Enlace Judío – Fuera de toda duda, el relato del Éxodo es el más poderoso, fascinante e intrigante de la Biblia hebrea. Sus páginas han inspirado a la humanidad desde hace miles de años. Su relato es la base para la celebración de una de las festividades más antiguas del mundo —el Pésaj judío— que se mantiene vigente sin visos de que eso vaya a cambiar. ¿Qué hay detrás de este relato, que aún después de varios siglos desde que se escribió, nos sigue cautivando?

Uno de los rasgos más geniales del Éxodo es que retrata la realidad humana con una precisión sorprendente. Ahí donde muchos datos parecen ambiguos —por ejemplo, no se nos da el nombre del faraón—, el análisis que surge de cada versículo es profundamente asertivo —por ejemplo, la manera en la que el poder intoxica a quien lo ostenta de manera absoluta—.

Lo interesante es que no hay que esforzarnos demasiado para detectar cómo ese relato antiguo sigue gozando de una actualidad pasmosa, y el que nos está regalando una demostración que raya en lo inverosímil, es Vladimir Putin. Está cometiendo exactamente los mismos errores que el Faraón.

Por supuesto, hay una diferencia fundamental entre los casos del antiguo Israel en Egipto y Ucrania en su defensa ante la invasión rusa: Israel estaba sometido a una cruel servidumbre en el reino de los faraones, y su sueño era volver a su hogar ancestral; en contraste, los ucranianos están en su propio país, defendiéndolo con todo lo que tienen a su alcance.

Pero si las diferencias son evidentes en las condiciones de judío y ucranianos, las obsesiones de los tiranos —el faraón en un caso, Putin en el otro— son las mismas.

“Deja ir a mi pueblo”, es lo que Moisés le dice al faraón y este no es capaz de entender que no es dueño de esas personas. Igual que Putin.

Todo el dilema que genera el conflicto entre israelitas y egipcios surge de la obsesión del faraón por imponerse como el dueño de la vida y la muerte de un pueblo distinto al suyo. Igual que Putin.

Toda la controversia que se va a desatar entre faraón y Moisés es porque el monarca egipcio no puede tolerar que los israelitas hagan su vida propia, tengan su nación propia, construyan su destino propio. Igual que Putin.

Y todas las decisiones que el faraón toma para tratar de conservar su dominio sobre un pueblo que quiere ser libre, se traducen en una sucesión de plagas que, al final, dejan devastado al propio Egipto. Igual que Putin.

El discurso de Vladimir Putin es tan elemental que incluso parece neolítico —literalmente; esa fue la era en la que vivieron Faraón y Moisés—. En su retorcida óptica, Ucrania no tiene por qué ser libre. Debe ser parte de la Gran Rusia y la pura posibilidad de que se convierta en un país plenamente soberano es vista por Putin tanto como una afrenta, como una amenaza a la seguridad de Rusia.

Algo totalmente irreal y absurdo.

Pero es que así es el poder absoluto: hace que quien lo ostenta viva con un pavor absoluto.

Sorprendentemente, ese fue el mismo razonamiento del faraón: “Entretanto, se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a Yosef, y dijo a su pueblo: He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros. Ahora, pues, seamos sabios para con él, para que no se multipliquen, y acontezca que viniendo guerra, él también se una a nuestros enemigos y pelee contra nosotros, y se vaya de la tierra” (Éxodo 1:8-10).

Es bajo esa lógica que faraón somete a los israelitas a una cruel servidumbre; es bajo esa misma lógica que Putin se ha lanzado a la conquista de Ucrania.

Los dos monarcas se equivocaron catastróficamente en sus decisiones. El faraón llevó a Egipto a una desgracia total, provocada por las célebres Diez Plagas. El texto bíblico no nos da demasiados detalles respecto a ellas. Las menciona, pero no nos dice cuánto duraron. Visto el relato de un modo superficial, pareciera que todo fue un asunto de unas semanas. Pero no necesariamente. Si las entendemos no como un acto de magia, sino como parte de toda una crisis, podríamos asumir que el asunto se llevó varios meses, si no es que años.

