Enlace Judío – En Hebrón comienza la historia del pueblo hebreo cuando Di’s le promete a Abraham la tierra de Canaan. Después de un exilio prolongado, un regreso y otro exilio aún más largo, sonaría el gran Shofar del que hablaba Rab Kook: a través de la lucha sionista, los judíos regresarían a la Ciudad de los Patriarcas. Hasta este punto, la poesía gobierna el discurso. Sin embargo, la realidad y la poesía inevitablemente chocan. La luna de miel acaba y la vida cotidiana comienza con mucho más incomodidades, lejos de las expectativas que planteó la leyenda.

De repente cambia el sujeto de observación. Las promesas, los reyes y los movimientos se mueven a un lado y permiten estudiar los elementos uniformes e infinitesimales que gobiernan las masas. Así, el encanto del regreso judío a Hebrón se convierte en una historia erigida en sangre y fanatismo, así como un presente de dolor, opresión y separación.

Cisjordania no es un lugar homogéneo. La ocupación afecta a la enteridad de su territorio, pero no en todos lados pega con la misma fuerza. La naturaleza espiritual de Hebrón planta las semillas del árbol del fanatismo asesino, cuyos frutos resultaron en el pogromo de 1929, en el que 67 judíos fueron asesinados, así como en la matanza de Baruch Goldstein en 1994, que mató a 29 palestinos. Aunque los frutos hayan caído de diferentes lados del árbol — el palestino y el judío— su sabor a masacre permanece sin alterarse.

Hoy en día, los frutos caen desproporcionalmente de un lado del árbol. La ocupación israelí ha creado un régimen desigual para los más de 150,000 residentes palestinos de Hebrón. Alrededor del centro histórico de la antigua ciudad, tropas de las Fuerzas de Defensa Israelí (FDI) patrullan la “zona estéril”, llamada así porque ningún palestino puede transitar por ellas. Con un vocabulario propio de tiempos de pandemia, los colonos israelíes de los asentamientos pueden vivir una vida libre de la amenaza que representa el extraño.

“Como soldado, estás ahí para proteger a los judíos que viven en la ciudad, es tu única misión” dice Yonatan Stearman —un veterano que sirvió por seis meses en Hebrón— ante las cámaras de la cineasta israelí Rona Segal. En 22 minutos, diferentes exsoldados de las FDI dan sus testimonios sobre su cotidianeidad en Hebrón para un minidocumental publicado en The New York Times. Todos concuerdan con Stearman.

Los mecanismos para servir a los colonos en Hebrón son variados en sus formas. En el documental, Dean Issacharoff, quien fue un oficial en el Batallón 932 de la Brigada Nahal, da testimonio de las diferentes maneras psicológicas en las que la desigualdad se manifiesta. En particular, dos métodos sobresalen: la detención de palestinos aleatoriamente en las calles y las entradas a sus casas a mitad de la noche.

Las armas, los tonos de voz y la apariencia de poder juegan un papel importante en las inspecciones. Issacharoff, acostumbrado a ejercer su autoridad a diario, recuerda un episodio en el que se le dificultó hacerlo: cuando detuvo un coche en la madrugada y una palestina americana temblando de miedo salió del carro. Al notar su nacionalidad, el soldado le comenzó a hablar en inglés, idioma que dominaba al haber estudiado en EE. UU. Haciéndolo, su conversación se tornó en una de igual a igual, una que “podría haber pasado en un centro comercial en EE. UU.” En cambio, cuando Issacharroff detenía a otros palestinos, la primera contestación cuando se resistían era “¿quién eres tú para hablarme así”?

La deshumanización en Hebrón ha llegado a tal punto que ha corroído las aulas. En el asentamiento de Beit Hadassah, hace unos años apareció un video en el que niños cantaban: “No existe Palestina. Israel es nuestra tierra. Los árabes son nuestros perros”. Asimismo, según los exsoldados retratados en el documental, no es raro que los niños israelíes ataquen negocios palestinos o agredan a individuos árabes en calles de tránsito mixto. De acuerdo con Dean Issachoff, la respuesta de las autoridades educativas locales fue prácticamente nula.

Hebrón es una manifestación más de un régimen de ocupación que crea desigualdades en Israel y en Palestina, y afecta tanto a israelíes como a palestinos. Su brutalidad no puede ser pasada por alto. Es importante enfrentarla. Citando a James Baldwin: “No todo lo que se enfrenta se puede cambiar, pero nada se puede cambiar hasta que se enfrenta”.

El enfrentamiento por la igualdad en Hebrón es una lucha que requiere quitarnos los prejuicios, entender que la brutalidad de los colonos no representa a Israel ni a la mayoría de los israelíes. Ni siquiera representa a la mayoría de los colonos en Cisjordania. No obstante, se tiene que entender que la inacción e ignorancia colectiva permiten que suceda. Se tiene que escuchar las voces de las víctimas y los testimonios de exsoldados que han servido ahí. Hay que ponerles atención y estar dispuestos a sacrificar la indiferencia por el dolor, la inacción por la acción. Solo así se creará un futuro diferente.

 


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