Enlace Judío México e Israel – El movimiento sionista está de manteles largos. Esta semana se celebra el 125 aniversario de la convocatoria de Theodor Herzl al Primer Congreso Sionista en Basel, Suiza. La ocasión ha causado algo de controversia en Israel a causa de lo que algunos consideran el dispendio excesivo del Congreso Sionista Mundial en un programa que no estará abierto al público, ya que la mayor parte no fue transmitida en vivo.

Jonathan Tobin en Jewish Press / Traducción: Eugenia Russek

Independientemente de si dichas críticas son justificadas o no, el interés que ha despertado esta conmemoración fuera del mundo judío organizado parece ser mínimo. De hecho, aparte de como una oportunidad para que el presidente Isaac Herzog imitara la famosa pose de Herzl, fotografiado en el balcón del Hotel Les Trois Rois mirando hacia el río Rhin, muy pocos prestarán atención al evento.

Sin embargo, el 125 aniversario del sionismo moderno es un buen momento para reflexionar acerca de lo mucho que ha avanzado la idea de Herzl desde que la materializó por su fuerza de voluntad. Aun más, es vital para los que les importa el destino del pueblo judío, entender un inquietante dilema que apunta tanto al realismo de Herzl como a lo que le falló.

El sionismo gozó de un éxito sin precedentes con la recreación de un Estado soberano en la tierra de Israel, coincidentemente en el tiempo referido por Herzl según lo que escribió en su diario. El Estado judío del que presenta su visión, tanto en el corto libro que escribió en el año que precedió al Congreso de Basel – El Estado judío –, como en una novela futurista que publicó cinco años después ¬– Altneuland (“La vieja nueva tierra”) – no sólo vino a existir (a pesar del escepticismo y a menudo feroz oposición del mundo, tanto judío como no-judío), sino que prosperó y creció hasta convertirse en una potencia regional con una economía de Primer Mundo que alberga a casi la mitad de los judíos del mundo y se vuelve más fuerte cada día.

Theodor Herzl, periodista austro-húngaro fundador del sionismo moderno.

De hecho, para muchos israelíes, la noción de un movimiento sionista parece anticuada. Justificadamente, piensan que el sionismo es algo de lo que uno se acuerda sólo cuando visita un museo. Ven el Estado con el que soñó Herzl como una realidad incontrovertible y los conflictos del Medio Oriente – en los que Israel tiene tanto enemigos como aliados – como muy lejanos de las discusiones teóricas en las que Herzl se vio obligado a participar. Desde ese marco de referencia, la existencia prolongada de algunas de las entidades que tienen sus raíces en el Congreso de Basel, e incluso el argumento en pro de un Estado judío, son como restos fosilizados del siglo XIX adentro de un pedazo de ámbar.

Por más lejanos que puedan parecernos los acontecimientos de agosto de 1897, la presencia de varios centenares de manifestantes protestando afuera del evento organizado por el Congreso Sionista Mundial es un recordatorio de que el debate sobre el sionismo no ha terminado. Los israelíes pueden pensar que la idea de borrar a su país del mapa es un chiste de mal gusto, pero para los palestinos, cuya identidad nacional está inextricablemente ligada a su guerra de cien años contra el sionismo, así como para el enorme número de personas alrededor del mundo que – ya sea por solidaridad con sus hermanos musulmanes o por su ideología de izquierda – se oponen al sionismo, el objetivo de deshacer la visión de Herzl es algo que no sólo aplauden, sino que piensan se puede lograr.

El que esto ocurra apunta a un error en la (en todo lo demás atinada) comprensión de Herzl del mundo en el que vivía. Aunque muchos en su tiempo creían en la idea de que el progreso estaba llevando a los judíos a gozar de mayor aceptación y libertad dentro del mundo no-judío, Herzl previó que el arco de la historia apuntaba hacia otra dirección muy distinta. Entendió que la creciente marea de antisemitismo que se levantaba a lo largo de toda Europa (tanto en lugares con una cultura de la Ilustración como Francia, como en regímenes reaccionarios y autoritarios como el Imperio ruso) no iba a ser detenida ni por la asimilación, ni por la fuerza de la modernidad. Eso lo llevó a la convicción de que sin un Estado propio, los judíos no sólo seguirían sufriendo discriminación y violencia, sino que su suerte no haría más que empeorar.

Ni Herzl ni el Congreso de Basel inventaron el sionismo, el concepto de un Estado judío o la idea de que era inevitable el regreso de los judíos a su tierra. Contrariamente a la afirmación de que el judaísmo no es más que una religión y que el oponerse a Israel no tiene nada que ver con ser antisemitismo, la conexión con la tierra de Israel es una parte esencial de la fe judía y forma parte integral de la liturgia diaria. El anhelo de Zión es tan antiguo como el pueblo judío y la esperanza de volver allí ha sostenido a los judíos a lo largo de milenios de exilio. Lo que sí hizo Herzl fue organizar un movimiento que permitió que esas esperanzas se realizaran.

