Enlace Judío – Estamos a horas de entrar a Yom Kipur, el día del ayuno, del perdón, en que los judíos de todo el mundo, y de todos los tiempos, reflexionamos sobre nuestros hechos, incluso pensamientos, actitudes, intenciones, y corregimos, con la intención de enmendar el pasado y proseguir en este año recién inaugurado con soltura y libertad. Renovados, sin lastres irresueltos. 

No somos los únicos que tenemos esta capacidad revisora. Incluso la obligación. La necesidad de autocorrección esta también presente en ese ente biológico que hoy nos tiene aún en jaque.

Hace 8 años, exactamente en este mismo mes de septiembre, un artículo publicado en la revista científica PLOS Pathogens por científicos americanos encontró que los coronavirus, cuando no se autocorregían sufrían consecuencias letales. Claro que hace 8 años no existía este nuevo coronavirus, pero sí su primo SARS que había causado una gran epidemia en Asia a inicios de siglo, haciendo que muchos grupos de investigación se interesaran, por fortuna, en el estudio de esta familia de virus. Lo que se entendió gracias a estos estudios es que si el coronavirus no se auditaba, no sería inscrito en el Libro de la Vida. La revisión interna era obligada para ser compatible con su permanencia.

Cada vez que el virus se multiplica dentro de nuestras células infectadas usa la maquinaria humana para duplicar su material genético para hacer descendientes idénticos a sí mismo. Esa es su forma de reproducción: secuestra a nuestra célula para duplicar su ARN. Este copiado, llamado replicación, sucede miles de millones de veces dentro de las personas con COVID-19. 

Incluso la mecanógrafa más diestra, cuando copia letra por letra los mismos textos miles de veces de pronto puede hacer que alguna letra, en este caso de las 30,000 que conforman el genoma viral, cambie de lugar. La replicación no es perfecta y por su puesto que existen errores llamadas mutaciones. Sin embargo, así como el maravilloso liquid paper inventado en 1956 precisamente por la mecanógrafa Bette Nesmith Graham cuando trabajaba en el Texas Bank and Trust para corregir con pintura blanca las equivocaciones que hacía en su maquina de escribir. Así, la evolución ha hecho que los coronavirus integren un sistema de corrección que arregla los errores cometidos durante el copiado rápido de su genoma, claro, cuando los encuentra.

Esta gran revisora ha hecho que el nuevo coronavirus, el SARS-CoV-2, sea un virus sumamente estable y que cambie poco a través del tiempo. Que lo que tengamos hoy en el mundo, a pesar de los más de 226 millones de casos positivos desde que inició la pandemia, sean variantes y no cepas nuevas.

A modo de comparación, el virus de la influenza que no tiene este sistema revisor tiene una variabilidad tan alta que año con año la vacuna es distinta, el virus cada temporada es dramáticamente diferente al anterior. Pero este nuevo coronavirus, a pesar de tener diariamente miles de millones de oportunidades de cambiar, lo ha hecho relativamente poco. Y esa gran estabilidad ha hecho que las vacunas que tenemos y que fueron desarrolladas para la variante original, que evidentemente ya no existe, sigan funcionando evitando severidad en casos y muertes por COVID-19.

Así que hoy, damos un agradecimiento especial a la exonucleasa (ExoN), por su labor tan extraordinaria en la revisión durante el copiado y por permitirnos dentro de esta complejidad, lidiar con un virus que ha cambiado poco, que tiene alta fidelidad con sus antecesores. 

Pero además porque al ser tan importante esta auto auditoría para la viabilidad del coronavirus, la exonucleasa correctora se ha convertido en un blanco ideal para diseñar tratamientos antivirales. Como mencioné, el correcto funcionamiento de la revisora-exonucleasa que checa el trabajo de la copiadora-polimerasa haría barbaridades catastróficas que pondrían un fin al coronavirus. Un coronavirus sin exonucleasa acumula 20 veces más errores que un virus completo. Es sin duda un elemento fundamental para la supervivencia de la familia de coronavirus.

Es por ello que investigadores de todo el mundo, desde el Instituto Weizmann de Ciencias de Israel hasta los laboratorios de la UNAM en México, pasando por todas las latitudes y longitudes del planeta, están tras esta posible estrategia. Buscando la forma de hacer inservible a la exonucleasa para que tal como los investigadores en 2013 declararon, hayan consecuencias “letales” para el virus. Sería una posible cura para COVID-19, haría que la lectura sea ilegible, y las copias sean inviables.

Interesante mencionar que el Remdesivir, el tratamiento de Gilead Sciences hoy autorizado como antiviral para COVID-19, lo que hace es inhibir a la polimerasa, a la copiadora de ARN (RdRp) bloqueándola: que sería como atascar de papel la impresora para que deje de hacer copias, pero no es suficiente. Ahora imagínate poder combinar ambas estrategias: pondríamos nosotros con ello en jaque al coronavirus. 

Tal parece que no somos los únicos que hacemos de vez en cuando un corte de caja y hacemos una introspección. Por fortuna los coronavirus lo hacen cada vez que se replica. Pero todos los humanos debiéramos hacer la labor de la exonucleasa para asegurar nuestra trascendencia: recalibrar, autocorregir y examinarnos con humildad y honestidad. 

Aparentemente es la forma de subsistir, es la fórmula que tiene evidencia de ser compatible con la continuidad, con la vida.

Jatimá Tová.

 


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