Enlace Judío – Los talibanes que gobernaban Afganistán en el 2001 se convirtieron en el foco de atención en todo el mundo tras los ataques al World Trade Center de Nueva York en septiembre de ese año. Fueron acusados de servirles de santuario a los principales sospechosos de los ataques: Obama Bin Laden y su movimiento Al Qaeda.

El 7 de octubre de 2001, una coalición liderada por EE. UU. lanzó ataques en Afganistán y, para la primera semana de diciembre, el régimen talibán ya se había derrumbado. Afganistán, situado en el sur de Asia, tiene 32.2 millones de habitantes en una superficie de 652,860 kilómetros cuadrados. El nivel de vida de la población es bajo, mismo que se refleja en un PIB per cápita de solo 621 dólares.

El entonces líder de los talibanes Mullah Mohammad Omar y otras figuras importantes, incluido Bin Laden, eludieron la captura a pesar de haber sido una de las persecuciones más grandes del mundo. Muchos altos dirigentes talibanes se refugiaron en la ciudad paquistaní de Quetta, aunque Islamabad lo negó.

En 20 años de guerra en Afganistán contra el talibán, EE. UU. y sus aliados tuvieron un costo excesivo. EE. UU. gastó 822,000 millones de dólares, incluyendo el entrenamiento de las fuerzas afganas que lo apoyaron. EE. UU. perdió más de 2,000 militares y otros 20,000 resultaron heridos. El Reino Unido registró más de 450 muertos.

En este entorno tan complejo, más bien desastroso, el gobierno de EE. UU., presidido por Donald Trump y los talibanes, firmaron en Doha, Catar, el 20 de febrero de 2020, un acuerdo en el que se fijó un calendario para una retirada definitiva de EE. UU. y sus aliados de Afganistán. Por su parte los talibanes se comprometieron a no permitir que el territorio de Afganistán fuese utilizado para planear o llevar acciones que pudieran amenazar la seguridad de EE. UU. Al acuerdo se le llamó oficialmente Acuerdo para Traer la Paz a Afganistán. Para especialistas militares no fue un acuerdo de paz, sino una rendición.

Desde el momento que EE. UU. comenzó a retirar sus tropas, los talibanes aceleraron su avance y el 15 de agosto pasado lograron el colapso del gobierno afgano tras entrar a la capital, Kabul. El presidente Ashraf Ghani abandonó el país y se desató el pánico; se vivieron escenas de caos y desesperación en el Aeropuerto Internacional de Kabul ante la gente tratando de huir del país.

No sorprendió lo rápido que cayó el ejército afgano, se dio mucho tiempo a los talibanes para prepararse y el ejército afgano no sentía lealtad a un gobierno que consideraba corrupto e ilegítimo. Es de lamentar que el esfuerzo de 2 décadas haya desembocado en el retorno del poder del talibán. Se teme lo que enfrentará el pueblo de Afganistán, especialmente las mujeres que serán llevadas a la Edad Media. El talibán aplicá una línea extrema de la sharia o ley islámica y cuando estaba al mando del gobierno prohibieron la televisión, la música, el cine y el maquillaje en las mujeres. Desautorizaron que las niñas de 10 años o más fueran a la escuela.

Se considera que Washington debería mover cielo y tierra para los afganos que colaboraron con las fuerzas de ocupación y no pudieron salir del país. La debacle de Afganistán en la que el ejército de ese país de 300,000 soldados entrenados y equipados por EE. UU. se derrumbó en horas, sirve de recordatorio de los límites del poder estadounidense en el amplio Medio Oriente.

La retirada de EE. UU. se realizó en forma desastrosa, no obstante, hay mucha culpa por repartir y se remonta a la decisión original de construir una nación en un país que se ha resistido a la interferencia exterior durante miles de años. La prisa del presidente Joe Biden de salir de Afganistán ha sido acompañada de críticas que muchos la ven como innecesaria y como una traición para los que sirvieron en Afganistán y para el propio pueblo de Afganistán.

Occidente ha invertido mucha sangre, tiempo y dinero en Afganistán. La decisión de sacar las tropas estadounidenses de ese país se evalúa como un golpe terrible para la credibilidad de EE. UU., para su fiabilidad como socio, para su posición moral en asuntos mundiales.

El modelo occidental de intervención liberal promovido como un medio para difundir la democracia y el Estado de derecho sufrió una derrota en Afganistán. Los aliados de Washington que se unieron al proyecto de Afganistán, están resentidos y se sienten decepcionados. En el renovado gobierno talibán, el terrorismo internacional encuentra refugio en Pakistán y podría enfrentarse a consecuencias negativas por la creciente turbulencia en la región.

