Enlace Judío – Con la integración de una coalición de gobierno que alternará a Naftali Bennett y Yair Lapid en el cargo de primer ministro, la era Netanyahu parece haber llegado a su fin.

 

Pero no estemos tan seguros de eso. La coalición tendrá muchos retos que sortear y eso hace que Netanyahu siga más vivo de lo que muchos de sus oponentes quisieran. Sin embargo, sí es probable que algo esté llegando a su fin en la sociedad israelí. Si se le saca provecho, podría ser muy bueno para todos.

Listo. Por fin se logró. Después de 2 años y 3 intentos previos infructuosos, por fin hay una coalición de gobierno integrada por la oposición, y con ello Benjamín Netanyahu quedará fuera del cargo de primer ministro, después de ocuparlo durante 12 años consecutivos.

El nuevo primer ministro será Naftali Bennett durante los próximos 2 años, y luego Yair Lapid para los siguientes 2 años.

Si es que sobrevive la coalición.

Pero empecemos por los datos bizarros: esta es la primera ocasión en la que un líder de un partido religioso (Bennett, al frente de Yamina), será primer ministro. Más raro todavía, que lo será el líder de un partido que apenas ganó 7 de un total de 120 escaños. Yair Lapid, con Yesh Atid, obtuvo 17; Kajol Laván, de Benny Gantz, 8; y Avodá e Yisrael Beiteinu, 7 al igual que Yamina.

Milagros que solo pueden ocurrir en el sistema electoral israelí.

Ahora vayamos con los retos de esta coalición, que no son sencillos.

En principio, se han evitado unas quintas elecciones (en apenas 2 años), pero eso no me parece que vaya a durar mucho. El gran problema que tiene esta coalición es que integra a grupos demasiado disímiles.

En el ala izquierda están Meretz (6) y Avodá (7); en el ala derecha, Yaminá (7), Yisrael Beiteinu (7) y Tikvá Jadashá (6); en el centro, Yesh Atid (17) y Kajol Laván (8); y como extra para poder alcanzar los 61 escaños para ser mayoría, Ra’am (4), un partido árabe musulmán.

El objetivo de integrar una coalición que tenga, por lo menos, 61 escaños, es que estos puedan votar en conjunto para que las propuestas de gobierno se puedan aprobar e implementar.

La pregunta es: ¿Hasta qué punto Bennett podrá lograr que partidos tan disímiles voten en conjunto? ¿Realmente espera que proyectos de ley impulsados por él mismo, un judío religioso y de extrema derecha (que hace ver a Netanyahu como un moderado), sean automáticamente aprobados por Meretz, de extrema izquierda, o Ra’am, religioso musulmán? ¿Qué va a pasar cuando Meretz y Avodá quieran promover una agenda de izquierda? ¿Avigdor Liberman, de Yisrael Beiteinu, estará dispuesto a apoyar? ¿La propia gente de Bennett, de extrema derecha, lo hará sin poner objeciones?

En realidad basta con que uno solo de los partidos de la coalición no esté de acuerdo para que el nuevo gobierno israelí entre en crisis. De hecho, basta con que sólo 2 miembros de la Knéset, de cualquier partido, no estén de acuerdo para que se llegue otra vez a la inmovilidad legislativa total.

Y es que aquí nos topamos con el principal problema de esta coalición que a ratos pareciera un Frankenstein de la política: es una coalición que se hizo para derrotar a una persona (Netanyahu), no para impulsar un proyecto de gobierno.

Por supuesto que lo más maravilloso sería que, durante los siguientes 4 años, estos partidos que en este momento asemejan una ensalada aprendieran a hacer política de altos vuelos, negociaran con cuidado sus propuestas y objeciones, y tomaran decisiones en las que todos los israelíes (de derecha, de izquierda, árabes, judíos, cristianos, LGBTIQ+ y demás) se sintieran representados y resultaran siempre beneficiados.

