Roxana Levinson es periodista de Kan en español.

“Confieso que cuando recibí la invitación para venir a compartir estas palabras hoy con ustedes, mi respuesta fue sí, de inmediato y sentí (siento) una inmensa gratitud.

Pero después pensé: ¿Qué puedo decir de nuevo, después de todo lo que ya dije y reclamé en todos estos años?

¿Qué cambió?

Lamentablemente, mucho.

Mi tío, Jaime Plaksin, trabajaba en el departamento de cultura de AMIA desde hacía décadas.

Él no sabe que sus hijos crecieron, se hicieron personas adultas de bien, trabajadoras, miembros activos y valiosos de la comunidad, que formaron hermosas familias.

Mi tío Jaime no sabe que tiene nietos.

Mi tío Jaime no sabe que mi papá, su cuñado con el que compartió tanta vida, lo recordó hasta el último de sus días, lo mencionó poco antes de su muerte.

Mi tía, Graciela Levinson, trabajaba en la embajada de Israel y se enorgullecía de que fuésemos una familia tan activa en la vida comunitaria.

Ella tampoco puede ver a sus hijos, también ejemplos de superación, con sus familias. Tampoco sabe que tuvo nietos, y no tiene idea cuánto su hija más chica y más vulnerable la necesita ahora, en este mismo instante…

Jaime y Graciela – como las otras víctimas de los atentados – se hicieron conocidos por sus historias de muerte, pero cada uno tiene una historia de vida, de amores, decepciones, de superación, de sueños y proyectos, que les fueron arrancados en un solo instante.

Ella, mi tía Graciela, una historia de vida por y para la familia, de trabajo duro y constante, de sabiduría, de entrega, amor y dedicación. Con su guitarra, sus crucigramas, su conversación siempre amena e interminable, su eterna sonrisa.

Él, mi tío Jaime, una historia de vida con un legado de amor, de judaísmo, de estudio, de profundidad en el conocimiento de las fuentes y sus interpretaciones.

Y al mismo tiempo de alegría, ocurrencias y risas – sí, muchas risas – de consejos de padre siempre atento y con “la palabra justa”, como dicen sus hijos. El que nos inventaba a todos sobrenombres disparatados y hasta tenía un saludo divertido y estrafalario solo para mí.

No puedo describirlos de una manera nueva, distinta, porque la memoria sigue intacta y el recuerdo nos acompaña cada día, en las pequeñas cosas y – por supuesto – en los momentos importantes, difíciles o decisivos.

Tampoco puedo describir de una manera distinta, después de todos estos años, lo que los atentados le hicieron a mi familia. Nunca más volvimos a ser los mismos.

Lo mismo le sucede a cada uno de los familiares de las víctimas, para quienes la tristeza, la frustración, la angustia y el cansancio se han convertido en compañeros de ruta desde entonces.

Porque los monstruos de la impunidad, en Argentina, tienen tantas caras… y no pertenecen a un gobierno o tendencia política, van cambiando el aspecto a lo largo de la historia.

Esto, por sobre todas las cosas es triste. Porque para mí la Argentina es el lugar que me vio nacer, que me vio convertirme en una mujer, hasta que decidí tomar otro rumbo, que me dio tanto…

Y sin embargo, es un lugar donde la verdad y la justicia son una gran deuda pendiente, con su propia gente. Un funesto reino de la impunidad, de mentiras turbias y verdades a medias.

Un lugar donde la realidad nos golpeó una y otra vez, de la peor manera. Y cuando creíamos que ya no podía ser peor, golpeó de nuevo, y el torbellino se llevó consigo incluso a quien investigaba y trataba de hacer justicia.

Habrá quienes digan que bien, otros que digan lo contrario – pero el fiscal Alberto Nisman estaba allí, hurgando en secretos oscuros y verdades ocultas. Una vez más, en ese reino de las mentiras turbias y las verdades a medias, en el que – por ejemplo – los custodios no custodian…

Y lo más triste es que ni siquiera deberíamos sorprendernos.

Porque ¿dónde estaban los policías que debían custodiar la embajada de Israel, que desaparecieron mágicamente minutos antes del atentado?

