En el mes de marzo de 1973, Ruth Gall, notable geofísica especialista en rayos cósmicos, avecindada en aquel entonces en un departamento de la Magdalena Contreras, enfrentaba el desalojo de sus pertenencias y las de su hija adolescente, debido a un malentendido con los arrendadores, que actuaban con alevosía. Enfrentándose con decisión a los actuarios, mostró con cierta inocencia su credencial de académica universitaria diciendo: “¡No pueden hacernos esto, soy maestra de la UNAM!

ALEJANDRO FRANK

No tuvo éxito, pero ciertamente dejó una huella inolvidable en la memoria de su hija. Cuando Gabriel Zaid publicó su famosa frase acerca de la Universidad Nacional Autónoma de México como la “Hermana República de la UNAM”, Ruth la adoptó con gran placer. Ella era polaca y mexicana, pero si alguna ciudadanía tenía realmente era la unamita.

Ruth, refugiada judía polaca del exterminio nazi, llegada a México en 1940, a los 20 años, se había convertido para entonces en la primera geofísica mexicana en ser contratada como investigadora de tiempo completo en la UNAM, después de estudiar en el Politécnico y la propia UNAM y realizar estudios de posgrado en Nueva York. México y la universidad la cobijaron y le dieron la oportunidad de desarrollar una exitosa carrera internacional, formar a numerosos alumnos y grupos de investigación y coordinar los primeros esfuerzos de la Agencia Espacial Mexicana. Amaba el sol y las frutas tropicales, pueblear y salir con sus alumnos y colegas a realizar observaciones de eclipses y lanzamientos de cohetes meteorológicos. Sus colegas y amigos adoraban su inteligencia, sus vestidos hippies y su gran alegría de vivir.

Su militancia siempre fue a la izquierda, una izquierda democrática e internacionalista. Ruth amaba la vida, pero sobre todo, amaba a nuestra universidad, la que la reconoció años después como investigadora emérita y le premió con diversos reconocimientos por su generosa labor.

Cuando, por desgracia, enfermó de Alzheimer a la temprana edad de 68 años, siguió yendo a su oficina por varios años hasta que le fue imposible hacerlo más. Cuando había perdido ya por completo la memoria, por un descuido salió un día de su casa, en ese entonces a considerable distancia de la UNAM, y desapareció por varias horas, ante la angustia de sus hijos. De pronto, su hija Olivia tuvo un presentimiento y fue a Ciudad Universitaria a buscarla. Tras una larga búsqueda con ayuda de Auxilio UNAM, efectivamente la encontraron, vagando sonriente dentro del campus. Nadie sabe cómo llegó ahí, solo que entre la neblina de su mente pudo recordar un lugar donde podía refugiarse. Su alma mater. En lo recóndito de su conciencia seguía siendo de la UNAM.

Ruth no es un caso único. Miles de universitarios sentimos por la UNAM algo muy parecido al amor y la devoción. Para su gran satisfacción, Olivia, la hija mayor de Ruth, es hoy una reconocida historiadora de la UNAM y estudiosa del racismo en México, que ama a su universidad con la misma pasión que su madre. Sofía, hija de Olivia, es una médica internista formada en la UNAM y sus hospitales asociados, y es también una maestra universitaria destacada y comprometida.

Las tres han correspondido con sus aportaciones y su talento en tres áreas muy diferentes. Para ellas, la UNAM ha sido su casa, su fuente de conocimientos, de instrucción académica y social. Allí aprendieron a ser las personas que fueron y son, y a sentirse orgullosas de poder contribuir con su esfuerzo a retribuir al país que le dio a la primera de ellas asilo y la oportunidad de una forma de vida digna. Tres generaciones de mujeres, la sobreviviente y sus descendientes, fueron acogidas y arropadas por la UNAM, como lo fueron los defensores de la República española, los perseguidos allendistas y muchos otros, mexicanos y extranjeros, que han enriquecido el gran universo y la diversidad de la Universidad Nacional. 

Esta es solo una entre múltiples historias, en diferentes épocas, de miles de jóvenes de muy diversos orígenes socioeconómicos que encontraron ahí un camino para superarse. Es la historia de nuestros médicos e ingenieros que construyeron para México la infraestructura de puentes, carreteras y hospitales, también de nuestros juristas, arquitectos, artistas, músicos, filósofos, arqueólogos y científicos. De los que estudian nuestro pasado y herencia histórica y que nos ayudan a desentrañar nuestra identidad. De aquellos maestros que actúan día a día con entrega y generosidad y motivan y comparten su saber con sus alumnos. De nuestros grandes pensadores, que imaginan día a día el futuro de nuestro país. De los estudiantes que lucharon y luchan por la democracia, tantas veces amenazada.

Es la historia de aquellos que transforman al país con su trabajo y su crítica, libre y plural. Los que conquistaron nuestra autonomía, que es el sustento de la vida académica, de la libertad de expresión y de cátedra. Esto y mucho más es nuestra universidad. Defenderemos nuestra casa con toda nuestra energía.

Texto publicado originalmente en Letras Libres.


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