Enlace Judío – Hace unos días, un amigo me preguntó por qué me empeño tanto en defender los derechos de los palestinos. “Ni siquiera tienen tus mismos valores”, me dijo, “tan solo ve cómo tratan a las mujeres, lo retrógradas que son con los homosexuales y sus manifiestos abiertamente antisemitas”.

No es la primera vez que me enfrento con tal cuestionamiento. Es tan común que ni siquiera recuerdo cuándo lo oí por primera vez. Recuerdo haberlo visto en redes sociales, hablar al respecto en salones de clases y escucharlo en medios de comunicación. Dicho de otra forma, es una aseveración recurrente.

El argumento obedece a lo que yo llamo la falacia de la víctima perfecta. La explicación está en su nombre mismo: es la idea de que una víctima necesita ser perfecta para ser tratada cómo tal. El concepto está en todos lados: para algunos, se manifiesta con flores y martirización. ¿A quién no le ha tocado ver cómo después que algún famoso fallece se le comienzan a adjudicar únicamente valores positivos?

De repente, los políticos ya no son corruptos y los maestros de la guerra se convierten en “genios estrategas”. Conversamente, a otros les toca el lado contrario de la moneda: después de sufrir un crimen, la víctima “seguro estaba metida en algo” o tenía que tener manchas en su pasado. El ejemplo de George Floyd sirve para ilustrar a lo que me refiero: tras ser asesinado por la policía, hubo gente trató de deslegitimar el caso aludiendo a problemas con abuso de sustancias en su pasado como si eso le quitara valor a su vida.

Algo similar ocurre cuando se proyecta la búsqueda de una víctima perfecta al pueblo palestino. No es que no sean importantes los derechos de la mujer, los homosexuales y los judíos, pero por más deleznable que sean esas ideas por parte de cualquier institución o individuo, no se resta valor a sus vidas o luchas por independizarse.

Si la legitimidad de todas las naciones se midiera con la vara de la justicia, no existiría ningún país en el mundo. El discurso de la víctima perfecta nos hace creer que la única forma en que podemos empatizar con una persona, una causa o un pueblo es si tiene un historial limpio, sin manchas, errores o puntos bajos. 

En vez de buscar errores en el Otro, es más útil encontrar nuestra humanidad compartida y analizar desde ahí. Por más diferencias fundamentales que se pueda tener con otras personas, se puede encontrar una lucha contra la injusticia, el sufrimiento y por los Derechos Humanos que tanto buscamos todas las personas.

En palabras de la antropóloga argentina Rita Segato: “La víctima no necesita ser buena y pura para ser comprendida como víctima, solo necesita ser persona. Entender la diferencia es dar el giro político que la sociedad necesita para que injusticias no vuelvan a sucederle a nadie”.

 


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