Enlace Judío – A mucha gente le sorprenden las fotos donde aparecen judíos ultraortodoxos quemando banderas de Israel, manifestándose contra el sionismo, o apoyando abiertamente al régimen iraní o a los palestinos. Los enemigos de Israel, por supuesto, las usan para promover la idea de que “el verdadero judaísmo” es antisionista. Pasa y te platico las cosas algunas cosas sobre este singular fenómeno.

De entrada, hay que entender tres cosas. Una es que la ultraortodoxia judía no es un fenómeno homogéneo. No hay “una ultraortodoxia”, sino varias. Por “ultraortodoxo” nos referimos al tipo de judío que se aferra a la observancia tradicional de un modo intenso, pero también desde una perspectiva ideológica extrema. Pero esta ideología puede ser muy variada, porque el judaísmo es una identidad histórica, cultural y religiosa con muchos matices. Así que no existe peor generalización que decir “los ultraortodoxo”, en el sentido de “todos los ultraortodoxos”.

Una segunda cosa es que, justo como parte de esa pluralidad, hay ultraortodoxos sionistas, e incluso se puede afirmar que los que mantienen la postura antisionista han quedado reducidos a una minoría.

Finalmente, un tercer punto es que los sionistas que son abiertamente antisionistas son, ideológicamente hablando, los que conservan la postura política más extrema y peligrosa posible.

Aquí es donde los enemigos de Israel empiezan a atragantarse. Generalmente, son gente de izquierda que cometen el severo error —infantil y torpe— de asumir que las razones por las que un ultraortodoxo puede ser antisionista, son las mismas por las que ellos como izquierdistas también lo son.

Nada que ver. La postura generalizada de los ultraortodoxos antisionistas es que no pueden aceptar la legitimidad del Estado de Israel porque no ha venido el mesías. Pero esa idea tiene otra cara: la profunda convicción de que cuando venga el mesías se establecerá algo que suele ser llamado “el Gran Israel”, un país cuya existencia significará que Siria y Jordania tendrán que perder territorio, y los palestinos simplemente quedarán obliterados y sin nada por el nuevo estado judío, monárquico y absolutista.

Es paradójico y hasta irónico: los ultraortodoxos antisionistas mantienen el tipo de ideas políticas que, según los izquierdistas anti-israelíes, son las que actualmente tiene el Estado de Israel.

Pero ¿acaso esa izquierda está interesada en ser coherente? No, por supuesto. Sólo está interesada en atacar a Israel, aunque para ello tengan que apoyar o poner como ejemplo a un grupo cuyas ideas sean eso que tanto le critican —infundadamente— a Israel.

Lo anterior es el aspecto superficial de este fenómeno. Es decir, el extremismo de esa ultraortodoxia y la incoherencia y deshonestidad intelectual de esa izquierda.

Vamos con lo realmente interesante: ¿Por qué existe esa ultraortodoxia antisionista?

Empecemos por donde hay que empezar: durante los casi 18 siglos de exilio, el pueblo judío desarrolló una gran cantidad de expectativas sobre lo que debería hacer el mesías. Todas giraban alrededor de un concepto básico: la restauración nacional de Israel, lo que implicaba no sólo recuperar el territorio de Eretz Yisrael, sino también derrotar a todos nuestros enemigos. Por ello, la figura clásica del mesías en la imaginería de muchos sabios judíos fue la de un gran guerrero o, por lo menos, un gran político.

Hay que aclarar que eso no fue todo lo que se dijo sobre el mesías pero, naturalmente, era lo que más pesaba en la conciencia colectiva de muchos judíos, especialmente de los que vivían en condiciones vulnerables y al filo del riesgo.

La fundación del Estado de Israel en 1948 —éxito del movimiento sionista— puso en jaque esta idea cuando se logró la recuperación de un gran porcentaje de lo que se identifica como Eretz Yisrael (un territorio sensiblemente distinto al que actualmente ocupa Medinat —el EstadoIsrael).