Pero seamos honestos: el panorama actual no nos ayuda a ser tan optimistas. Mientras tanto, en el otro bando, las cosas están muy claras: la oposición tendrá 58 escaños —demasiados, desde cualquier punto de vista—, y estará dirigida por Benjamín Netanyahu, un político con demasiada experiencia en estos terrenos. Un tipo que, para bien o para mal, se las sabe de todas, todas.

Bibi sólo necesita provocar una mínima fractura en la coalición para que se llegue otra vez a la inmovilidad política y sean necesarias unas quintas elecciones y entonces todo quede igual, salvo porque los líderes que negociaron esta coalición estarán más desprestigiados.

Así que Netanyahu no está muerto políticamente. Está herido y eso lo puede volver más peligroso. Lo único que realmente podría eliminarlo de la vida política israelí sería una sentencia condenatoria en el juicio que se le sigue por presunta corrupción, pero eso es tema aparte y se debe analizar aparte (porque decida lo que decida la corte, da lo mismo si Netanyahu es primer ministro o no).

Mi muy personal pronóstico es que esta coalición no va a durar mucho. De hecho, sospecho que Bennett va a quedarse muy lejos de completar su mandato de 2 años y Lapid se va a quedar con las ganas de sucederlo.

Pero todo eso es lo meramente anecdótico. Hay algo más complejo, de fondo, y me encantaría que la sociedad israelí se diera cuenta de lo que representa esta crisis en particular. Específicamente, lo que representa Netanyahu.

Paso a explicarlo.

Israel es un país con poco más de 70 años de existencia, por lo que todo judío que tenga alrededor de 50 años —como yo—, tiene muy presente en la memoria la imagen de toda esa generación que podría ser llamada la de “los padres fundadores” de la patria. Yo no recuerdo haber visto en las noticias, en vivo, a Ben Gurión.

Pero sí recuerdo cómo mi mamá hablaba maravillas de Golda Meir. Y durante mi infancia, adolescencia y juventud pude ver cualquier cantidad de veces a todos esos héroes que pelearon por Israel desde su fundación, y que luego hicieron largas y notables carreras políticas: Moshé Dayán, Yitzhak Rabin, Ariel Sharón, Shimón Peres, por citar algunos. Fue una generación de políticos que, en términos fríos y abstractos, se perpetuó en el poder. Y se nos hacía natural porque eran los padres fundadores de la patria.

La mayoría de ellos, de izquierda, casi todos emanados del Avodá (Laborista). Apenas en 1977 Menajem Beguin, del Likud, vino a cambiar esa ecuación. Pero solo fue el cambio de partido, no el cambio de paradigma. A fin de cuentas, Peres y Rabín, por ejemplo, se mantuvieron activos durante muchos años más y eso mantuvo con vida la idea de que no tenía nada de raro que la vida política israelí estuviese dominada por los héroes que nos dieron patria.

Supongo que es algo que pasa en todos los casos similares.

En ese sentido, Netanyahu representa un cambio interesante: otro líder que se perpetuó en el poder, aunque nacido ya en el Israel independiente (1949). Sin embargo, su carrera política la comenzó cuando la gran mayoría del electorado israelí estaba perfectamente acostumbrado a ver políticos excesivamente longevos. En gran medida, acaso sea por ello que Netanyahu esté jugando el papel de transición.

Todos los políticos que han aparecido después de Bibi están muy lejos de representar una imagen similar. Nadie se imagina a Bennett, Lapid o Liberman como primeros ministros durante 12 años cada uno. Es absolutamente irreal.

¿Por qué? Porque el electorado israelí es muy diferente en este momento. La gran mayoría son personas nacidas después de 1980, así que empezaron a votar cuando Rabin ya había muerto y cuando los 2 últimos padres fundadores vigentes eran Peres y Sharón que, para entonces, más bien eran vistos por los jóvenes como los abuelos de la patria.

Estos cambios son naturales e irremediables. Suceden simplemente porque llegan nuevas generaciones, cuyos referentes no son los mismos a los que tenemos nosotros, los de 50 (por ejemplo).

