Enlace Judío – Pocas veces nos detenemos a pensar que el lenguaje es un reflejo directo de nuestra percepción de la realidad, y de nuestra capacidad de elaborar ideas. Y supongo que menos veces se nos ocurre pensar que el estudio de la profecía bíblica nos obliga a tomar en cuenta esta importante idea. De lo contrario, corremos el riesgo de terminar diciendo disparates.

En estos días me han preguntado muchas veces si la actual guerra entre Rusia y Ucrania (es un decir; en realidad, se trata de una invasión artera por parte de Rusia) está profetizada en la Biblia y si juega algún tipo de papel en un hipotético “fin del mundo”.

Mi respuesta es que decir “sí” o “no” depende de qué entendamos por “profecía”. Por decirlo de modo sucinto y rápido, sería un error decir que la Biblia predijo esta confrontación; pero también sería un error decir que la Biblia no habla de esta confrontación.

Me explico.

No hay que confundir “profecía” con “predicción”. Son dos cosas completamente distintas que, por lo mismo, tienen objetivos completamente distintos. La predicción es el mero anuncio de lo que ocurrirá en el futuro, y en estricto, no es muy distinto si surge de la barroca imaginación de un visionario, de la lectura de runas vikingas, de una tirada de Tarot, o de una visita con tu gitana favorita.

La profecía es algo mucho más complejo que eso. Es, en esencia, crítica social.

Lo puedes corroborar en los libros de los profetas (Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Joel, Amós, Ovadia, Yoná, Miqueas, Najum, Habakuk, Zefania, Hageo, Zejaria y Malaji; recuerda que en el canon hebreo, Daniel y Lamentaciones no son parte de la sección de profetas). Ahí está muy claro que los autores no son personas interesadas en simplemente anunciar lo que va a suceder en el futuro, sino en entender las causas de los juicios de D-os. Porque sus anuncios a futuro son eso: juicios de D-os. En muchos sentidos, son libros profundamente oscuros o pesimistas, ya que nos confrontan con panoramas a veces desoladores, a ratos simplemente difíciles.

Y lo hacen por una razón muy concreta: quieren entender qué es lo que está fallando en el ser humano y, de ser posible, cuál es el modo de corregirlo.

Acaso el texto que mejor lo retrata es el que parecería más banal de todos: Yoná (Jonás). Es el único profeta claramente reconocido como profeta, que hace una predicción (Nínive será destruida en cuarenta días) que no se cumple. Y no por ello deja de ser profeta, ni su libro deja de ser profético.

En el libro de Yoná todo parece girar en torno a lo ridículo. Su conducta es ridícula (desde su decisión de irse a Tarsis, hasta su berrinche infantil por la calabacera seca), su suerte es ridícula (eso de viajar en el vientre de un gran pez no es cualquier cosa), y su imagen pública se vuelve ridícula (mira que anunciar la fecha del fin del mundo y fallar catastróficamente).

Por eso es tan importante el libro: pone el énfasis en que la médula de la profecía no es la predicción (eso es, justamente, lo ridículo), sino retar al oyente a que se arrepienta de sus pecados.

Al verdadero profeta no le importa si el oráculo se cumple o no. Le importa que la humanidad corrija su modo de comportarse.

Pero entonces ¿cómo hay que entender los tantísimos oráculos que encontramos en los libros de los profetas? Evidentemente, de este modo: el profeta analiza lo que funciona mal en una sociedad; es desde ese análisis que anuncia lo que va a ocurrir en un futuro, generalmente cercano. Pero su anuncio no se limita al “esto es lo que va a pasar”, como si fuese un destino ineludible. Si así fuera, daría lo mismo un astrólogo que un profeta.

Lo dice en el tono de “si te corriges, esto es lo que vas a evitar; si no te corriges, esto es lo que va a pasar”. Y eso que “va a pasar” no es sino la mera consecuencia de todo aquello que está fallando previamente. No hay nada de magia en la verdadera profecía. Es, por el contrario, un profundo conocimiento de la sociedad humana, de sus vicios y virtudes, y de cómo la ley de causa y efecto actúa en cada una de nuestras decisiones, ya sean individuales o colectivas.