¿Por qué? Porque esa recuperación de territorio judío se dio sin que hubiera en el panorama alguien remotamente identificable como “el mesías” (situación que prevalece hasta el día de hoy).

Los grupos religiosos (ortodoxos y ultraortodoxos) no vieron eso con buenos ojos. De por sí y desde más de medio siglo atrás, veían con recelo al movimiento sionista porque había demasiado marxismo involucrado en ello. Los jóvenes judíos idealistas que habían emigrado a la entonces Palestina otomana o Inglesa no iban animados por ideales religiosos, sino políticos. Y eso —naturalmente— no le gustaba a los sectores más tradicionalistas.

La fundación del moderno Israel supuso otro dilema para ellos: el judaísmo acababa de salir apenas con vida del peor intento de exterminio que se hubiera conocido en toda la historia. Es decir, Israel se fundó apenas a tres años de concluido el Holocausto. Peor aún: se fundó bajo la amenaza de los países árabes, que sentenciaron a que si los judíos se atrevían a declarar su independencia, serían exterminados.

Después de 18 siglos de vulnerabilidad, que habían llegado a su clímax en la monstruosidad de la Shoá, ¿qué se podía esperar de la fundación de un estado judío, bajo la amenaza árabe, y sin el liderazgo del mesías? La ortodoxia y la ultraortodoxia calculaban que otro holocausto sería la catástrofe definitiva del pueblo judío. Por ello, muchos círculos religiosos se opusieron al proyecto.

Pero hay que aclarar: no todos. Hubo judíos ortodoxos y ultraortodoxos que desde un inicio integraron el ala religiosa del sionismo, y apoyaron con todo la creación de Israel. Cosa curiosa: el más destacado de todos fue, además, considerado acaso el más grande sabio de su generación. Me refiero, por supuesto, al Rabino Itzjak Abraham Hacohen Kook, primer Gran Rabino Ashkenazí del Estado de Israel.

Como fuese, el Estado de Israel se fundó pese a las objeciones de los religiosos, la guerra estalló, y entonces ocurrió lo impensable: los judíos no sólo no fueron exterminados, sino que derrotaron contundentemente a sus enemigos, y se capturó mucho territorio que originalmente no se le había asignado a Israel. Ben-Gurión estaba dispuesto a devolver ese territorio a cambio de la firma de un tratado de paz, pero los árabes no quisieron. Bueno, pues ni modo y a seguir adelante.

Con el paso de un cuarto de siglo, la situación se fue confirmando, llegando a su clímax con las guerras de los Seis Días y de Yom Kipur. Fue el período en el que se confirmó que Israel tenía todos los elementos para ponerle el alto a quienes querían destruirlo, y el principal argumento de los religiosos antisionistas quedó aniquilado.

Por supuesto, no fue algo que fueran a reconocer de la noche a la mañana. El proceso ha sido lento, y lógicamente son los sectores más extremos los que todavía no dan su brazo a torcer. Pero por eso es que el antisionismo religioso cada vez es más reducido. Poco a poco, ortodoxos y ultraortodoxos se han habituado a Israel como una realidad legítima, sólida, y que no se va a ir.

Grupos jasídicos —ultras, por definición— como Jabad Lubavitch o Breslev colaboran con el ejército sin ningún remordimiento de conciencia, y asignan rabinos para estar junto a los soldados israelíes sobre todo en los momentos más complicados (cuando hay guerra). Gracias a ello, ya se han integrado batallones ultraortodoxos; es decir, integrados completamente por soldados de fuerte e intensa observancia religiosa.

¿Por qué, entonces, siguen existiendo grupúsculos antisionistas?

La molesta realidad es que es trata de algo tan concreto como predecible: miedo.

La psicología del judío antisionista es un ejemplo extremo del llamado Síndrome de Estocolmo (esa manía de enamorarte de tu secuestrador), motivado en este caso por un cuadro de miedo profundo e imposible de controlar.

