Enlace Judío – Las agresiones verbales contra Naftali Bennett por parte de los líderes de la ortodoxia religiosa en Israel ponen al desnudo la doblez y las debilidades de estos sectores que hoy constituyen el 15% de la población y que apenas aportan a la economía y a la defensa del país.

Hasta aquí y desde hace años el presupuesto nacional les ha asignado generosas sumas en correspondencia al peso político que obtienen en los torneos electorales y, en particular, cuando forman parte de las coaliciones gubernamentales. Se trata de un amplio y costoso apoyo que el emergente gobierno se inclina a respetar.

Juzgo que las desmesuradas agresiones a Bennett por parte de estos grupos ignoran un irrefutable hecho: sin su efectivo servicio militar más allá del periodo regular, y al lado de no pocos que aman el país, la vida de estos líderes y de sus familias habría conocido en no pocas circunstancias altos riesgos cuando no un final.

De aquí la dificultad para entender a un líder religioso como Aryeh Deri —un político que conoció en su momento y durante varios años la cárcel por delitos financieros— cuando hoy pone en duda las personales convicciones de Bennett.

Junto con él —y a pesar de las distancias personales y rituales que revelan en múltiples asuntos— aparece el rabino Litzman exigiendo a Bennet arrojar al suelo la Kipá que cubre su cabeza.

Aparentemente, Litzman no conoce ni estima el noble itinerario de Bennet, y menos aún le abruma el hecho de que en breve él mismo deberá presentarse ante los tribunales por diferentes delitos que habría cometido.

¿Cómo explicar esta torcida actitud? Tal vez indicando por lo menos 2 temas que hoy inquietan a círculos rabínicos en el país.

El primero alude a un trágico evento que buena parte de los líderes ortodoxos quieren olvidar: 45 muertos en el monte Merón. Ellos objetan cualquier oficial y prolijo intento orientado a investigar las circunstancias que explicarían esta tragedia.

Hay bases para suponer que son directa e indirectamente responsables por lo sucedido. Pretenden sin embargo mantener el absoluto control del lugar por los tangibles beneficios que les reporta.

Y el segundo: el futuro gobierno podría obligar a los jóvenes de los sectores ortodoxos a servir —al menos selectiva y parcialmente— en las fuerzas militares con amplio respeto a sus convicciones.

Temores sin fundamentos. Por su propio interés, la futura y dispar coalición gubernamental no intentará cambiar el statu quo que hoy beneficia sustancialmente a la ortodoxia religiosa.

En suma: protestas que ponen al desnudo lo que estos sectores desde siempre han procurado ocultar.

 


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