Enlace Judío – En su discurso para recibir el Premio Nobel de Literatura, el poeta checo Czeslaw Milosz dijo que “en una sala donde la gente mantiene unánimemente una conspiración de silencio, la verdad suena como el disparo de una pistola”.

¿Tendrá el General Doron Piles tanto miedo a que se escuche ese estallido? De otra manera no se explica porque decidió a través de la Corte Militar de Apelaciones bloquear el requerimiento de transparentar y publicar materiales relacionados con la Masacre de Kafr Qasim en 1956

Los testimonios de los testigos de la tragedia son bien conocidos: En las vísperas de la guerra del Sinaí, 47 civiles árabes desarmados en el pueblo de Kafr Qasim ignoraban que comenzaría un toque de queda. Al permanecer en las calles después de la hora permitida, fueron asesinados por la policía israelí. Los perpetradores del crimen fueron arrestados, pero se les otorgó un indulto y fueron liberados tras un año en prisión.

La Masacre de Kafr Qasim cobró tanta importancia que presidentes de Israel como Shimon Peres, Reuven Rivlin e Isaac Herzog se han disculpado oficialmente por los eventos. Los exministros de educación Yossi Sarid y Yuli Tamir pretendieron incorporar la enseñanza de la matanza al currículum escolar.

Los hechos son prácticamente incuestionados por el público, incluso dentro de una narrativa histórica en la que predomina el purismo. Entonces, ¿por qué Doron Piles y la Corte Militar se rehúsan a publicar documentos oficiales al respecto?

Antes de morir, Issachar Shadmi, el oficial con más alto rango perseguido por el crimen, aseguró que su juicio estuvo sesgado para librar a figuras históricas como David Ben-Gurión de cualquier responsabilidad de la Masacre. De acuerdo con Shadmi, el presidente de la Corte Suprema Meir Shamgar le dijo antes que el juicio sería “sólo un espectáculo”. Según él, fue obligado a testificar hechos diferentes a los que sucedieron.

“Me explicaron que tenían que llevarme a juicio, porque al juzgarme y condenarme en mi propio país, no iría al Tribunal Internacional de La Haya.  Si no me procesaban aquí, me juzgarían en La Haya. Y eso es algo que no nos interesaba ni a mí ni al país”, confesó Shadimi.

El historiador Adam Raz, quien comenzó la demanda para publicar los documentos, cree que las palabras de Shadmi no son una conspiración para lavarse las manos. Buscando evidencias, encontró que en una junta de gabinete un mes antes del juicio, Ben-Gurión tranquilizó a sus asistentes diciendo que había hablado con Shadmi y que asumía que éste no testificaría que “recibió una orden de disparar”.

Además, Raz piensa que Kafr Qasim fue un plan fallido del gobierno para transferir a los residentes del pueblo. Tratando de publicar el libro Kafr Qasem Massacre: A Political Biography, el historiador se topó con las dificultades para investigar lo sucedido: “La mayor parte del material todavía está clasificado”, dijo Raz en una entrevista con el periodista Ofer Aderet, “me sorprendió descubrir que es más fácil escribir sobre la historia del programa nuclear de Israel que sobre las políticas de Israel con respecto a sus ciudadanos árabes”.

Parte del juicio fue realizado a puertas cerradas y los documentos siguen en manos de la corte militar. Por lo pronto, no podremos corroborar las teorías de Raz o las confesiones de Shadmi.

Hoy en día se pueden comprender los motivos de la ocultación de la masacre en el tiempo en el que sucedió sin justificar la misma: Apenas nacido, Israel estaba desesperado por legitimar la existencia de su nación mientras sus vecinos intentaban destruirla. Un caso internacional de tal magnitud podría, como dijo Shadmi, ser peligroso para el Estado.

Sin embargo, 66 años después de la masacre, el mundo merece saber la verdad. Primero que nada, es la responsabilidad del Estado ante las víctimas y sus familiares, pero también está de por medio el compromiso con su propia historia, por más dolorosa que pueda ser. Conociendo los errores del pasado, se puede evitar que sucedan en el futuro. En 1996, el entonces primer ministro Yitzhak Rabin dijo que para lograr la paz habría que “pensar diferente, mirar las cosas de otra manera. La paz requiere un mundo de nuevos conceptos, nuevas definiciones”. Una historia transparente que admita sus propias manchas sería crucial para llegar a ese objetivo.


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