Enlace Judío – Confieso que desde niño la figura y las aventuras de Sansón encendieron mis fantasías. No fui un caso singular. En verdad, no pocos en la historia y en mi ser se han conmovido al saber las circunstancias y los episodios que informaron su vida y le condujeron al cabo a un suicidio compartido. 

La pintura y la música —desde Miguel Ángel a van Dick y desde Händel a Saint-Saëns— multiplicaron los matices y las resonancias de su trayectoria. Y Hollywood no se queda atrás. 

La imaginación del escritor bíblico no se eximió de prolijas descripciones en torno a su sensual fuerza y a la alta pluralidad de sus sensuales actitudes. 

Ciertamente, en la mitología de asirios y griegos —en un Heracles, entre otros— cabe identificar algún cercano perfil. Pero las circunstancias y el contexto eslabonados en el Libro de los Jueces (cap. 13- 16) superan a presuntos símiles.  

Me inspira en particular el relato del escritor israelí David Grossman que lleva por título La miel de los leones. Mereció en justicia múltiples traducciones, incluyendo al español.  

Grossman anticipa sus comentarios sobre Sansón aludiendo a las páginas y versículos del Libro de los Jueces que describen su nacimiento, aventuras y muerte. 

Buscan revelar que su imaginación como escritor no olvidó la bíblica fuente. Y Grossman sumará a ella prolijos y bien enhebrados apuntes que penetran en el inconsciente y en los delirios de un personaje que psicológicamente apenas pudo trascender los altibajos de la adolescencia. 

Sensualidad sin ataduras 

En sus primeras páginas —y después de insertar las bíblicas páginas— el escritor israelí enhebra el tranquilo sueño de Sansón acariciado por las rodillas de Dalila después de un placentero intercambio sensual. 

Es el momento en que la mujer —conociendo por fin el secreto de su hombre— deshoja su cabellera y llama a los filisteos. Y poco después, los ojos y su fuerza se apagarán llevándolo a un humillante encierro. 

Jugando con paradojas, Grossman escribe que la forzada labor como prisionero representó al cabo una vivencia anhelada por Sansón. 

Dice: “…por primera vez en su vida él encontró el reposo… En las honduras de esta cruel traición —traición que sin dudas anticipaba— Sansón goza por fin de una equilibrada pausa. Un silencio que tranquilizó su agitada vida…” 

Origen y contexto 

Grossman se remonta en sus páginas al siglo XII antes de la era cristiana cuando “no había rey ni poder central en Israel”. Rodeados por cananeos, moabitas y filisteos, los hebreos eran a la sazón víctimas de vecinos arbitrarios. De vez en cuando brotaba un inesperado juez —y entre ellos una singular mujer como Débora— que les concedía alguna dosis de libertad. 

Y en este particular entorno —para precisar, en la tribu de Dan localizada en un rincón de Judea— vivía una pareja. Él es Manoaj —palabra que hoy denomina al que se va de este mundo— y ella carece de nombre. Como si por considerada estéril no lo mereciera. 

La aparición de un ángel —¿o de un varón mejor dotado?— penetra en la soledad de esta mujer y le anuncia el fin de su esterilidad: tendrá al cabo un hijo. Y de seguidas le dicta que nadie deberá tocar su cabello y promete que “él salvará a los judíos del yugo filisteo…” 

Tiempo después esta anónima mujer confiesa el hecho a su marido, y éste le responde con un silencio que admite no pocas interpretaciones: júbilo, satisfacción, enojo, melancolía, celos, frustración. El juicio final dependerá del lector y de su lectura. 

El niño nace y crece

Alguna instancia divina lo acompaña desde la primera luz. Y en contraste con el judío Jesús que llegará siglos más tarde, el joven Sansón cultiva la sensualidad y la cópula con mujeres filisteas. Expresión aprobada y elemental de sus instintos. Es más: sin convencionales inhibiciones relata sus aventuras a los padres. 

Un primer amor de Sansón les disgusta. Preguntan: “¿no hay entre las hijas de tu hermano y de tu pueblo una mujer desprovista de las raíces de los filisteos no circuncisos…?” Pero no merecen respuesta. 

Esta paternal actitud tal vez se antoja razonable en aquellos tiempos considerando la filosa opresión de que eran objeto los judíos bajo el dominio filisteo. 

Sin embargo, los padres resuelven acompañarle para formalizar su elección. En el camino, Sansón despedaza a un león para medir su fuerza. Y al cabo los tres —padres e hijo— llegan a Timna donde reside la mujer que Sansón había escogido.

El texto bíblico no señala su nombre. Por desiguales circunstancias y en el andar de los días, los nexos entre ellos se deshacen.

Ciertamente, en todo momento los filisteos le asedian; quieren saber el secreto de su fuerza y así deshacer desde el inicio cualquier insurrección de los judíos. No obstante, una y otra vez Sansón se divierte engañándolos. 

Con frecuencia da libre curso a sus fantásticas energías. Animales, campos cultivados, prostitutas sin nombre: las víctimas y objetos de su energía caprichosa y singular. 

Hasta toparse con Dalila. No será ella cualquier mujer: tiene nombre. 

Tal vez Dalila en verdad se enamoró de Sansón. Pero la recompensa prometida por los filisteos —1100 monedas de plata— le será inesquivable. 

En la íntima cópula, una y otra vez Dalila reclamó saber el secreto de su fuerza, y cuando ella creía que lo había logrado llamaba a los filisteos. Sin embargo, una y otra vez conoció el disgusto y el engaño. 

Abrumado por su porfía, Sansón desnuda al fin su secreto después de un vigoroso coito que le obsequia el plácido sueño. 

Entonces Dalila le arranca el cabello, llama a los filisteos, le atan sus brazos, y, por fin, Sansón despierta sin fuerzas. Ciego y encadenado se lo llevan a Gaza. 

Así pasan sus días aturdido y cabizbajo, arrastrando las ruedas de un molino. Reflexiones sobre hechos pasados y las ausencias en su vida le abruman. Tal vez —piensa— Dalila le habría al cabo favorecido al deshacer el secreto y desnudar sus debilidades. Ahora es un ser humano más.

El tiempo corre. Y acontece que para adornar un espléndido encuentro los filisteos resuelven exhibirlo en una amplia sala en el templo de Dagón para festejar y reír con su debilidad y ceguera. 

En este bullicioso marco —animado más por la ira que por la fuerza— Sansón le pide a un niño acercarlo a los pilares de la mansión. Osa entonces solicitar a Jehová la fuerza para derribarlos. Y entonces, todo tiembla y cae ruidosamente el silencio y la muerte de todos. 

Grossman comenta “…en su último hálito… Sansón enhebró palabras filosas y finales…” Habría así musitado: “se apaga mi alma, solitaria, sin nadie cerca, entre extraños que intentaron traicionarme…Mueran ellos conmigo…”

Rescatado su cuerpo, Sansón fue enterrado al lado de su padre en las cercanías de Jerusalén. 

Y aún vive de múltiples formas. No sin razones Israel denominó a su presunta capacidad nuclear “la opción de Sansón”.

 


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