Enlace Judío México e Israel – En el epicentro del horror virreinal, el Antiguo Palacio de la Inquisición, se llevó a cabo el cierre de la conmemoración por los 500 años de presencia judía en México, evento organizado por el Centro Deportivo Israelita y la Fundación Hispanojudía.

El rabino Eli Suli y el historiador Gustavo Guerra dieron cátedra sobre la historia criptojudía de la Nueva España, una historia llena de curiosidades, anécdotas y paralelismos, moderada por Luis Huitrón.

En las narices de sus perseguidores

El 21 de septiembre de 1603, en el patio del Palacio de la Inquisición, se organizó una fiesta en honor del capitán Esteban Lemos, quien había recibido una condecoración poco antes. Los organizadores eran Sebastián y Constanza Rodríguez, un matrimonio criptojudío que llevaba siete años preso ahí mismo. El sitio fue decorado con ramas y en él se construyó una pequeña cabaña. Ni el homenajeado ni los otros inquisidores presentes supieron sino hasta tiempo después, que en realidad estaban participando en una fiesta de Sucot. 

La artimaña montada por los Rodríguez sirve como ejemplo al rabino Eli Suli para describir el enorme grado de observancia que los criptojudíos de la Nueva España seguían de las leyes hebreas, en las narices de sus perseguidores. Narra la historia en el mismo lugar donde ocurrió pero 418 años más tarde, el 28 de noviembre de 2021, día en que llega a su fin la conmemoración por los 500 años de presencia judía en México.

La conferencia con que cierra sus actividades esta conmemoración reúne a tres estudiosos de la historia judía novohispana: además del propio Suli, maestro en Estudios Judaicos y profesor de Historia Judía, se encuentra frente al público el historiador Gustavo Guerra, quien poco más tarde hablará sobre las cárceles de la Inquisición. El moderador, un colaborador de Enlace Judío, es el también historiador Luis Huitrón, cuyo entusiasmo por la causa criptojudía trasluce en cada intervención, en cada pregunta que dirige a los ponentes, quienes a lo largo de la siguiente hora no dejarán de maravillar a los presentes con su erudición, con asombrosas anécdotas y datos que no muchos conocen. 

El Mesías llegaría de México

“Desde el año 1536 ya había comunidades judías en México, en Tlaxcala, en Mérida, Tabasco y San Juan del Río, en Atotonilco, Zacatecas, Guadalajara, Puebla, Querétaro…”, narra Suli, quien describe las prácticas judeizantes observadas por los miembros de dichas comunidades: ayunos rituales, lavados de manos, estricto descanso desde el viernes en la tarde… Se trataba de judíos forzados a la conversión que, sin embargo, eran tenaces a la hora de cumplir con los preceptos de esa fe que nunca les pudo ser arrancada del todo. 

Pero quizás el dato más revelador que el rabino arrojará en esta charla de clausura es el hecho de que, en la Europa renacentista, los judíos que vivían con cierta libertad pensaban que el Mesías llegaría de México. 

Todo ese suceso surgió de una especulación cabalística”, narra Suli. El supuesto mesías era el joven Gaspar Baez, una especie de niño prodigio, hijo del poderoso Simón Baez de Sevilla, el patriarca de “una de las familias más adineradas de la Ciudad de México, que tenía vínculos con el rabino de Ámsterdam y el rabino de Venecia.” 

El joven prospecto era también el nieto de los antiguos líderes de los judíos de origen portugués, Antonio Rodríguez Arias y Blanca Enríquez. El matrimonio formado por los Baez de Sevilla llegó a tener 20 sinagogas clandestinas en Ciudad de México. “Hoy en día tenemos solo dos”, recalca el rabino para dimensionar la importancia de la pareja dentro de la comunidad criptojudía de la época. 

Según narra Suli, los judíos de Venecia enviaron a un rabino para adoctrinar el joven Baez, pero este desapareció en el camino y no se volvió a saber de él. El hijo de este primer rabino fue enviado más tarde para cumplir con la misión de su padre, y la encargada de recibirlo fue la misma Blanca Enríquez. 

Al final, todos terminaron presos y murieron en las cárceles de la Inquisición. Del joven “mesías” no se sabe mucho. Se piensa que fue enviado a España pero sus huellas se borran de la historia poco después del trágico desenlace de su familia. 

