Enlace Judío – Así como hay personajes que aciertan en hacer historia, existen otros que prefieren narrarla. Es el caso de la chilena y norteamericana Isabel Allende.

Confieso que algunos episodios de su vida se ligan indirectamente con la mía.

Ambos coincidimos en Chile cuando aviones y tanques bombardeaban la casa presidencial. El agredido era su primo hermano, un personaje que había intentado en los años setenta instituir radicales reformas en el país.

Tragedia política y personal que en aquellos días tornó inolvidable mi estancia en este país como funcionario de la ONU.

Desde su nacimiento (Lima, 1942) Isabel conoció penosas experiencias con un padre diplomático que apenas atendía elementales necesidades de su familia. Al enredarse en turbios negocios resolvió abandonarla sin explicación alguna y sin dejar rastros.

Difíciles circunstancias que obligaron a su madre a retornar a Chile abrumada por la incertidumbre y la pobreza.

Apareció entonces un nuevo hombre en la familia —don Ramón— quien para Isabel no fue ni padrastro ni amigo. Sin embargo, las peregrinaciones diplomáticas la llevaron desde Bolivia al Líbano, incluyendo una breve estancia en Israel.

Recuerda que sus amigas en el Líbano jamás habían escuchado el nombre Chile, confundiéndolo con China“Por lo general”, escribió, “estas muchachas estaban recluidas en sus casas y en el colegio hasta el día de la boda, y cuando tenían la desdicha de casarse cambiaban la prisión en el hogar por la dictadura de sus maridos…”

Cuando en alguna ocasión Isabel le dijo a su padrastro que había leído el libro de Job, este le preguntó: “ ¿Se trata de ese tonto que Dios puso a prueba enviándole toda suerte de desgracias?” Y agregó: “Te pareció correcto ese libro donde Dios hace apuestas con Satanás para castigar a un hombre sin piedad por ser frívolo e injusto?”

Un dictamen que Isabel nunca aceptó.

En cuanto a Chile pensaba que era la Suiza del continente latinoamericano y que los ciudadanos resistirían sin vacilaciones alguna dictadura.

Ingenua convicción que se deshilvanó el 11 de septiembre de 1973 cuando las fuerzas armadas destruyeron el Palacio de la Moneda con bombas arrojadas desde aviones que hicieron temblar las calles de Santiago. Aceptando la derrota, Allende emitió su último mensaje por Radio Magallanes: “Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino…”

Isabel debió lidiar con el naufragio de la libertad en Chile iniciando una peregrinación por varios países: Venezuela, México, Estados Unidos. En esta búsqueda de alguna felicidad contrajo 3 matrimonios.

Sus primeros escritos se ajustaron al realismo mágico de Gabriel García Márquez. Su influencia bien se percibe en sus primeras obras. La casa de los espíritus le concedió inmediata celebridad y alto éxito comercial. Páginas en las que Isabel enhebra la fantástica travesía de múltiples personajes sin apegarse a un estricto encadenamiento lineal.

En el andar del tiempo fue afectada por una penosa tragedia. Su hija Paula, que apenas contaba  28 años, conoció una lenta agonía en un hospital madrileño. Para superar los riesgos de algún contagio los médicos le permitieron verla sólo 5 minutos en el día y en horas desiguales. Amarga experiencia.

El amor a Paula llenará múltiples páginas. En una de ellas escribirá: “el domingo 6 de diciembre murió Paula. La muerte vino con pasos leves. Sus sentidos se fueron cerrando uno a uno… Así se alejó inexorablemente de mí… Qué simple es la vida después de todo…”

En 2014 fue premiada por el presidente Obama y 5 años más tarde publicó su último libro hasta aquí: Largo pétalo de mar.

Agitado peregrinaje y obras singulares que tornan ineludibles sus páginas.

 


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