Ciertamente, la desastrosa salida de las tropas de EE. UU., le da a China la oportunidad de expandir su influencia en Afganistán y en el talibán, aunque también China debiera estar preocupada porque comparte una pequeña frontera con Afganistán y está persiguiendo activamente a su propia minoría musulmana. En este ámbito, existe la posibilidad de que terroristas anti-Beijing intenten utilizar a Afganistán como base.

Asimismo, Rusia tendría que preocuparse por el regreso de la inestabilidad y el terrorismo. Este verano Rusia trasladó tanques a la frontera entre Tayikistán y Afganistán para realizar ejercicios destinados a demostrar su determinación de evitar cualquier desbordamiento de un colapso en Afganistán, sobre todo los actos terroristas que ISIS-K (Estado Islámico-Jorasán), enemigo de los talibanes, pueda realizar, como el que en Kabul causó 170 muertos, entre ellos 13 militares de EE. UU.

ISIS-K fue creado en enero del 2015 en el apogeo de ISIS en Irak y Siria. Este grupo activo en Afganistán y Pakistán es el más extremista y violento. Fuentes de inteligencia han atribuido a ISIS-K algunas de las peores atrocidades que han tenido lugar en Afganistán en los últimos años como ataques a escuelas de niñas, hospitales e incluso a una sala de maternidad donde mataron a tiros a mujeres embarazadas y enfermeras.

ISIS-K tiene su sede en la provincia oriental de Nangahar en Afganistán, cerca de las rutas de tráfico de drogas y personas que entran y salen de Pakistán. En su momento de máximo poder, el grupo contaba con unos 3,000 combatientes, pero ha sufrido bajas significativas en combates con las fuerzas de seguridad estadounidenses y afganas, y también frente a los talibanes.

ISIS-K tiene grandes diferencias con los talibanes, a quienes acusan de abandonar la yihad y el campo de batalla a favor de acuerdos de paz con EE. UU., negociando en hoteles de lujo en Doha, Catar. En este contexto, cuando los talibanes se apoderaron de Kabul, el ISIS-K liberó a un gran número de prisioneros de la cárcel de Pul-e Charki, entre los que se encontraban militantes suyos que representan ahora un gran desafío de seguridad para el gobierno talibán entrante.

Con los talibanes nuevamente en el poder, las perspectivas de Afganistán es que el entorno económico empeore y que el dinero del exterior se reduzca golpeando las arcas del gobierno. La ayuda externa equivalía antes de la salida de EE. UU. a 22% del ingreso nacional bruto. Por lo demás es difícil saber a cuánto equivalen los ingresos de los talibanes. Sus principales provienen de fuentes de actividades delictivas incluidas el tráfico de drogas y de la producción de adormidera (utilizada para producir el opio), la extorsión y el secuestro, y los recursos procedentes de la recaudación en las zonas bajo el control del Talibán. Afganistán es responsable de más del 80% de la producción mundial de opio. Se estima que la heroína elaborada con el opio afgano representa el 95% del mercado europeo.

Se calcula que el valor de la producción de opio oscila entre 1,200 millones de dólares anuales mucho más que los 500 millones al año que EE. UU. aportaba en ayuda humanitaria antes de que los talibanes tomaran Kabul. El cultivo del opio generó 120,000 puestos de trabajo en 2019.

El opio y sus derivados no son las únicas drogas que mueven la economía afgana. Afganistán es uno de los principales productores de hachís en todo el mundo y también produce drogas sintéticas como las metanfetaminas. 

Afganistán es un país rico en minerales y piedras preciosas, cuenta con significativas reservas de litio, uranio, bauxita, cobre, cobalto, carbón, hierro, mármol y talco, además del petróleo y gas. Sin embargo, no ha podido explotar debidamente esta riqueza debido a la guerra y porque la extracción de minerales se realiza ilegalmente en pequeña escala. Se estima que el valor potencial de los depósitos de minerales oscila entre 1,000 y 3,000 millones de dólares.

La corrupción es otro factor que dificulta la explotación de los múltiples recursos minerales y la distribución de la riqueza. Analistas políticos no creen que el talibán vaya a reducir el cultivo de opio a cero como lo prometió en el acuerdo de paz. Tampoco el nuevo régimen logrará acabar con la corrupción para atraer inversión extranjera para explotar sus recursos. De aquí que en el corto plazo el talibán se verá precisado a negociar con EE. UU. para obtener un flujo financiero, la opción alternativa es enfrentar una crisis económica profunda que agudizaría la ya catastrófica crisis humanitaria que vive el país.

 


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