Enlace Judío – Uno de mis pasatiempos durante esta época de pandemia, ha sido dedicarme a ordenar viejas fotografías familiares. Me ha resultado muy emotivo, nostálgico y sin duda conmovedor.

Especialmente antiguas fotografías de la casa de mis padres en mi adolescencia. Ya saben, fotos de la sala, de la televisión blanco y negro, que era más grande que la mesa, y muchas otras que reflejan cómo vivíamos, cuales eran las costumbres en aquellos días. Y algo que me llamó la atención, fue ver en la sala, unos bellísimos sillones, protegidos con un plástico transparente. Lo que recodaba también, es que cuando había una simje, mi mamá le sacaba el plástico. Quería que todo se viera como nuevo.

Y lo asocié con un texto que alguna leí y me identifiqué, que guardé y quiero compartir con ustedes. Quiero hacerlo porque creo que contienen una lección de sabiduría, de reflexión y de inspiración que tanto ustedes como yo necesitamos traer a nuestra vida personal.
En un breve relato, Erma Bomback escribió: “Vengo de una familia de ahorradores, marcada por la pobreza. Una familia que creció en la época muy dura, que enfrentó abnegadamente muchos días y noches de sacrificios y de privaciones.

A través de los años, he visto un número razonable de familiares que han muerto dejando velas que nunca fueron encendidas, electrodomésticos que nunca fueron sacados de las cajas, vinos que fueron guardados para “una ocasión especial” y sofás nuevos que fueron recubiertos con cobijas. Esto llega a crear un hábito. Después de un tiempo, tú tienes sueños que escondes por el día esperando que llegue el momento de hacerlos realidad. Tienes elogios hacia las personas, que postergas hasta que llegue “el momento apropiado.” Tienes rencores que vas a aclarar cuando “encuentres el tiempo”, que nunca encuentras.

He aprendido que cuando no se usan, los cubiertos de plata pierden su brillo; que el perfume se convierte en alcohol y no huele igual; que el plástico para cubrir las lámparas del polvo las hace envejecerse y que las ideas que se guardan para un “futuro artículo” frecuentemente se hacen obsoletas.

Tengo el sueño que cuando me pidan dar cuentas de mi vida ante el Tribunal Celestial será algo así: Ellos dirán: ‘Bien, vacía tus bolsillos, por favor. ¿Qué te ha sobrado de tu vida? ¿Algún sueño sin realizar? ¿Algún talento que tuviste al nacer y que aún te queda? ¿Elogios sin decir o algo de amor sin compartir?’ Y yo contestaré, ‘No tengo nada que devolver. Yo gasté todo lo que Tú me diste. Estoy tan desnudo como el día que nací’.

Pensé en mis padres y su generación, y en los de la generación “te ves muy bien”, que entenderán mi nostalgia y las imágenes que transmití. Y esta es la lección de vida que aprendí de Erma Bromback. Si tú guardas, guardas y guardas, si no disfrutas de los placeres de la vida sino hasta ‘algún día’, si no disfrutas de tu sala y la usas solo para las visitas, si guardas aquel vino para la ocasión especial, en cualquier momento se acabó el tiempo y te darás cuenta de que simplemente no has vivido.

Y justamente este Shabat la Torá nos plantea una idea similar. Cuenta que los israelitas en el desierto se quejaban sobre la comida, entre paréntesis se quejaban de todo, por eso probablemente somos quejosos profesionales, y entonces Dios les dio cada mañana maná, que tenía el sabor que cada uno deseaba al comerlo. Pero había un detalle.

El maná no se podía guardar para el día siguiente. Claro que algunos se hicieron de oídos sordos y guardaron una parte para la mañana siguiente. Y la Torá describe con elegancia, que ‘lo que dejaron para el día siguiente se pudrió’.

El propósito del maná fue enseñarnos que ciertas cosas no se pueden guardar o posponer para el futuro. Ciertas cosas, como por ejemplo, la vida. Cada día de tu vida debes vivirlo ese mismo día, de lo contrario se echa a perder. En pocas palabras, la vida, como el maná, “no se debe guardar para mañana”.

Disfruten los muebles ahora, usen su vajilla hoy, saboreen aquella botella especial hoy, usen su perfume especial hoy. En pocas palabras, la vida, como el maná, no se debe guardar para disfrutar mañana. Porque si posponemos y guardamos la vida para disfrutarla “algún día”, algún día descubrirás que simplemente no has vivido.

Recuerda que el día que no viviste hoy, mañana ya no sirve.

 


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