Días después de que concluyó el Congreso, Herzl escribió en su diario: “En Basel fundé el Estado judío. Si dijera esto ahora en voz alta, sería recibido con carcajadas universales. En cinco años quizás, y seguramente en cincuenta años, todo el mundo lo verá.”

Dado que la resolución de la ONU que mandaba la partición del mandato británico para Palestina y que permitió la creación de un Estado judío, fue aprobada en noviembre de 1947, ocurrió exactamente cincuenta años después, Herzl tenía razón. Llegó demasiado tarde para salvar a los seis millones de judíos que fueron asesinados en el Holocausto y que hubieran tenido un lugar de refugio si el sionismo hubiera logrado su gran victoria antes. Pero eso mismo probó qué correcto había sido el sentido de urgencia que expresó Herzl.

Hay sin embargo un elemento del problema que Herzl no comprendió. Tenía razón al ver la falta de una patria y de poder político como los ingredientes que llevarían a una tragedia. Pero también creyó equivocadamente que una vez que fuera creado un Estado judío, el antisemitismo desaparecería. Sin embargo, aunque el sionismo brindó a los judíos un muy necesitado mecanismo para defenderse, no pudo erradicar el virus del odio.

Portada del libro Altneuland (“La vieja nueva tierra”).

El antisemitismo no sólo ha sobrevivido, sino que ha prosperado en los últimos 125 años al ligarse a diferentes movimientos políticos – fascismo, nazismo, comunismo, y en nuestros días, islamismo y neo-marxismo – todos los cuales han ayudado a perpetuar el odio hacia los judíos. En vez de eliminar la razón de ser del antisemitismo, Israel se ha convertido en el foco del mismo.

El antisionismo se disfraza como si fuera algo distinto a ese odio, pero en realidad es la esencia del antisemitismo del siglo XXI. Su premisa se basa en negarles derechos a los judíos que nadie soñaría con negarle a ningún otro grupo. Es el mecanismo a través del cual se racionalizan y justifican la agresión, la deslegitimación, la violencia y el terrorismo en contra de judíos.

Por eso los que odian a los judíos se manifestaron en contra de la conmemoración de Basel, y también llaman a la abrogación de cada uno de los hitos históricos que han llevado a la fundación de un Estado judío – la Declaración de Balfour y la Resolución de Partición de 1947. Su movimiento global antisemita llamado en inglés BDS (Boycott, Divestment and Sanctions) ha fracasado en gran parte, pero ha proveído un marco en el que los que odian a los judíos pueden no sólo organizarse, sino hacerlo al mismo tiempo que pretenden ser los defensores de los derechos humanos de los palestinos, cuya meta es eliminar a Israel.

Asimismo, ha permitido a la misma organización que autorizó la creación del Estado de Israel – las Naciones Unidas – convertirse en la fortaleza de aquellos que piensan, no sin razón, que pueden calumniar al sionismo diciendo que es racismo y con el tiempo aislar y finalmente destruir al Estado judío.

Por lo tanto, la defensa del sionismo – el movimiento de liberación nacional del pueblo judío – no sólo es relevante hoy en día; es absolutamente indispensable para poder preservar no solamente el legado de Herzl, sino para luchar en contra de un movimiento cuyos objetivos únicamente podrían ser logrados exterminando a los siete millones de judíos que viven en Israel.

Aunque Herzl se equivocó al pensar que la creación de un Estado judío resolvería el problema del antisemitismo, acertó al pensar que dicho Estado era necesario y constituiría una solución justa a las tribulaciones de los judíos de Europa y el Medio Oriente, donde jamás serían completamente aceptados como iguales ni estarían a salvo.

Mucho tiempo después de que el renacimiento de la soberanía judía en Israel se convirtió en una realidad, puede parecer extraño que tengamos que seguir discutiendo el derecho de los judíos a tener un Estado propio. El triunfo del sionismo fue algo que muy pocos judíos y no-judíos pensaban que sería posible en 1897, pero por impensable que parezca la destrucción del Estado judío en la actualidad, el hecho de que cientos de millones (si no es que miles de millones) de personas piensen que su destrucción es una buena idea, apunta a la persistencia del antisemitismo. Igualmente importante: debe recordarles a todas las personas de buena voluntad – tanto judíos como no-judíos – la necesidad de continuar con un activismo sionista.

Link al artículo original: https://www.jewishpress.com/headline/zionism-won-so-why-is-it-still-attacked-125-years-after-basel/2022/09/02/

Jonathan Tobin es el Jefe de Edición de JNS. Se le puede seguir en Twitter en @jonathans_tobin


 

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