¿Dónde estaban la mañana del 18 de julio los policías que debían custodiar el edificio de la Amia, esos que justo decidieron tomarse un café minutos antes de que todo estallara?

Y entonces, otra vez, el caos y solo la buena voluntad de la gente común en medio de la tragedia.

Otra vez, las contradicciones, los discos, las escuchas, la documentación, las pruebas que tendrán un destino incierto. Quién sabe adónde irán a parar… otra vez las internas, la policía, el servicio de inteligencia, los intereses políticos de los gobiernos de turno, de sus aliados en otros países, de tantos a quienes silenciar la verdad les resulta tan conveniente.

Otra vez el encubrimiento, y una vez más tener claro que nadie va a tirar del hilo de ese encubrimiento, porque allí están quienes desviaron, vaciaron, destruyeron, manipularon e intentaron enterrar las causas. Y al servicio de quién estaban.

Otra vez la impunidad… porque está claro que solo mata así quien tiene la total certeza y la tranquilidad de que no habrá castigo y nunca tendrá que rendir cuentas.

Nadie vuelve a cometer un atentado en el mismo lugar, si en ese lugar los delincuentes pagan por sus crímenes.

Otra vez las preguntas sin respuesta. Porque nosotros, aquí y allá, queremos saber por qué en la Argentina, quién dio la orden, quién tomó la decisión, quién financió los atentados.

Queremos desentrañar la conexión local. Qué mecanismos corruptos permitieron o propiciaron la circulación de explosivos por la ciudad de Buenos Aires, a plena luz del día.

Cómo se sembraron pistas falsas, se destruyeron y ocultaron pruebas, se realizaron maniobras de distracción, cómo se intentó una y otra vez sepultar las causas en el olvido.

Quiénes actuaron con indiferencia y quiénes con complicidad. Por comisión o por omisión.

Pero, de todos modos, ¿a quién le importa?

¿A quién le importa que mi tía Graciela era el pilar, que sostenía una familia entera?, ¿ a quién le importa que mi tío Jaime no acompaña a sus hijos en los momentos más importantes de la vida, que no conoce a sus nietos?

¿A quién le importa nuestro dolor, nuestra sed de justicia, desasosiego y frustración, por tantas y tantas preguntas que, después de todos estos años, siguen abiertas y sin respuesta?

¿A quién le importan Silvana, Yanina, Sebastián, Rimar, Andrés, Hugo, Rebeca, Romina, Erwin, Andrea? ¿a quién le importan las víctimas del atentado a la embajada de Israel y las de la AMIA?

¿A quién le importan los sobrevivientes, que llevan las heridas en el cuerpo y en el alma?

A nosotros, los que estamos aquí y los que están allá, todavía esperando y luchando por justicia.

A nosotros, que estamos hoy aquí para recordarlos, no solo como víctimas, sino como la persona que cada uno de ellos fue, el y la que llevamos en la memoria y en el alma…

Porque desde aquel instante se apagaron sus risas, nuestras risas y todas las risas compartidas que ya no serán. Porque sus sueños, nuestros sueños y el sinfín de sueños compartidos, se esfumaron en nubes de explosivos y horror.

Porque esa mañana salieron de sus casas como todas las mañanas y no volvieron, merecen justicia.

Porque no olvidaremos, exigimos justicia.

Porque la ley de la vida dice que los padres no entierran a sus hijos, reclamamos justicia.

Porque los amamos, gritamos justicia.

Porque nos amaron, merecen justicia.

Porque creyeron vivir en un país libre y seguro, demandamos justicia.

Y porque sus voces reclaman desde el centro mismo de la tierra, exigimos justicia.

Porque repudiamos el terrorismo en cualquiera de sus manifestaciones, la violencia, el odio y la discriminación.

Y porque esclarecer los atentados es una responsabilidad ineludible, luchamos por justicia.

Y merecen justicia, porque en el lugar del universo donde estén, o desde adentro nuestro, solo después de hacer justicia nuestros muertos podrán descansar en paz”.

 


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