Enlace Judío – Avera Mengistu lleva siete años sin regresar a casa. El 7 de septiembre de 2014, fue secuestrado por Hamás después de cruzar la valla fronteriza que divide Israel y Gaza.

Las pocas protestas que surgieron en los primeros años de su captura se han desvanecido y la presión pública por su liberación es cada vez menor.

Desde hace un tiempo su familia ha tratado de centrar más atención en su caso. “El gobierno siempre actúa como lo dicta la opinión pública. Una vez que entienda que hay un apoyo público generalizado por la liberación de Avera, las cosas cambiarán. Desafortunadamente, ese no es el caso todavía”, ha lamentado su hermano Ilán.

Abraham “Avera” Mengistu nació en el seno de una numerosa familia en Etiopía. Hizo Aliyá en 1991, mudándose a un barrio de bajos ingresos en Ashkelón. En 2011, tras la muerte de su hermano Masrashau, Avera comenzó a experimentar problemas de salud mental. Su condición empeoró progresivamente hasta ingresar a un hospital psiquiátrico en Be’er Sheva.

De acuerdo con uno de sus amigos, un año antes del secuestro de Avera, su padecimiento se tornó aún más agudo, pues comenzó a autolesionarse y a hablar de manera incoherente. Su familia dice que al momento de su desaparición estaba pasando por un episodio depresivo.

Según su hermano Ilán, el estatus socioeconómico de la familia Mengistu es la principal razón por la cuál la campaña para la liberación de Avera no ha tomado el impulso suficiente. Los recursos que tienen a su disposición son escasos, tanto en tiempo como en dinero. 

Sin embargo, otros como Yonit Tlayenesh Fenta, coordinador del Comité por la Liberación de Avera Mengistu, cree que la apatía social tiene más que ver con cuestiones totalmente diferentes: “es mentalmente inestable, el tipo de persona que ignoramos cuando vemos en la calle, viene de un vecindario con problemas, no tiene una familia rica con estatus o conexiones y no podemos ignorar al gran elefante en la habitación: es negro”.

El caso de Avera muestra la cruel realidad de las desigualdades, precisamente porque sí existe un marco de comparación. Tres años antes del secuestro de Mengistu, todo Israel celebró el regreso de Gilad Shalit a casa. Después de media década en cautiverio, “el hijo de todos” fue liberado en un intercambio de prisioneros. Del 2006 al 2011, la ausencia de Shalit fue parte de la consciencia colectiva judía e israelí. Cobertura mediática diaria, colectas de fondos por parte de artistas y empatía de alcance internacional caracterizaron su caso.

“La familia Shalit podía permitirse financiar su causa, viajar por todo el mundo y detener su vida. Incluso si no tenían dinero, el público era muy activo y recolectaba fondos. En este caso, la familia no se puede permitir dejar de trabajar. Están muy ocupados sobreviviendo las durezas de la vida diaria […] Su madre trabaja como limpiadora. Me dijo que su trabajo la distrae de pensar sobre Avera, pero puedo ver qué tan exhausta está por eso”, comenta Fenta.

A diferencia de Shalit, son pocas personas las que saben de lo que sucede con Mengistu y son aún menos quienes lo tienen en su mente a diario. Con Shalit, las familias judeoisraelíes solían dejar un asiento vacío en sus cenas de Pésaj. Con Mengistu, a veces parece que solo sus seres cercanos sienten su ausencia.

Ilán Mengistu testifica que la situación de su familia después del secuestro de Avera se ha tornado oscura, llena de crisis, desesperación y frustración

“Sigo pensando en él y llorando todo el tiempo […] a veces cuando regreso a casa por las noches, su memoria me mantiene despierta. Solo quiero que mi hijo regrese para poder verlo”, ha lamentado Agurnesh, la madre de Avera. Hace al menos 4 años, ella llegó a un punto en el que dijo en el que deseaba saber si su hijo está vivo o muerto, si debería guardar duelo por él o no.

Tristemente, los prospectos para su regreso se siguen viendo lejanos. Mientras tanto, su memoria prevalece entre aquellos que lo conocen. El año pasado, su hermana Almanash recordaba lo que Avera significó para ella: “Para mí es importante que sepan que cuando era pequeña y tenía una pelea con mis hermanos, Avera siempre estaba a mi lado y realmente me protegía”, escribió.

“Para mí es importante que sepan que siempre que siempre que Avera entra a una habitación, hay un ambiente bueno y divertido, que siempre ha estado rodeado de amigos […] Para mí es importante que sepan que él es un ciudadano cuya salud mental no está bien y que cada día que está en cautiverio, está en riesgo su vida. Por 6 años, el gobierno no ha hecho nada para regresarlo […] Ya no pienso mucho en la posibilidad de su retorno, siento que estamos lejos de eso”.

Aunque no haya campañas masivas o el conocimiento suficiente sobre la situación de Avera, existe gente que se dedican todos los días a luchar por su liberación. Desde organizaciones como el Comité por la Liberación de Avera Mengistu hasta grupos de WhatsApp o artistas que escriben canciones para recordarlo, hay muchos que esperan incansablemente por su retorno.

Todavía creo en la empatía, en la indignación y en la lucha. Confío que la mayoría de las personas que escuchen el caso de Avera estarán conmovidas por su historia y desearán su regreso. Creo que hablar de su desaparición es importante, pero no será suficiente hasta que como mundo judío nos organicemos para presionar por su retorno a casa.

Ya lo hicimos con Gilad Shalit, quien gracias a la lucha incansable de miles de actores, hoy vive como un ciudadano común en Israel, acontecimiento que sin duda alguna merece celebración. Avera Mengistu merece la misma suerte. 

 


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