Enlace Judío – Quiero pensar que Emma Watson se metió en una controversia con Israel por buena gente, pero también ingenua. Quiero suponer que ella realmente quiere que las cosas mejoren. Pero su miopía es más grande que su criterio y, lamentablemente, se convirtió en un perfecto ejemplo de cómo el buenismo —algo tan típico de las nuevas generaciones— puede traer resultados distintos a los deseados.

¿Quién no desea que las cosas en Medio Oriente se pacifiquen de una buena vez y para siempre? ¿O quién no se muere de ganas porque los palestinos por fin puedan vivir en paz y dedicarse a prosperar? Supongo que, de un modo u otro, todos lo anhelan.

Pero una cosa es desearlo, y otra muy distinta es hacer las cosas correctas para alcanzar ese objetivo.

La nota ahora la ha dado Emma Watson, actriz que se hizo célebre por su papel de Hermione en la saga de Harry Potter, y que hizo declaraciones públicas en las que expresó su apoyo a los palestinos. Declaraciones que provocaron una fuerte crítica y respuesta por parte de la delegación diplomática israelí en la ONU.

Y es que a Emma Watson le pasa lo mismo que a muchos jóvenes en la actualidad: la urgencia por saber que apoyan causas “justas” los lleva a reducir los grandes conflictos globales de un modo que llamaremos “ingenuo”, aunque se podrían usar epítetos más fuertes.

Comencemos con lo obvio: ese buenismo propalestino existe desde los años 70. ¿Y acaso sirvió para mejorar la condición de vida de los palestinos? No. En lo absoluto. No es la sociedad palestina la que se ha visto beneficiada por el activismo de este tipo de muchachos —que no tiene nada de original ni de nuevo—.

¿Quién, entonces, se beneficia con ello? Los líderes palestinos. Es decir, Hamás y Fatah. El primero, un grupo fundamentalista, misógino, violador de Derechos Humanos, terrorista, beligerante, y que mantiene a la población palestina de Gaza bajo un brutal régimen teocrático. El segundo, un grupo corrupto, antidemocrático, timorato e hipócrita, que mantiene a la población palestina de Cisjordania en condiciones permanentes de pobreza y marginación.

El activismo propalestino solo ha servido para legitimar a Hamás y Fatah, vistos por mucha gente como “legítimos representantes” del pueblo palestino y, por lo tanto, las contrapartes con las que Israel está obligado a sentarse a negociar la paz. Incluso, en la torpe visión de no pocas personas o figuras públicas —John Kerry siempre es un buen ejemplo de este tipo de estulticia—, incluso son los grupos ante los cuales Israel debería rendirse, en nombre de ese buenismo sin pies ni cabeza.

La realidad es otra: Hamás y Fatah son dos grupos que desde hace mucho debieron ser repudiados por la comunidad internacional, dada su descarada apología de la violencia y su nula vocación por buscar una paz verdadera con Israel.

“Es que no hay nada que negociar con la potencia ocupante”, dicen las almas de buenos sentimientos pero de intelecto mediocre.

Israel no es una potencia ocupante, en términos estrictos. No hay fundamento legal para aplicar esa figura, porque los palestinos nunca han reconocido una frontera oficial con Israel. Luego entonces, la condición básica del concepto de ocupación —imponer un control político, militar o económica más allá de las propias fronteras— no existe.

Lo que existe es un litigio de tierras, en el que tanto palestinos como israelíes tienen derecho a hacer sus exigencias, y en el que ambos tendrán que hacer concesiones.

Pero ¿por qué un país poderoso y rico, con todas las ventajas y privilegios como lo es Israel, tendría derecho a hacer exigencias? ¿Y por qué un pueblo pobre, oprimido y marginado, como los palestinos, tendría que hacer concesiones?

Y… ¿pues por qué no? Ser exitoso no significa que solo debas ceder; estar arruinado no significa que solo tú tengas derecho a exigir. Esa es una idea tan tonta como injusta, maniquea y falaz.

A los palestinos no se les debe simplemente permitir que hagan lo que quieran. De hecho, eso es lo que ha sucedido durante 40 años, y el resultado es desastroso. Se les han regalado más de 35 mil millones de dólares que han servido para absolutamente nada (si se hubieran regalado entre los 5 millones de palestinos, a cada uno le habrían tocado 7 mil dólares; una familia promedio de cinco personas —papá, mamá, tres hijos— le habrían tocado 35 mil dólares; mucho más productivo que haber enriquecido solo a una cúpula despótica y corrupta).

Y, por supuesto, siguen pidiendo; ah, pero se ofenden si alguien les exige cuentas, y peor aún si se les exige eficiencia. Nadie puede tocarlos, nadie puede presionarlos, porque son pobres.

¿De dónde surge semejante bodrio ideológico? Del apoyo que reciben por parte de todos los activistas posmodernos y buenistas, como Emma Watson que, al no cuestionarse ni informarse, hacen las cosas necesarias para que los únicos que salgan fortalecidos sean Hamás y Fatah.

El verdadero activismo propalestino tiene que comenzar por la descalificación de esos dos grupos, tan inútiles como peligrosos, para que la comunidad internacional ejerzan la suficiente presión como para que se retiren del poder.

¿Y quién los va a sustituir? Buen punto. Eso es un serio problema, porque un vacío de poder sería irremediablemente llenado por grupos más radicales, como Yihad Islámica o Mártires de Al Aqsa.

Pero eso no puede ser un pretexto para fortalecer a Hamás y Fatah. En realidad, lo que se tiene que hacer es aprovechar el acercamiento cada vez más sólido entre Israel y los países árabes sunitas —es decir, los que orbitan alrededor de Arabia Saudita que, tarde o temprano, firmará también un tratado de reconocimiento con Israel—. Son estos los que se tienen que preparar para, eventualmente, imponer el orden en los territorios palestinos.

Suena duro; a muchos no les gusta. Pero ni modo. Esta es la realidad que se ha construido durante un poco más de cuatro décadas y lo que se tiene que buscar es una solución, no una venganza.

El objetivo no puede ser otro más que lograr la paz. Y “lograr la paz” significa, inequívocamente, que los palestinos puedan vivir tranquilos, seguros, prosperando, libres. Cualquier cosa menos que eso será un fracaso.

Pero una cosa es definitiva: activismos buenistas como el de Emma Watson no sirven absolutamente para nada. De ningún modo abonan para llegar a esa meta.

La pobre Emma no inventó ni descubrió el hilo negro. Lo que dijo lo han dicho muchos; lo que piensa y lo que apoya no tiene nada de original.

¿Y qué se ha logrado con eso? Nada. Dice la vieja regla empresarial que si quieres obtener resultados diferentes, hagas cosas diferentes.

Por ello, Emma y otros como ella deberían comenzar por ponerse a estudiar la historia local, para que empiecen a entender qué es lo que sucede allí.

Tal vez así logren enfocar sus buenos deseos y su activismo de un modo positivo, productivo. Tal vez así ayuden a los palestinos a liberarse de sus peores tiranos, que son otros palestinos: los que se aglutinan en Hamás y Fatah.

 


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