Enlace Judío – El pasado domingo fue histórico para el Estado de Israel. Después de 12 años consecutivos en el poder, Benjamín Netanyahu dejó de ser primer ministro. Parecía imposible: el hombre de las remontadas improbables, de las coaliciones inesperadas y de las más elaboradas destrezas políticas al fin vacó el asiento principal de la Knéset.

Sin embargo, el hecho de que Netanyahu ya no tenga las riendas del Estado, no significa que haya desaparecido. Antes que nada, sigue siendo líder de la oposición y puede regresar a la oficina en cualquier momento.

En segundo lugar, y más importante, cualquier persona que gobierna por un periodo extendido de tiempo inevitablemente deja un legado difícil de borrar. Su influencia es simplemente demasiado grande.

Por un lado, las administraciones de Bibi trajeron consigo crecimiento económico, relaciones diplomáticas y una sensación de calma relativa para los israelíes. En cambio, el exmandatario dejó también una sociedad fracturada, alimentada por su discurso divisivo.

Asimismo, se encargó de normalizar el conflicto con Palestina, perpetuando el statu quo. Ayudándose de su habilidad comunicativa y una fuerte inversión en relaciones públicas, Netanyahu mandó un mensaje claro: puede haber seguridad y paz relativa en Israel sin necesidad de acabar con la ocupación.

El mensaje de que Israel puede prosperar materialmente sin necesidad de un Estado Palestino ha sido parte de la visión de Netanyahu durante toda su carrera política. De hecho, esa fue la premisa central de su libro A place among the nations, publicado en 1993. 

A lo largo de sus gobiernos se han construido barreras físicas entre los israelíes y los palestinos. Según Gershon Baskin, el pacifista que negoció la liberación del soldado Guilad Shalit, la construcción de dichas barreras ha resultado en la comunicación más pobre entre civiles de ambos pueblos en la historia de Israel. En otras palabras, los muros nublan la empatía.

Aunado a lo anterior, Netanyahu invirtió en infraestructura de seguridad, misma que resultó en la menor cantidad de víctimas israelíes en la historia del conflicto.

Ahora, quiero ser perfectamente claro para que no se malinterprete: celebro el hecho de que se invierta en defender a Israel y todavía más en que esa defensa dé resultados. Salvar vidas siempre será positivo. Aún así, la falta de peligro latente (que de nuevo, es una buena noticia) permite a una buena parte de los israelíes ignorar el hecho de que existe un conflicto con Palestina.

Un caso que ilustra con precisión a lo que me refiero es el de la Cúpula de Hierro, el increíble sistema de intercepción de misiles que tiene Israel para defenderse de Hamás. Yaakov Katz, el autor de The weapons wizards, un libro sobre la historia de la artillería israelí, articuló la paradoja de la siguiente manera: “Por un lado, la Cúpula de Hierro es el ejemplo perfecto del ingenio e improvisación israelíes. Pero su propio éxito es un reflejo del mayor problema de Israel. La Cúpula de Hierro te permite casi ignorar el hecho de que tienes un vecino al otro lado de la frontera con miles de cohetes apuntando hacia ti, porque ya no pueden dañarte realmente. La Cúpula permite no encontrar soluciones más profundas para ese problema”.

En ese sentido, la visión de Netanyahu triunfó. El conflicto con Palestina ya no representa el peligro existencial que antes significaba. En el área nacional Israel es capaz de defenderse. Internacionalmente, los mismos países que defendían la causa palestina han preferido tener relaciones geopolíticas con un poder regional como Israel que seguir abogando por la existencia de un Estado Palestino.

Prueba de lo anterior son los Acuerdos de Abraham entre Israel y los países árabes del golfo Pérsico. Ambos desarrollos son indudablemente buenas noticias para Israel, pero son prueba de que la tesis de Netanyahu, por el momento, se ha vuelto realidad: puede haber seguridad y paz relativa en Israel sin necesidad de acabar con la ocupación.

La visión de Netanyahu sobre el statu quo será difícil de borrar. Todo indica que el entrante gobierno seguirá la misma política de su antecesor con respecto a Palestina. De hecho, el primer ministro Naftali Bennett ha dicho en repetidas ocasiones que no está a favor de la creación de un Estado palestino

Aunque por el momento parezca no generar muchas incomodidades para Israel, mantener el statu quo no es una solución sostenible. Citando a la escritora americana Karen White: “No te puedes escapar de los problemas por siempre. Un día van a escabullirse por detrás y golpearte en la cabeza”.

La ocupación de Israel en Cisjordania y Gaza tendrá que acabar un día, de una manera u otra. En la historia, son pocos los pueblos que se han cansado de luchar por su autodeterminación.

La paz y la ocupación no son conceptos compatibles. Desde el lado humano, llama la obligación: un pueblo cuyo destino está en las manos de otro, por definición no puede vivir en paz. Los palestinos de Cisjordania y Gaza que no gozan de las libertades propias de ciudadanos en países establecidos, no podrán vivir pacíficamente hasta que tengan una patria.

Además, dejar la ocupación es una cuestión de supervivencia. Como dijo el célebre escritor israelí Amos Oz: “Es una cuestión de vida o muerte. Si no hay dos Estados, habrá uno. Si hay uno, será árabe. Si es árabe, no se sabe cuál será el destino de nuestros hijos y el de ellos. Esperar que palestinos e israelíes, habiéndose infligido tanto dolor el uno al otro durante tanto tiempo, pasen de repente una página hacia la cohabitación armoniosa y coigual en un Estado parece delirante”.

Benjamín Netanyahu ya no es primer ministro, pero su legado sigue vivo. Por el bien de los israelíes y los palestinos, espero que se comience a deconstruir la falacia que impulsó Netanyahu sobre el statu quo. La ocupación y la paz no son conceptos compatibles. Su salida representa la oportunidad de romper paradigmas y cuestionar sus políticas.

 


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