Enlace Judío – Las páginas autobiográficas del periodista israelí Nissim Mishal encienden irrefrenable interés no solo entre aquellos que siguen tenazmente los tránsitos caprichosos de la política israelí.

En ellas recuerda su difícil infancia en los entonces áridos campos de Talpiot en Jerusalén cuando él y sus padres llegaron a Israel desde Irak cuando apenas frisaba los tres años.

Recuerda Nissim en estas páginas que al bajar con su familia de un apretado avión y saber que fueron destinados a la sagrada ciudad, tema de habituales oraciones, les abrumó una desbordada alegría. Supusieron entonces que un cálido y generoso techo – tal vez no tan amplio como el que habían abandonado en Bagdad – les acogería con dilatada amplitud.

Fue dura la decepción. Después de pocas horas, sin palabras y sin ayuda alguna, la familia se vio súbitamente abandonada en un árido campo que se antojaba de tránsito (maavará). Amarga decepción.

Y desde aquí, sin alternativas y por largos años debieron convivir en una habitación limitada por paredes de madera que apenas alojaban cuatro camas. Un angosto refugio de los padres y de dos hijos.

Con audible silencio, recuerda y escribe, se deshicieron desde aquel momento las tempranas ilusiones. La desesperación y el hambre fueron desde aquí ineludibles huéspedes en un árido paraje física y espiritualmente alejado de los trajines de la ciudad capital.

Sin opciones, el niño debió desde entonces rendirse a la pobreza de alimentos y convivir con la desnuda desesperación de sus padres.

Seco panorama de la infancia que Nissim evoca cuando en su madurez el cáncer invade su cuerpo.
Giro turbador y cruel en la vida de este personaje que en el andar de los años se distinguirá como un celebrado líder en la televisión israelí, merecerá el Premio Sokolov de periodismo y será además autor de importantes libros que pusieron al desnudo las incursiones y los secretos del espionaje israelí.

Perseveró además como obstinado creyente en la constante presencia de Jehová y atendió puntualmente todos Sus mandatos, sin olvidar difíciles aventuras como paracaidista en las múltiples contiendas militares que abrumaron al país.

Pero al frisar los sesenta años algo en su cuerpo le traiciona. Se trata de un brote canceroso que le lleva a imaginar la probable cercanía de la muerte.

Muda entonces nexos y labores. Y desde aquí sus bien celebrados y repetidos empeños periodísticos en Jerusalén, Nueva York, Moscú y Londres conocen la parálisis y el desencanto. La inevitable renuncia a un riñón le conduce a replantear el contenido y los rumbos de su vida.

Y en estas nuevas circunstancias Nissim recuerda y anota sus peregrinaciones como periodista y las tensas entrevistas que celebró con no pocos políticos del país. Y estrecha además lazos con su esposa, hijos y nietos dejando atrás públicos escenarios.

Así se inyecta una equilibrada calma que le permite, tal vez le obliga, recordar tanto sus fantasías como adolescente como las experiencias en combates militares y en marcos televisivos. Las luces y el amor de su amplia familia y el abrazo de los amigos ganan desde aquí cardinal atención.

Inapelable mandato que le dicta el cruel invasor de su cuerpo. Páginas inescapables.

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