En la lógica del antisionista, el sionismo e Israel llegaron a destruir lo más hermoso de la personalidad judía. El apacible sabio dedicado a sus libros y listo para sobrevivir milagrosamente a todas las persecuciones se evaporó para dejar paso al empresario exitoso, al académico de talla mundial, al soldado imbatible; del mismo modo, la judía casera, experta cocinera y súper eficiente ama de casa, abnegada compañera de su marido en la riqueza y (más frecuentemente) en la pobreza, madre de seis o siete críos por lo menos, siempre recatada y enfundada en su indumentaria tradicional, dejó su lugar a la israelí empoderada e independiente, que lo mismo hace ciencia que arte, negocios que fútbol, y que va por la vida feliz con su blusa sin mangas, su pantalón de mezclilla y despeinada, o que toma el sol en la playa y nada junto con los hombres luciendo un despampanante bikini.

O te lo explico en pocas palabras: el sionismo e Israel hicieron del judío un ser exitoso en los aspectos “mundanos”. Y, más aún e importante que eso, llevaron al judío a tomar en sus propias manos su propia protección y su propio destino.

Demasiada responsabilidad para la gente miedosa. En el fondo de sus razonamientos se esconde un tímido y avergonzado “si ya habíamos aprendido a sobrevivir ¿para qué aprender a defendernos?”. Por eso son capaces de mirar todo el éxito logrado por Israel a lo largo de 74 años, y sugerir que la solución a todos los problemas es entregarle eso a los palestinos, un grupo que en los últimos 40 años ha demostrado una absoluta incapacidad para los aspectos más elementales de la vida política, económica y social.

En su ingenuidad, parecen creer que si Israel hace eso —renunciar a su propia existencia y entregarse a los palestinos— la situación se tranquilizará y todos seremos felices. Pero en el fondo saben que no es así; que ese empoderamiento repentino de los palestinos, ese ganar al final una guerra que siempre han perdido, ese tomar el control de todo aquello por lo que nunca han trabajado, sólo sería el paso hacia una nueva ola de persecuciones y masacres antijudías.

Curioso: es justo lo que desean. Es la que consideran su zona de confort, el lugar en el que se supone ya sabemos sobrevivir, y donde no tenemos que cargar con ninguna responsabilidad respecto a nosotros mismos.

Lo irónico del caso es que, en todos esos aspectos, los ultraortodoxos antisionistas no son distintos a los judíos de izquierda antisionista. La única diferencia es que unos van a rezar diario y los otros suelen considerase ateos, pero el dilema y la cobardía interna son las mismas.

Por eso, este tipo de ideas está sentenciado al fracaso. De hecho, ya fracasó. El éxito de Israel en todos los aspectos indispensables para construirse a sí mismo como un país sólido y dueño de su destino, es irreversible. Lamentablemente, no es sencillo de explicárselo a ese tipo de gente que cree que su universo mental determinado por sus miedos es más real que la realidad.

Es cosa de tiempo. Cada vez, los grupos ortodoxos o ultraortodoxos se sienten más habituados a lo que es Israel en todo sentido. La gran mayoría de sus líderes ya entendieron que si no les gusta algo de Israel porque no se ajusta a los ideales de la religión, la solución no es incendiar y destruirlo todo, sino poner el ejemplo para convencer con buenos argumentos a la gente de que vale la pena el apego a la identidad espiritual ancestral del pueblo judío.

También entendieron que Israel es algo que vale la pena defender. La idea imperante es exactamente la opuesta a la que había en 1948. En aquel entonces, se creía que inaugurar un Estado judío era exponernos al exterminio definitivo. Hoy sabemos que ese riesgo sólo estará de regreso si perdemos al Estado judío.

Así, poco a poco el antisionismo ultraortodoxo va menguando, y sus últimos adherentes cada vez son más evidentes en sus sesgos irracionales.

No tienen posibilidades de éxito.

¿Por qué habrían de tenerlas si, precisamente, lo que más odian de Israel es su naturaleza exitosa?

 


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