Los siguientes son extractos del libro de próxima publicación de Jenny Asse Chayo en Editorial Delirio.

Estertores de fuego en la penumbra.
El aullido del gato me habla de la vida,
en los principios de mi piel un tejado me impide mirar al cielo.

Pesadumbre de los días. La escritura es una brizna de esperanza. Apenas.
Ocho acentos sobre la tristeza. Y el tiempo sin camino.

Este teclear el borde de los días sin esperanza. Como si todo hubiese dejado de crecer de pronto.
Rostros desfigurados andan por las calles, sin el gesto de lo humano.

Hemos entrado a otro mundo. La dimensión de los abismos. Desde ahí hablar.
Anegando lo desconocido. Sin futuro.
La hoja en blanco es indiferente, como si por primera vez no le importara ser llenada ni recibirme.

Puertas cerradas. Sin llaves en el alma. ¿Cómo esculpo ahora este puño que se cierra?
Las sombras no despiertan, y sólo el murmullo de los huecos llega a mis oídos. No entiendo la
nada.

Sin embargo estoy aquí. Como si ello tuviera algún sentido. Agito mis hombros para ver si cae el mundo. Cargo todas las faltas de mi pasado. El sonido de la soledad aletea en mi sangre, ¿es poesía esto que escucho? ¿Este despertar sin nadie? ¿Este aguzar los oídos para buscar una voz alentadora?
Nadie. En este intentar describir el entre mundo. En esta mirada que zumba contra la afonía. ¿Dónde los vocablos del silencio? ¿Habré de callar horas enteras, ver si surge la revelación ansiada en este bosque del sin mundo, en esta letra?

Meses ya de mirar la nada, esa profundidad de los días que se descomponen en horas, en minutos, en segundos que caen al precipicio.

No hay un otro a quien extender mi mano; caigo en esa imprecisión de lo no dado. Fondo tragaluz del egoísmo. Mis brazos cuelgan.

Tampoco hay miradas en el fondo, nadie a quien ofrecer el pálpito de la risa. Suspirar cáscaras de luz. Desprenderse de la profundidad oscura. ¿Cómo?

 

 

En esta narrativa del sin mundo nacen luciérnagas de esperanza, alumbran y desaparecen. Busco sus huellas de luz. Aparearme con el alumbramiento. Con ese signo de nacer de pronto. De dolerme en parto, de trascender los ojos de la vergüenza. Sólo cargo nonatos en mi vientre.

Y este entregarse a la letra desde el desamparo,
este estar huyendo de la vida asiendo el alma a la palabra para no naufragar del todo.
Eros esta ahí, en algún punto de lo sagrado que nos impide morir.
Romper la corteza de la palabra para acceder al núcleo de la luz que aún nos espera.

Recibirnos a nosotros mismos, en la antesala del texto,
suplicarnos no enterrar hasta el fondo los cuchillos
susurrar que aún queda una esperanza.
¿Dónde?
¿En qué palabra?

[SIN SABER]

Llorar de auto sacrificio,
porque nunca quisimos este rumbo,
porque la soledad llega de pronto,
se anuncia como agujero en nuestro cuerpo,
nos roe, nos desatina, nos convierte en sonidos ambulantes que ya nadie escucha.

[Puntos suspensivos]

Me sostengo del punto que queda suspensivo al final de la frase.

 

 

Abrirle los ojos a la noche
en su insondable deseo,
encontrar el cuerpo ardiendo en brasas
en su estar contra la luna.

Hiendo mi rostro con el cuchillo de la letra
soy dos y soy ninguna;
aullante, en el soliloquio de mi deseo
un ojo en el centro se abre herido,
ha despertado a la luz
y temo ese escaparte de vida que se cuela al fin en la conciencia.

Lobo, lobo, no abandones la dicha de aullar contra la noche
de protestar por tanta sombra
allégate pues a mi locura
abrázala, acompáñala, justifica este sin sentido
arrastrémonos juntos a morder todas las horas.

Somos uno en este grito
rompamos los muros de la melancolía
que todos sepan que hemos caído en la hondonada
que nos han cavado hondo hasta desgarrar los nervios
y duelen de pronto todas las heridas.

Lobo cómplice que al despertar de una palabra
comprendes que la oscuridad se ha hecho para aullarla,
para desmentir al mundo de una luz que se desgarra
cada día en la intimidad del verbo y de la carne.

 

 

El aliento atraviesa, flecha etérea en el espíritu,
nos despierta en el umbral de nuestros abismos
y somos de pronto la apertura de la rosa,
el movimiento del trigo, canto del lirio saciado de esperanza.
El Aliento sagrado nos extrae del movimiento de las sombras,
dibuja un rayo de luz para Nínive, que dentro,  teme ser destruida.
De pronto el milagro de la redención y del perdón.
En el oscuro recinto entra el sol tímidamente para expandirse.
Amar y yo, letra del despertar que no sucumbe a la seducción de la noche,
camino de la sílaba errante que tiende puentes entre nuestro corazón y el cuerpo dolorido para curarlo.
Aliento-espejo de la transparencia, de la visión de lo eterno en su presencia.
Des/cubrimiento del guiño del infinito,
ahí, en el espacio que ha dejado el anhelo del corazón sangrante.
Detrás del muro el hacha, golpe tras golpe rompiendo la incapacitante soledad,
el dolor/alma: hueco por donde arriba el Soplo que da vida a la vida.
El aire diminuto se transforma en infinito, y podemos vislumbrar la profundidad del lago que nos contiene en amor placenta.
Aliento del Nombre Santo que al exhalarse crea las formas de la belleza,
el inmenso mundo.
En su centro, la humanidad, ronda las capas infinitas del luminoso viento y
renace.

 

Y si Dios fuera una Conciencia Lingüística.
Decir ilimitado que crea al pensar y al proferir nos forma.
Sustancia infinita de la Lengua que Él mismo ha creado.
Voz pura en los cauces del vacío.
Entrega que al saber nos ilumina: verdad incorruptible, que da al tiempo los
nombres de todo lo que habrá de ser.
Acción de la Lengua invisible que escribe el mundo y todas las cosas que hay
en la Tierra. Y la tierra misma, el cielo y todo lo que habrá de habitarlos.
Logos de lo sublime que engendra Su imaginación y Su deseo.
Distención de lo imposible. Esfera que derrama las esferas de Su Nombre
único y bendito, para cubrirnos de luz en el entramado de los siglos y
crearnos: instante que se desenvuelve, Voz y carne, Voz y cuerpo, para
atestiguar la Conciencia infinita, la Lingüística de Su Amor.

 


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