Enlace Judío – Los calendarios son constructos arbitrarios hechos para que los seres humanos organicemos nuestra percepción del tiempo. Son una ficción, en estricto. Ah, pero son muy útiles. Gracias a ellos, podemos estructurar nuestras ideas y analizar de un modo más objetivo cómo van las cosas, si mejoran o empeoran.

Entendiendo entonces que el paso de diciembre de 2022 a enero de 2023 no tiene ninguna magia, de todos modos llega el momento de preguntarnos cómo se nos viene este próximo año occidental.

En lo económico, la situación no va ser la mejor. La economía tiene sus ritmos. A las etapas de expansión y desarrolló le siguen las de desaceleración y contracción. Es natural.

Sin embargo, para 2023 vamos a seguir resintiendo el impacto de la pandemia de Covid-19 y, sobre todo, de la guerra en Ucrania. Este último es el tema más delicado en este momento, porque mantiene bajo una gran afectación a muchas cadenas de suministro —especialmente, de cereales—, y eso provoca espirales inflacionarias en todo el mundo. Cada país las enfrentará como pueda y con los recursos que tenga, pero es un hecho que nadie se va a escapar de ello.

Aparte de eso, el Covid-19 sigue en su ruta de convertirse en un virus “normal”, y el repunte de contagios que estamos viendo en muchos lugares del mundo será, en lo sucesivo, lo común cada que lleguen las temporadas de frío. Estamos a punto de empezar a hablar de un Covid-19 estacional, como en el caso de la Influenza.

Por su parte, la guerra en Ucrania sigue su lento pero inexorable curso, y la derrota rusa es cada vez más evidente. La necedad de Putin puede prolongar este conflicto durante varios meses más, pero no hay mucho que esperar del asunto.

La pregunta ya no es si Rusia va a perder esa guerra, sino cuáles van a ser las consecuencias. En el más amable de los casos, Rusia va a quedar anulada como potencia y conoceremos un mundo en el que este país es irrelevante. En el más extremo, la Federación Rusa incluso podría desintegrarse y tendríamos que acostumbrarnos a un mundo sin Rusia.

El Medio Oriente tiene sus propios retos, pero todo parece indicar que se va a seguir en la ruta ya trazada por los Acuerdos de Abraham. La reconciliación israelí-árabe se antoja irreversible, toda vez que estos países están descubriendo que, en un mundo que empieza a organizarse en regiones económicas, la integración del capital árabe con el desarrollo tecnológico israelí puede ser un detonante de riqueza regional sin precedentes.

Irán, por su parte, sigue debilitándose —y la debacle rusa no es buena noticia para ellos—. Todo eso provoca que la llamada causa palestina confirme que está condenada al fracaso. Es casi seguro que el conflicto israelí-palestino ya no va a conocer una nueva etapa. Simplemente, los grupos terroristas palestinos se mantendrán en pie de guerra mientras Irán todavía pueda depositarles un dólar en el banco, pero cuando esta acabe, las reglas del juego serán otras. Y no tarda mucho en suceder.

Para América Latina el panorama no es tan prometedor como para el Medio Oriente. Muchos países todavía se debaten en ese conflicto anacrónico de Derecha vs. Izquierda, y la devoción por ese paradigma de le geometría política es una de las razones por las cuales tenemos gobiernos ineficientes y populistas.

De uno u otro modo, el 2023 es un año de retos. No va a ser sencillo, así que no queda más remedio que arremangarnos y ponernos a trabajar.


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