Enlace Judío – En una fría noche de invierno, una tormenta descendió del cielo de Tel Aviv. Evocando la famosa escena de la película Parasite, para la mayoría de los residentes la tempestad fue sólo un sonido de fondo, una inconveniencia que desapareció al amanecer. Para Micheal, Alexi y Moshe, ciudadanos sin hogar, fue una sentencia de muerte por hipotermia.

Su fallecimiento fue mayormente ignorado por los medios de comunicación. La deshumanización de las personas sin casa es un fenómeno generalizado en el mundo occidental. Vistos más como una incomodidad al paisaje que como humanos, la población y los gobiernos municipales les dedican poco interés.

Problemas sistémicos

Las muertes de la semana pasada son el resultado de problemas sistémicos que son difíciles de resolver desde la oscuridad. Desde los más generales como epidemias de adicción, incremento en desigualdad y criminalización de la pobreza hasta particularidades como falta de apoyo económico estatal durante la pandemia o arquitectura hostil para impedir la presencia de personas sin hogar en lugares públicos. 

Desde el inicio de la pandemia, el número de personas sin hogar ha incrementado al menos 27% en Israel, aunque expertos creen que la cifra es mayor. “Estamos identificando un aumento muy alarmante de cientos de personas sin hogar en los últimos meses como consecuencia de la crisis. Creemos que esto es solo el comienzo y que en los próximos meses la situación será mucho más grave” dijo en agosto el entonces director de campo de problemas pertinentes a la comunidad de personas sin hogar en el Ministerio de Servicios Sociales.

El invierno es una época particularmente peligrosa para vivir en la calle en Israel. Los climas extremos son una amenaza para aquellos que no tienen un techo donde refugiarse. Como lamentablemente se confirmó con las muertes de Michael, Alexi y Moshe, puede tener consecuencias fatales. Ante dichos sucesos, el municipio de Tel Aviv-Yafo anunció la creación improvisada de refugios para la población vulnerable. Si bien trae protección urgente e inmediata, es de suma importancia taclear el problema de raíz atendiendo sus causas.

En el libro clásico del urbanismo La muerte y vida de las grandes ciudades, Jane Jacobs describe una urbe exitosa como un ecosistema sustentado en la diversidad humana dependiente de la coordinación de sus residentes. Más allá de ideales estéticos, la ciudad debe proveer un espacio donde todos sus residentes se sientan a salvo. Hoy en día, la gente sin casa vive en un sistema que los condena por ser vulnerables.

Vida, pérdida y luto

A finales de septiembre, el periodista del diario Haaretz Bar Peleg entrevistó a ocho personas de la calle en Tel Aviv para hacer un reportaje sobre sus experiencias. El artículo es desgarrador pero vale la pena. En su mayoría inmersos en adicciones, los entrevistados se muestran preocupados con el sentimiento de inseguridad ligado a la falta de vivienda: el clima, la alimentación, la familia y el descanso se desenmascaran como privilegios.

“No tengo posesiones. He dormido en un banco toda mi vida” le dice Merav, de 44 años, a Peleg, “en invierno, entro a un edificio si llueve mucho. En verano, toda la pandilla está en la acera, así que a veces no puedo dormir realmente: hay calor, ratas, ratones, cucarachas o policías”.

Mientras tanto, David, de 63 años, se lamenta sobre la falta de oportunidades de reinserción: “He estado en muchos lugares de rehabilitación en mi vida. Incluso estuve limpio durante tres años, pero nadie me quiso dar trabajo. Por eso no pude salir de la calle. Todo es por mi pasado, por mi nombre. Es una lástima que tengan miedo: una persona cambia. No me dieron la oportunidad”.

Mirando desde afuera, puede resultar incómodo tratar con personas de la calle. Hacerlo, nos fuerza a confrontarnos con nuestra dolorosa realidad. Relata Asaf Bryt, dueño del Café Tachtit del que Moshe era cliente frecuente, que cada vez que éste se aproximaba al local “enterraba mis ojos profundamente en mi teléfono celular. Ahora, la noticia de su muerte me ha golpeado. Nunca antes había pensado en él. No durante los calurosos días de verano y no durante la actual ola de frío del invierno. Una cosa es escuchar acerca de tres personas sin hogar que murieron de frío la semana pasada y otra es conocer a uno de ellos”. 

Para familiares de los fallecidos, la coyuntura es aún más dolorosa. Es lastimoso oír su pesar. La mamá de D., quien murió a principios de mes por drogadicción habló con lágrimas en los ojos en el funeral de su hijo: “Cada rincón de esta ciudad me recuerda a ti. Compartimos recuerdos divertidos y palabras propias. Hubo mucho caos y ruido. También sufrimiento. Ahora todo es indolente. Silencio y mucho dolor. Te extrañaré toda mi vida, muchacho. Tu madre.”

Una historia universal

En realidad, la historia de las personas sin hogar en Tel Aviv podría ser escrita en casi cualquier otra ciudad del occidente. Su universalidad es lo que la hace tan desgarradora. Cada muerte de una persona de la calle es un fallo de política pública, pero también es la pérdida de seres humanos valiosos. No deberíamos esperar a sus fallecimientos para despertar interés en sus vidas. Una reforma que se centre en las personas de la calle, atienda las causas del fenómeno y promueva la reinserción social es necesaria, es Tikún Olam.

 


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