Hay muchos ejemplos de los diversos estilos o tipos de profecía que, aunque giran alrededor de esta crítica social, pueden tomar matices muy distintos.

Entre todos ellos, hay un pasaje bíblico que sobresale y que desde la antigüedad ha generado todo tipo de especulaciones: los capítulos 36 al 39 del libro de Ezequiel. En mi muy personal opinión, son el culmen en la evolución del género profético. Se trata de la obra maestra jamás escrita por algún profeta israelita.

Todo el libro de Ezequiel es, literalmente, alucinante. Sus visiones son las más complejas (vamos, empieza nada más ni nada menos que con la Merkavá, la imagen bíblica más enigmática), y fueron la fuente de inspiración para la posterior literatura apocalíptica (aunque hay que recalcar: Ezequiel no es un libro apocalíptico).

¿Qué tenía en mente su autor? Por supuesto, es imposible llegar a una respuesta definitiva. Pero hay que tomar en cuenta esto: el lenguaje en tiempos de Ezequiel era muy distinto al lenguaje de nuestros tiempos, porque la percepción de la realidad en la antigüedad era distinta a la que tenemos hoy en día; por lo tanto, las ideas que se podían desarrollar en esa antigüedad eran notoriamente diferentes a las que podemos desarrollar en nuestros tiempos.

Tal vez Ezequiel habría escrito un complejo tratado filosófico, si hubiese nacido en el siglo XX. Pero como autor antiguo, utilizó los recursos de su tiempo, y por ello optó por escribir un libro de visiones.

¿Qué tiene de especial la visión? Que puede ser tan ambigua como el autor quiera. Y si quiere que sea ambigua, es porque tal vez no quiera referirse a algo en concreto, sino a eso que siempre está detrás de las cosas concretas: los arquetipos.

Me refiero a esto: entre todos los que me han preguntado si esta guerra entre Rusia y Ucrania está predicha en la Biblia, algunos me han preguntado también, y de manera más específica, si esto podría derivar en un ataque o invasión de Rusia a Israel, y que si con ello se estaría cumpliendo la profecía sobre Gog y Magog (Ezequiel 38-39).

La respuesta tajante es que no, empezando porque Rusia no se va a lanzar a invadir a Israel. En realidad, ni siquiera puede con Ucrania, y ya tiene a todo el mundo abrumándolo con sanciones que van a hundir al Kremlin en una crisis económica sin precedentes. Así que eso está descartado.

Pero de allí surge una pregunta más que interesante: ¿entonces a quién se refiere la profecía sobre Gog y Magog?

Mi muy personal opinión, es que a nadie en concreto. Es una profecía, pero no una predicción sobre alguien concreto en un momento concreto en la Historia. En cambio, se trata de un profundo análisis de arquetipos por parte del profeta, y por eso la profecía sobre Gog y Magog puede aplicarse a todos aquellos episodios en los que la tierra de Israel fue invadida.

El de Gog y Magog es un pasaje que nos habla sobre “El Invasor”. No un invasor en concreto, sino “El Invasor”. Es decir, el arquetipo, aquello que está presente en todos los invasores de la Historia. Esto, por supuesto, es importante, porque este libro fue escrito por un contemporáneo de la invasión babilónica. Es decir, que vio con sus propios ojos cómo funcionaba la dinámica social de un imperio o reino conquistando y destruyendo a otro.

¿Y qué es lo que dice el profeta? Que “El Invasor” termina por destruirse a sí mismo.

Según el propio Ezequiel, las visiones comenzaron en el año quinto de la deportación del rey Joaquim, es decir, hacia el año 600 AEC. Él fue uno de los trasladados a Babilonia y se encontraba allí cuando recibió la noticia de la caída de Jerusalén (Ezequiel 31:21-33) doce años más tarde.