La crisis inicial es eminentemente ecológica: el río se convierte en sangre y después de ello viene un profundo desequilibrio del ecosistema. Por eso siguen las plagas correspondientes a la invasión de ranas, luego piojos, luego moscas de gran tamaño. Eso va a repercutir en el ganado, que es la víctima de la siguiente plaga. Entonces ya no sólo hablamos de la ruina del ecosistema, sino también de una afectación económica. Lo que sigue es tan lógico como terrible: úlceras; es decir, una crisis de salud.

La secuencia de estas primeras seis plagas es pasmosamente correcta: si las obsesiones del tirano provocan un daño al medio ambiente, la vida animal pronto se verá afectada y eso se traducirá inevitablemente en una crisis económica, a la que seguirá una crisis sanitaria.

Lo que sigue es igualmente preciso: primero la plaga de lluvia de fuego y granizo, y luego la de langostas y saltamontes. ¿De qué se tratan? Del colapso de la actividad económica. Sigue la plaga de oscuridad, que se refiere a la crisis energética. Finalmente, la muerte de los primogénitos. Es decir, la sociedad que no puede evitar que su juventud, en vez de ser el futuro, se convierta en la víctima mortal.

Esta secuencia tan precisa no es accidente. Es el reflejo de que la experiencia egipcia fue una crisis de máximas dimensiones. Si el texto bíblico la ha reducido a diez plagas, es mera cuestión de estilo literario. Los egipcios de ese momento no lo sintieron como diciendo “rayos, ya acabó la tercera plaga y estamos empezando con la cuarta”. En realidad, debieron resentirlo todo como parte de un mismo proceso de descomposición del orden social, siempre vinculado con una fuerte afectación a la naturaleza.

Y es que así son las crisis provocadas por los tiranos. Lo estamos viendo en Rusia: la obsesión de Putin con el asunto de Ucrania ha provocado una serie de graves sanciones por parte de los países occidentales, y eso va a hundir a la economía rusa. Los efectos apenas empiezan a sentirse, y será cuestión de tiempo para que toda la población lo resienta. Mientras tanto, los jóvenes rusos que deberían estar enfocados en estudiar o trabajar para superarse, están muriendo sin sentido en una guerra que ni siquiera entienden, y por culpa de la cual se han convertido en criminales despiadados.

Víctimas de su propio sistema y victimarios del pueblo ucraniano, los soldados rusos nos permiten contemplar de cerca —y con mucho pavor— cómo funciona la psicología de una sociedad que se ha rendido ante el monarca loco: empiezan siendo víctimas de las obsesiones de su rey, pero terminan siendo cómplices en sus crímenes. Y por eso es que se hunden, no nada más en lo individual, sino también en lo social.

Ese es el significado más profundo del episodio del mar Rojo, más allá de lo milagroso del relato. No es nada más la magia de ver cómo se abre un mar y un pueblo atraviesa en seco mientras el otro se ahoga. Lo tremendo es ver cómo una sociedad corre hacia su propia autodestrucción, porque ha perdido la capacidad de decirle “no” a su dictador.

En el fondo, esa es la gran diferencia entre egipcios e israelitas: los primeros se rindieron a la voluntad de su gobernante; los otros —nosotros— conservaron la capacidad de rehusarse a lo inhumano, de rechazar la ignominia, de rebelarse en contra de la injusticia.

Pero dice la Torá en repetidas ocasiones que el faraón endureció su corazón y ello sólo se tradujo en que la crisis (las plagas) se extendiera hasta llegar a las peores consecuencias posibles.

Justo como Putin se está comportando en este momento.

No puede ganar la guerra. Mientras más se alargue, más debilitado estará económicamente y llegará el punto en que simplemente se tenga que rendir.

Pero no lo entiende. Vive obsesionado con que los ucranianos deben ser sus vasallos, igual que el faraón vivía obsesionado con conservar a los israelitas como sus siervos.

Al final, Vladimir Putin solo verá cómo sus ejércitos mueren ahogados tras una inútil persecución de aquellos a quienes no quieren dejar libres.

Entonces, una vez confirmaremos que el Éxodo es un relato histórico en una dimensión que parece sacada de una novela de ficción, pero que es profundamente real y actual. Es decir, no es histórico nada más porque nos hable de cosas que ocurrieron en el pasado, sino que es histórico porque nos habla de cosas que suceden todo el tiempo, y que en este momento está ocurriendo frente a nuestras propias narices.

Y es que todos los tiranos son iguales.

La Biblia, en un rasgo de absoluta genialidad, los ha descrito a la perfección.

 


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