 

 

Las cárceles secretas, Picasso y el Colegio Nacional 

El maestro Gustavo Guerra, profesor de la UNAM y de la Universidad de Claustro de Sor Juana, heredó del rabino Suli la retadora tarea de cautivar a una audiencia que, para entonces, había resultado impresionada con los relatos de la vida criptojudía de la Nueva España. 

“Antes de entrar en materia, sí es importante entender cómo es la Nueva España en el siglo XVII”, inició Guerra. “Luis González Obregón menciona que (en ese contexto), las calles huelen incienso, las campanas repican en las muertes de los príncipes, consortes o para llamar a misa. Es decir, es una sociedad altamente religiosa y los judíos conversos del siglo XVII son tan importantes para la sociedad hispana porque ellos se encargan de los sectores económicos más fuertes, principalmente de las rutas marítimas.”

Para el historiador, especialista en la Virreinato, la influencia económica de los judíos conversos fue determinante. “Prácticamente todo lo que tiene que ver con la economía estaba en manos de estos judíos conversos portugueses, y al ser tan fuertes económicamente, no solamente ayudaban a la comunidad, sino también ayudaban a la sociedad novohispana que no estaba relacionada con el judaísmo.”

El maestro Guerra relata cómo la gran persecución contra los conversos judeizantes comenzó por iniciativa de una familia en concreto. “Juan Sáenz de Mañozca y su primo Juan de Mañozca y Zamora —que, de hecho, aquí en la pinacoteca está la pintura de este señor—, ellos fueron los que orquestaron la gran persecución de conversos judeizantes del siglo XVII.” 

Según el historiador, fue el propio Juan de Mañozca quien le enviaba cartas al rey Felipe III para informarle sobre las actividades criptojudías que se llevaban a cabo en la Nueva España. Incluso, se argumentó que los judeizantes conspiraban para traer una flota naval desde Portugal para independizar a la Nueva España. Sin embargo, esto era totalmente falso. 

Los Mañozca, relata Guerra, acumularon tanto poder que terminaron por ocupar el Arzobispado. Todavía hoy puede encontrarse —aunque no verse— la Cruz de Mañozca, traída por Juan de Mañozca desde el Estado de México, y fueron los principales orquestados de la sangrienta persecución de los criptojudíos novohispanos. 

Gente “enferma” de judaísmo

A una cuadra de donde este día se clausura la conmemoración por los 500 años de la presencia judía en México, se encontraban, hace cientos de años, las cárceles secretas de la Inquisición, motivo central de la exposición de Guerra. 

“El término ‘cárcel secreta’ nos hace imaginarnos muchas cosas. Nos hace pensar que  son tan secretas que la sociedad no debía enterarse”, narra. “Los inquisidores jugaban mucho con las palabras y en este caso la Inquisición, como un tribunal y como una sede burocrática, determinaron que la cárcel secreta tenía que llamarse así, porque de todo lo que pasaba ahí la gente tenía que guardar silencio absoluto”, aclara. 

Todo mundo sabía que aquellos edificios albergaban prisioneros de la Inquisición. Lo que quizá no sabían es que bajo aquellos muros se extendían túneles con conectaban al Palacio de la Inquisición con las cárceles, y que por esos pasadizos se conducía a los prisioneros, lejos de las miradas curiosas. 

Se trataba de gente “enferma” de judaísmo. “Había que ‘curar’ a la sociedad de este mal, de este ‘cáncer’ y por lo tanto, recluían a las personas en estas cárceles.” 

Entre ellas se encontraban las famosas “Cárceles de Picasso”, improvisadas en propiedades que Alonso Picasso de Hinojosa le rentaba a la Inquisición por 800 pesos de oro al año. En ellas ocurrían toda clase de barbaridades: privación del sueño, maltrato, diversas formas de tortura. 

Luego, al concluir la gran persecución, en 1649 “se tuvieron que ir desmantelando poco a poco y quedaron en posesión, obviamente, de la familia de Picasso. Posteriormente, pasaron a manos de la familia Peñalosa y hasta que finalmente terminaron en el olvido.”

Pero ahí están los archivos, los libros, los testigos de la historia que siguen hablando para quien preste oídos, y hoy se puede rastrear esas antiguas cárceles y saber qué pasó con los inmuebles que las albergaron. Uno de ellos está ocupado por una imprenta. Otro, por el Colegio Nacional.  

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