetu asesino de Hamás, que llenó los cielos israelíes de misiles que buscaban matar a quienes cayera. De la misma manera, publicaban videos conmovedores de ciudadanos temerosos, así como epitafios a los israelíes muertos. Al igual que la narrativa propalestina, las páginas de promoción proisraelí se quejaron del silencio del mundo e ignoraron la realidad del otro lado de la frontera, creando una narrativa incompleta.

De igual modo, existen las interpretaciones parciales. Para ilustrar a lo que me refiero, es conveniente tomar como ejemplo la escena del lunes pasado en el Muro de los Lamentos: un video que se viralizó en internet muestra a una masa de judíos bailando mientras se incendia un árbol en el patio de la mezquita de al Aqsa.

En círculos propalestinos, se descontextualizó la escena, pues hicieron parecer que los presentes se congregaron frente al Muro de los Lamentos para celebrar la quema de la mezquita. En realidad, ya se encontraban ahí previamente por el Día de Jerusalén.

Algunos proisraelíes utilizaron el acontecimiento para celebrar el contraste entre los dos pueblos. Su argumento iba así: mientras unos queman sus lugares sagrados, los otros festejan frente a los suyos. No obstante, los proisraelíes omiten una parte importante de lo que se muestra en el video: los cantos de los congregados, miembros de un grupo extremista, hacen referencia a una maldición sobre los palestinos, pidiendo su desaparición. 

A partir del suceso, se crearon dos narrativas incompletas: en el lado propalestino, erróneamente generalizaron a la población israelí a raíz de los cánticos unos cuantos. Del lado proisraelí, no se condenaron premisas explícitamente racistas.

Finalmente, las noticias manipuladas también son ordinarias en nuestras prisiones de pensamientos. El día de ayer me tocó ver dos de ellas que se propagaron rápidamente en sus respectivas cámaras de eco.

Por un lado, Hananya Naftali, quien divulga videos de apoyo proisraelí publicó un tuit que supuestamente mostraba palestinos que pretendían estar en un funeral, pero cuando la alarma suena se revela que era un montaje y que la persona dentro del ataúd resulta estar viva.

Naftali cataloga el video como “pallywood” y dice que los palestinos querían llamar la atención internacional inventando muertes. En realidad, el video no corresponde a Palestina ni a 2021, sino que es un chiste jordano que se burlaba de las maneras en las que uno podía escapar de la cuarentena obligatoria por el COVID-19.

Asimismo, en círculos propalestinos circuló el rumor de que israelíes estaban incendiando campos palestinos en Cisjordania. Las fotos de los campos incendiándose fueron compartidas miles de veces. Cuando se investigó la situación, resultó que había sido un incendio accidental causado por los palestinos locales. No obstante, el rumor de que los israelíes ocasionaron los incendios sigue corriendo libremente en internet.

Los anteriormente listados son solo algunos ejemplos de la facilidad con la que cualquier internauta puede caer en desinformación. Somos aún más susceptibles a estas los temas refieren a asuntos polarizantes como el conflicto palestino israelí. Al estar en nuestras prisiones de pensamientos, casados con nuestras narrativas, es difícil ver al otro lado. Es complicado admitir que tienen argumentos válidos, que sus miedos son justificados.

Humanizar al otro es la manera más simple de escapar de nuestras prisiones de pensamientos. Cuestionarnos y corroborar la información que nos llega. Investigar que opinan nuestros supuestos enemigos. Entender que los seres humanos somos complejos, que podemos ser buenos y malos a la vez. Saber que nuestro sufrimiento es compartido. 

No pretendo darle solución al conflicto palestino israelí, no tengo las credenciales para lograrlo. Ni siquiera lo entiendo en su totalidad, hay demasiadas capas y coyunturas, argumentos llenos de razón que se esconden en ambas narrativas.

Viendo más allá de las coyunturas políticas, el conflicto es uno de seres humanos a los que les tocó vivir en un lugar y en un tiempo específico. La tragedia es compartida en nuestra humanidad. Más allá de las justificaciones militares y las culpas, un hecho es innegable: las familias en ambas partes del conflicto que perdieron a un miembro como resultado de los ataques se verán marcadas con dolor por siempre.

Los muertos y los heridos son más que peones para nuestras narrativa. Cada uno de ellos representa un dolor trágico para aquellos que los conocieron. Aunque sea por un momento, salgamos de nuestras prisiones de pensamiento para reflexionar sobre las espantosas proporciones de un conflicto al que no se le ve un final. Por el bien de todos, esperemos un futuro en el que ya no seamos gobernados por el miedo y por el odio, sino por la paz.


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