Enlace Judío – El ascenso de un nuevo y radical líder en Irán conduce a recordar las intenciones que el primer ministro Benjamín Netanyahu y el ministro de defensa Ehud Barak animaron en los meses del 2011: alejar la posibilidad de un Irán nuclear a través de un selectivo ataque a unidades y laboratorios consagrados a este propósito. 

En filoso contraste con estos días, el diálogo entre ambos era entonces cordial y efectivo. Coincidieron entonces en que una escalada nuclear en el Medio Oriente pondría en grave peligro la existencia de Israel. 

Actitud que tenía antecedentes. Se recordará que cuando Siria ensayó alentar en los inicios del siglo la producción de armas no convencionales con la ayuda de Corea del Norte, el primer ministro Ehud Olmert no titubeó en ordenar un ataque aéreo a las plataformas que Damasco habían construido con estas intenciones. 

Un proyecto que fue abandonado desde entonces. 

Sin embargo, en el caso de Irán las intenciones de Netanyahu y Barak fueron frenadas por los jefes de los servicios de seguridad y espionaje del país. 

Un hecho que apenas puede ser comprendido cuando se ignora la lógica y el poder de estos servicios en el caso israelí. 

En estas circunstancias, Irán avanzó en su proyecto nuclear a pesar de las sanciones concebidas y aplicadas por el expresidente Trump en 2017. Sanciones comerciales y financieras que Teherán aspira en estos días aspira a eliminar en las gestiones que tienen lugar en Viena.

El ascenso de un nuevo y radical mandatario iraní – Ebrahim Raisi – torna difícil el diálogo. El resultado final dependerá de las facilidades que Washington está dispuesto a conceder con el propósito de incentivar su economía.

Si estas gestiones no conducen a un resultado aceptable para Irán, el Medio Oriente –incluyendo por cierto a Israel– deberá lidiar con un peligroso desequilibrio militar. 

Perspectiva que hoy abruma sin palabras al gobierno presidido por Naftalí Bennet y a amplias porciones de la población.     


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