Enlace Judío- En estos días, el quinto torneo electoral toma impulso en Israel. Circunstancia apenas imaginable en un país rodeado por actores étnicos y religiosos que desde hace medio siglo aspiran a destrozarlo.

Ciertamente, la independencia relativa del quehacer público israelí respecto a factores tecnológicos y militares que garantizan su vertical existencia explica la relativa autonomía del hacer político.

Cabe confiar que este escenario no mudará en los próximos meses si factores como Irán, Gaza, Beirut y los palestinos frenarán sus conocidos y belicosos impulsos.

En las presentes circunstancias, Benjamín Netanyahu, abrumado por un juicio que suma cargos – o al menos dudas – en torno a su conducta en el curso de trece años de gobierno, promete que, si acierta a formar una coalición bajo su liderazgo, la situación económica del país conocerá menores riesgos.

Parece olvidar que factores externos apenas controlables – la guerra en Ucrania, los avances de Teherán en materia nuclear, el incremento del apoyo ruso a Damasco- toman hoy sensible impulso y alejan este escenario.

Por otro lado, es verosímil que la coalición hoy jefaturada por Yair Lapid conocerá fracturas en el flanco izquierdo. Partidos con esta orientación que en otras circunstancias modelaron la fisonomía institucional del país apenas revelan algún peso. Y les abruma la posibilidad de perder sensiblemente el mínimo margen de votos (hoy cercano al 3.5 por ciento) que determina la presencia parlamentaria y gubernamental.

En contraste, la coalición Gantz-Saar y en particular los partidos nacional-religiosos jefaturados por Itamar Ben Gvir y Betzalel Smotrich revelan hoy dilatado optimismo por desiguales razones.

Es obvio que si el ex comandante general Gadi Eizenkot resuelve finalmente integrarse a la primera agrupación, sus perspectivas mejorarán sensiblemente. Gantz podría alcanzar entonces una estatura política que hasta el momento le fue negada.

Por otra parte, el nuevo partido liderado por Ayeled Shaked confía en recibir al menos cuatro escaños en la Knesset, circunstancia que abriría la posibilidad de un entendimiento con Bibi más allá de las objeciones que su esposa Sara le opuso en el pasado por algún celo personal.

En estas complejas circunstancias el ministro de economía Avigdor Liberman intenta mantener su fuerza relativa rebajando los precios del gas y de la gasolina sin considerar los altibajos internacionales. Si acierta es verosímil que mantendrá su fuerza relativa compuesta por cinco o más miembros en la Knesset.

En el escenario final de las elecciones, no cabe dudar: los partidos religiosos que hoy suman algo más de 25 representantes parlamentarios decidirán el rumbo y la composición del próximo gobierno. Si mantienen el habitual apoyo a Netanyahu, éste será su líder. Pero si cambian rumbo en favor de Gantz-Saar, Bibi concluirá su carrera política.

En cualquier caso, dos incógnitas  gravitan significativamente

Una de ellas alude a la probable unión de los sectores jefaturados por Ben Gvir y Smotrich. Si ambos concretan un entendimiento en la forma de un partido unificado tomarán fuerza los rumbos hostiles a la presencia árabe – un quinto de la población – en el país, inclinación que ya merece franco repudio por razones desiguales tanto en marcos internacionales como en la diáspora judía.

La segunda refiere el caso del partido árabe Raam jefaturado por Mansur Abbas que hasta aquí ha mostrado prudente apoyo a la coalición gubernamental dirigida por Lapid.  Si preserva o multiplica su presencia parlamentaria es probable que una coalición jefaturada por Lapid o Gantz conocerá buenas perspectivas.

Panorama francamente complejo que tal vez ganará transparencia en las próximas semanas cuando se conozcan, entre otros hechos, la composición final de los candidatos del Likud, la actitud de Eizenkot, y la postura de los sectores religiosos.

Cartón de Avishai Jen para Mishpacha

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