Más de la mitad del libro (capítulos 1-24) están dedicados a analizar los fallos del propio Israel. Es decir, las causas de su debacle como sociedad. Apenas en el capítulo 25 empiezan los oráculos contra otras naciones: contra Amón (25:1-7), contra Moab (25:8-11), contra Edom (25:12-14), contra Filistea (25:15-17), contra Fenicia (capítulos 26-28), y contra Egipto (capítulos 29-32). Luego vienen una serie de críticas y exhortos al pueblo de Israel (capítulos 33-34), y un último oráculo contra el Monte de Seir (capítulo 35).

Y así llegamos al capítulo 36, donde se habla de la futura restauración de Israel; al capítulo 37, donde está la portentosa visión del Valle de los Huesos Secos; y los capítulos 38 y 39, donde se habla de la invasión de Gog y Magog.

Toma nota de este detalle: Ezequiel no le dedica ningún oráculo a Babilonia. Extraño, porque es el reino en el que se encontraba cautivo, y el que justo en esos tiempos destruyó a Jerusalén y su Templo.

Sin que podamos sacar conclusiones definitivas —debido a la ambigüedad con la que el autor, a propósito, elaboró el texto—, bien puede ser que la invasión babilónica haya sido lo que Ezequiel tenía en mente a la hora de escribir el texto sobre Gog y Magog. Y no porque quisiera retratar dicha invasión, o porque quisiera analizarla en sus detalles, sino por otra cosa: porque quiso explicarnos un arquetipo fundamental, que no es otro sino el del invasor-conquistador que termina por destruirse a sí mismo.

Babilonia no se destruyó a sí misma en los términos que Ezequiel habla de Gog y Magog. Pero se destruyó a sí mismo. Los detalles son lo de menos, lo importante es la pintura en general. Cada uno a su modo, pero todos los conquistadores terminan por colapsar, presas de su propia ambición.

Por eso es que puedo apelar a una idea aparentemente contradictoria y decir que Ezequiel 38 y 39 no predicen la actual guerra entre Rusia y Ucrania, pero hablan de la actual guerra entre Rusia y Ucrania. Hablan de ella —y de cualquier otra guerra de conquista— porque nos explican que el conquistador siempre se derrumba por su propio peso. Y la portentosa visión del Valle de los Huesos secos nos pone frente a otro arquetipo: Israel siempre renace de su propia destrucción; no importa que se encuentre “seco” en apariencia; no importa que los demás lo den por muerto. Siempre el pueblo judío volverá a levantar un ejército de almas, por irreal que esto parezca a simple vista.

Eso es lo fascinante de la profecía. De la verdadera profecía. No nos habla de un evento concreto, no se limita a una época específica. Si fuese así, su utilidad sería pasajera. Es decir, una vez cumplida la predicción, la profecía quedaría sólo como mera curiosidad simpática, puntería del adivino que la escribió.

Lo que hace de la profecía bíblica algo inmortal, siempre vigente, siempre actual, es que nos explica los arquetipos, las causas y los efectos, cómo ciertas dinámicas sociales engendran otras dinámicas sociales. Los detalles pueden variar, pero la inercia histórica no. En este caso en especial —el de Gog y Magog— el mensaje es claro: el conquistador tarde o temprano termina por destruirse. No existe un solo imperio que haya sido eterno; todos, tras su momento de auge, se derrumbaron.

Del mismo modo, no importa que tan seco o que tan muerto pareciera el pueblo de Israel. Siempre, desde sus propias cenizas, renace y se vuelve a convertir en una multitud.

De eso fue de lo que nos habló el profeta, y su precisión es tal que por ello podemos confundirnos y creer que cierto pasaje se trata de “una predicción” sobre algo que está ocurriendo en este momento. Pero no. En realidad, es algo todavía más complejo, de mayor alcance: los profetas nos hablan de cosas que ocurren todo el tiempo.

¿Para qué? Ahí está el formidable libro de Yoná para recordárnoslo: para que nos arrepintamos y corrijamos nuestro modo de comportarnos, porque esa es nuestra única posibilidad para librarnos de los juicios de D-os.

Alguien, por favor, explíqueselo a Vladimir Putin.

Le urge.


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.