Enlace Judío México- Todo este ritual de ser mundo me cansa. Muchas veces he pedido atravesar con mi luz otros espacios, allegarme a otras dimensiones donde la verdad no esté divida en tantos rostros, en tantas palabras, risas, resquemores, conveniencias.

Muchas veces, con la plegaria en los ojos, he pedido a Dios que me lleve junto a Él para conocer en silencio el Absoluto y no tener que estar rodeada de tantas divisiones, de tanta estridencia sin escrúpulos, que intentar separar todos los días las hebras de luz de las hebras oscuras me cansa y no me deja conforme.

Porque nunca habré de saber ni siquiera que he llegado a la verdad, a abrazar de una vez por todas la Luz sin que nadie me la quite.

Todo este ritual de ser mundo me cansa, sí a veces, percibo, más que a cualquiera.

Y sin embargo, sigo con una llama parpadeando en el fondo de mi cuerpo, con una voz que me dice que ahí, en el oscuro ritmo de las cosas, habré de encontrar lo que tanto he anhelado.

¿Habrá un destino para mí fuera de las páginas que escribo?

¿Un lago a donde pertenecer y alcanzar por fin la transparencia?

No lo sé, he terminado de leer la autobiografía de Esther Seligson, Todo aquí es polvo, y me estremezco ante esa búsqueda feroz de libertad encontrada al fin a un precio muy alto.

Y todo ese dolor de muerte y vida que se entremezcla con la tinta y las palabras, todo ese cúmulo de experiencias vividas bajo el deseo inmenso de atrapar el absoluto y la conciencia de su fugacidad.

Instantes de ser como los llamara Virginia Wolf y que Esther busca desesperadamente y nombra con una claridad enloquecedora.

La vida no es más que la suma de instantes únicos que no se dejan atrapar y que nos dejan sumidos en una soledad aterradora o luminosa según dicten los acontecimientos vividos y nuestra interpretación de la realidad y lo que nos atraviesa.

La vida no es más que un camino que hacemos con nuestros pasos cada día pero ¿si uno no quiere dar los pasos?

Si uno está cansado de ser mundo y no encuentra ni siquiera un lugar que le valga la pena pisar.

Ahí la enredada psique con sus químicas menguantes  y desordenadas, ahí la personalidad del escriba, múltiple en ascensos y descensos, vivir en el mundo interior plagado de preguntas, descontentos, remembranzas, vicios, heridas, pensamientos.

Ahí el surco de lo invisible que, sin embargo, es lo único que nos impulsa a vivir o a morir.

De Esther, sé sin temor a equivocarme, que es una figura poética aún no comprendida del todo, un ser que tocó las cúspides de la verdad y la belleza, tanto como los abismo del horror y del dolor sin nombre.

Enigmática y recia, una parte de ella vivía más allá, en intersticios inalcanzables a los seres que la rodeaban y otra plena, arraigada al mundo,  a las tierras que le fue dado atravesar y de las cuales extrajo la pulpa más exuberante.

Sé que algo me une a esa mujer poderosamente y algo igual de poderoso me separa de ella, quizá nuestros anhelos son los mismos, no así la vocación de transgredir sin límites en pro del encuentro con lo deseado.

Cada cual tiene su historia y en ella los misterios de la diferencia.

Rastros invisibles nos colocan en lugar inimaginables, huellas inconscientes en el alma nos harán dar pasos que ni siquiera nos pertenecen totalmente pero que responden a esa estructura de nuestro espíritu imposible de descifrar por completo.

Creo en el misterio de nuestros orígenes, en esos puntos ciegos a los que nos es imposible llegar y que seguramente nos marcaron así, ciega y definitivamente.

Creo también en una supra conciencia arraigada al ser, en una voz que nos guía a cumplir nuestro destino aunque a veces nos neguemos a él.

Sé que el tiempo de la infancia, ese que no podemos ni siquiera recordar porque aún no teníamos la palabra, guarda esas marcas indescifrables que dieron forma al alma y que bajo esos sellos vivimos incurable/mente.

Todo aquí es polvo, dice Esther

y con ello convoca a la muerte, desde el reconocimiento de esa humildad que le fue dado conquistar según ella misma lo dice.

Todo aquí es polvo y quizá desde esa luminosa conciencia pueda el hombre aparecer frente a sí mismo más digno, más fiel a sus orígenes, más feliz en este tránsito fugaz, del polvo al polvo, que llamamos vida.

Quiera la rosa amanecer junto a la rosa, quiera la raíz saber que ha servido siempre para sostener al árbol.

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