¿Quién me dirá si estás en el perdido

laberinto de ríos seculares

de mi sangre, Israel? ¿Quién los lugares

que mi sangre y tu sangre han recorrido?

José Luis Borges

Enlace Judío México e Israel – Hay muchas maneras de ser judías, variados modos de sentirse judío. La diversidad es constitutiva de la condición judía, como si esta característica insistiera en tornarse la dirección motriz a contracorriente de una historia, tanto externa a lo judío como a veces intrajudía, poblada de fuerzas que, en uno u otro sentido, han extendido la idea de que el judaísmo es una homogeneidad inalterable en tiempo y espacio. Por el contrario, la única constante, la invariante judía, es El Nombre (השם), cuyas infinitas formas de ser pronunciado conducen, de nuevo, como en un bucle, a la certeza de que la esencia judía, el núcleo inmutable del pueblo judío, sea la conformada por los inagotables caminos de relacionarse con ese Nombre. En cierto sentido, el ser judío es inherente a lo paradójico, como lo es el propio El-ohim, plural y singular.

Identidad

La identidad judía puede tomar raíces en la sangre (דם) de la biología, del linaje genético, del vientre de una mujer, donde se ha concebido y gesta una nueva vida judía. Dependiendo de las circunstancias personales y sociales del ser que llega al mundo, ese nacimiento a lo judío podrá encontrarse, o divergir de, o ser indiferente a, los senderos que conducen a las palabras de la Torah. Habrá judíos y judías que se acojan a un judaísmo no religioso, pero profundamente alimentado de las raíces culturales de su pueblo. Los habrá también que, desde su adhesión vital al legado cultural, desde un judaísmo cultural, se vinculen en unidad existencial con la Torah desde la fe, pero al margen de cualquier institucionalización religiosa. Incluso, quién es judío por sangre tendrá la libertad de elegir identificarse con las líneas familiares o de rechazarlas. En todo caso, esa hija de sangre, ese ser judío, formarán parte del acervo génico del pueblo judío, sea cual sea la actitud que adopte cada individuo en particular ante sus ancestros.

La Tierra

Ligada a la sangre está la tierra (אדמה), casi siempre, aunque sin excluir la posibilidad de nacimientos en tierra judía de personas alumbradas por linajes sin sangre judía. La tierra, por sí misma, puede establecer un vínculo de sangre con el ser humano (אדם), y el suelo judío engendrar un sentimiento de pertenencia al pueblo que se ha entrelazado con el barro, como aquel primer Adam cuya sangre germinaba al ser creado de la tierra. Esa hija de tierra, ese judío, profesarán al pueblo como suyo, y se filiarán como parte de ese pueblo.

La Torah

Tras la destrucción del segundo templo de Jerusalem en Tisha B’Av de 3830, la Torah, la palabra, es el santuario íntimo del judío, aquélla que no requiere ningún otro contenedor sagrado, ni siquiera las hojas donde estuviera escrita, pues las grafías y los fonemas del hebreo sagrado son ya parte intrínseca del cuerpo y del alma de quien los ha interiorizado, los pronuncia en sus labios, las visualiza en su mente, los escucha y los percibe a la manera de una conversación única e idiosincrásica con la trascendencia. Además del significado comunitario en el pueblo, las palabras en la Torah son el sonido que הי hace al vibrar en cada judía, al reverberar en cada judío. De algún modo, sin necesidad de más soporte material que el propio humano, la Torah lleva la Shekhina, la presencia del Nombre, a cada rincón donde se susurran sus palabras en hebreo.

El hebreo

Es, finalmente, esa lengua, el hebreo, donde palpita con fuerza la porción de raíz léxica (ד-מ) que es común a sangre (דם), tierra (אדמה), y ser humano (אדם), y en la que está incardinada la Torah, que es la palabra con la que הי se llegó al mundo. Así pues, el hebreo es otra articulación que puede traducir la vocación judía en un individuo, el sentirse judío, la conversión espiritual que contiene la iluminación hacia la Torah, hacia la comunidad del Shabat. Esa hija de la palabra, ese judío por vínculo espiritual, no lo serán por la genética de la sangre, ni por la sangre de la tierra, pero sí sentirán como suyo a, y se reconocerán parte de, ese pueblo que escucha (שמע ישראל).

Diversidad

A partir de esa diversidad, la concreta orientación que adopte cada una de las comunidades del pueblo judío al respecto de la vivencia específica, y de la sus miembros, de la identidad judía será cuestión, como ha venido siendo desde un principio y desde siempre, de particularidades experienciales y teológicas, y de la intersección que tengan esas particularidades con la institucionalización y las políticas del judaísmo en cada momento histórico, intersección que determinará a su vez reconocimientos o rechazos mutuos entre comunidades. Algunos se adscribirán a las diferentes manifestaciones de la ortodoxia, otros a posiciones conservadoras, un número a una visión progresista de la experiencia judía, y más a una condición secularizada, incluso un número menor se declaran ateos. Es posible que exista el canon del ser judío, aunque es consustancial al judaísmo que las palabras misteriosas de Hashem comenzarán por dirigirse a alguien que procedía del “otro lado”, Abraham el Hebreo.

Ateísmo

Precisamente al respecto del ateísmo en personas del pueblo judío es Abraham quien tiene algo que decir. Aunque el porcentaje de ateos, también de agnósticos, en el judaísmo sea menor en comparación con los distintos modos de confesionalidad, incluso cuando la negación de Hashem sea una posición existencial basada en la convicción íntima de un individuo, en tanto judío por línea de sangre se encontrará con la paradoja de que no tiene manera de desligarse de El-ohim, puesto que no tiene forma de desarraigarse del judaísmo.

El judío es un sujeto colectivo

Y decíamos que es Abraham quien tiene la respuesta pues el pueblo judío arranca con el lej-leja (el imperativo “ve” o dirígete) con el que Hashem comanda a Abraham para que abandone su tierra de nacimiento y eche raíces en la tierra que será Israel, pero no como individuo, sino para hacer de Abraham, del sujeto concreto, legoi gadol, una “gran nación”. Es decir, el judaísmo es indisoluble del pueblo, de la comunidad judía, y ese pueblo es indisociable de Hashem, con independencia de cualesquiera sean las actitudes particulares de cada persona respecto del propio pueblo y de su El-ohim. De este modo, una persona que por vía matrilineal (ortodoxia) o patrilineal sea parte del pueblo judío, aunque por su elección de libertad personal tenga legitimidad para distanciarse tanto de su comunidad como de Hashem, por su herencia histórica desde Abraham estará vinculado a ese El-ohim que verbaliza su pueblo en hebreo a través de la Torah. Una de las esencias existenciales del judaísmo, que en sí misma es la fuerza de su tronco matricial, es que no hay manera de ser judío individualmente, aisladamente:

El judío es un sujeto colectivo, un pueblo, expresado en concreciones con tanta variedad como la libertad humana permita, pero como comunidad indisociable del Hashem que acompaña al colectivo que camina por el desierto.


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.