Me gustaría pensar que toda esta crisis electoral de los últimos 2 años (que ha girado en torno a Netanyahu, exclusivamente) es, en realidad, la transición hacia un nuevo paradigma en la democracia israelí. Uno del cual van a surgir leyes que le pongan un límite a la gestión de una sola persona.

Algo como en los EE. UU., que me parece bastante razonable: 4 años, con opción a reelegirse una vez. O definir 8 años como límite, porque con esto de que nos encantan las elecciones anticipadas, un primer ministro puede ocupar el cargo a veces 2 o 3 años, sin completar los 4.

Sería lo más sano, porque ya no existen figuras dominantes como las de antaño. Podemos decir que a los políticos de hoy “ya no los hacen como antes”. Por eso, creo que a cualquier israelí le parecería aberrante imaginar que dentro de 30 o 40 años, la política siguiera dominada por los mismos 6 o 7 que más destacan ahora. Obvio, Netanyahu ya no estaría. Pero ¿te imaginas al país controlado por Liberman Lapid, Bennet, Reguev, Herzog, Shaked, etc, ya todos septuagenarios u octogenarios, y bien aferrados al poder?  Yo no. D-os nos libre. No hay nada más sano para cualquier país que ir renovando sus políticos conforme se van renovando sus sociedades.

Ese, acaso, vaya a ser el mayor logro de Netanyahu: ayudarnos a entender que cuando él comenzó su carrera política, los judíos todavía podíamos tomar como algo natural que un líder se mantuviera vigente durante varias décadas; pero que eso ya cambió, ya terminó.

Los que tenemos 50 años todavía vemos como algo lógico y natural que un político como Netanyahu dominara la escena durante tantos años. Pero mi hija, a sus 18, dudo que pueda o quiera ver las cosas del mismo modo. Quiero pensar que para ella esta forma de hacer política no tiene sentido.

Los judíos en general, y los israelíes en particular, ya no necesitamos próceres. Necesitamos políticos eficientes. No estamos viviendo en un relato mitológico, sino en la vida real.

Más allá de todo lo complicado que han sido estos dos años de estancamiento electoral, la sociedad israelí puede aprovecharlos para renovarse y dar un paso importantísimo en la evolución de su democracia.

A Netanyahu se le recordará siempre en el fragor de la controversia, pero sus logros son tremendos y son inobjetables. El éxito de sus políticas económicas, la precisión quirúrgica con la que defendió a Israel de Hamás y otros grupos terroristas, sin provocar que los países árabes explotaran contra Israel, y —eventualmente— el éxito en la negociación de varios tratados de reconocimiento entre Israel y varios países árabes (un hito sin precedentes en la historia del pueblo judío), ahí estarán para siempre. Sí, ya sé que muchos conocidos de izquierda tratarán de darle el mérito a otros factores, o incluso a otras personas, pero eso sólo es sesgo ideológico. El político que logró todos esos hitos fue Netanyahu, guste o no.

Bibi estuvo en el lugar necesario y en el momento necesario. ¿Está listo para irse? No lo sabemos. Sospecho que esta historia todavía no termina. Pero una cosa sí me queda clara: después de él ningún otro político tiene la imagen o el carisma para convertirse en un líder tan dominante, sobre todo a lo largo del tiempo.

Y eso está bien. Significa que hemos avanzado como sociedad y que podemos enfocarnos en exigirles a nuestros políticos más eficiencia y menos carisma.

En menudo reto se han metido Bennett y Lapid. En México decimos que se ganaron el tigre de la rifa. ¿Estarán a la altura?

Ya veremos. Pueden lograrlo, siempre y cuando entiendan que Netanyahu es parte de la era de los próceres; ellos no. A ellos les toca inaugurar la era de los políticos eficientes.

Si la coalición dura solo unos meses pero logra sentar las bases para esta transformación, Bennett y Lapid habrán hecho muchísimo por Israel.

Mucha suerte. La van a necesitar.

 


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.