Enlace Judío – Con el incremento de las fricciones entre israelíes y palestinos en las últimas semanas, la propaganda propalestina ha vuelto al ataque con la insistencia de que los palestinos son el pueblo nativo de ese territorio y que, por lo tanto, los judíos somos intrusos. ¿Qué es lo que nos dice la historia sobre este asunto?

Que los palestinos no son nativos a Eretz Israel, ya se sabe. Los actuales palestinos son una mixtura cuyos ancestros son mayoritariamente árabes (y los árabes vienen de Arabia), mezclados con una ínfima proporción de judíos forzados a convertirse al islam a lo largo de los siglos, pero también con un significativo grupo de migrantes musulmanes llegados durante la década de los 30.

Los censos británicos son muy claros: hacia 1929, la población árabe local era de unos 450 mil habitantes. Para 1940, se había incrementado a casi 750 mil. La migración musulmana está perfectamente recordada por la onomástica palestina. Muchos se apellidan Al-Masri (egipcio), otros Al-Moughrabi (marroquí), otros Al-Bagdadi (iraquí), e incluso Al-Afghani (afgano).

Así que nativos, lo que se dice nativos, no son. Son un grupo mixto, resultado de múltiples migraciones (básicamente, como cualquier otro grupo humano en este planeta).

¿Hay elementos históricos suficientes para afirmar que los judíos somos el grupo nativo de esa zona? Muchos lo ponen en duda por el largo período —siglos enteros— que el judaísmo pasó en Europa. De ahí ha surgido la estrafalaria ocurrencia de que los judíos ashkenazíes no serían de origen israelita, sino jázaro.

Sin embargo, la genética no ayuda a este argumento. El 70% de los judíos y el 80% de los palestinos comparten el haplogrupo del cromosoma Y. Es decir, son descendientes directos por la línea paterna de gente originaria del Medio Oriente (judíos, árabes, arameos, cananeos).

Pero la historia de los grupos “nativos” de lo que el judaísmo llama Eretz Israel es más rica de lo que solemos imaginar, así que vale la pena mencionar algunos datos interesantes.

El territorio puede ser llamado de diferentes maneras, dependiendo del período histórico al que nos refiramos. Desde la más remota antigüedad hasta el siglo X AEC, el nombre técnico es Canaán. Desde el siglo X AEC hasta el año 587 AEC, se trata de la antigua monarquía de Israel. Desde el regreso del exilio en 539 AEC hasta el final de la segunda guerra judeo-romana en el año 135 EC, el nombre correcto es Judea. Desde el año 135 hasta 1948, Palestina. Y desde 1948 hasta la fecha, Israel.

Pero eso sólo es la nomenclatura del territorio. ¿Qué hay de sus habitantes?

No es un misterio que la zona siempre fue de tránsito para los múltiples grupos que iban y venían, sobre todo por cuestiones comerciales. El rumbo era atractivo por la cercanía con Egipto, un reino grande, rico y poderoso. Además, conformaba de manera natural el corredor para conectar Egipto con el igualmente grande, rico y poderoso Imperio Hitita, ubicado en la actual Turquía. Y, por supuesto, era la salida obligada para ir hacia Mesopotamia, donde florecieron asirios y babilonios; un poco más hacia el oriente, medos y persas.

El antiguo Canaán fue el sitio de residencia de grupos semi-nómadas de origen semítico o indo-europeo. También llegaron a establecerse allí grupos de invasores griegos (los Pueblos del Mar, conocidos en la Biblia como filisteos), con lo cual la zona se enriqueció étnico-culturalmente.

La Biblia, por supuesto, nos cuenta la historia de las relaciones entre esos grupos desde una óptica religiosa, por lo que cananeos y filisteos siempre son vistos como alienígenas. Sin embargo, el propio texto bíblico registra que esos grupos no desaparecieron, sino que el pueblo de Israel en muchas ocasiones se mezcló con ellos.

Un reciente descubrimiento filológico ha confirmado que el vínculo entre israelitas y cananeos fue más estrecho de lo que nos habíamos imaginado. Gracias a las modernas investigaciones, hoy sabemos que el antiguo idioma amorreo —proveniente de Mesopotamia— fue casi idéntico al hebreo. De hecho, podría decirse que fueron el mismo idioma.

¿Qué significa eso? Básicamente, dos cosas. Una, que los primeros amorreos que llegaron a asentarse en Canaán fueron nómadas o seminómadas, al igual que los ancestros semitas de los israelitas. Y dos, que los últimos reductos de amorreos se asimilaron al pueblo de Israel durante la era de la monarquía.

Hacia el siglo X AEC, el grupo semita debió ser notablemente mayor que el amorreo. Por eso, el reino que se consolidó para enfrentar la amenaza filistea recibió el nombre de Israel. Pero eso no significa que el contingente amorreo fuese una población extraña o ajena a los israelitas.

Al contrario: en ciertos pasajes bíblicos podemos percibir que los amorreos eventualmente se asimilaron a Israel. Por ejemplo, está el caso de las Guibeonim (gabaonitas), un pueblo que todavía en tiempos del rey Saul se diferenciaba de los israelitas, pero que habían hecho un pacto con Josué, por lo que pudieron quedarse a vivir en sus ciudades. ¿Qué sucedió con ellos? No sabemos mucho, pero en Nehemías 3:7 se menciona a Melatiah el Gabaonita como uno de los que participó reconstruyendo los muros de Jerusalén. Eso indica que, con toda seguridad, se asimilaron al pueblo israelíta.

Tiene lógica, porque Ezequiel 16:3, al hacer un duro juicio contra los israelitas idólatras, dice “tu padre fue un amorreo, y tu madre una hitita”. Esto es muy significativo: evidencia que, todavía en tiempos previos al exilio en Babilonia, los antecedentes amorreos de ciertos sectores de la sociedad israelita eran perfectamente conocidos.

Con eso queda resuelta nuestra duda inicial. Poniendo orden en la información, podemos decir que es imposible hablar de un grupo “nativo” en un territorio que siempre fue ruta de paso para todo tipo de nómadas. La propia Biblia nos dice que Abraham, padre de la nación judía, fue uno de ellos. Originario de Ur (en Sumeria), hizo de Canaán su residencia por voluntad divina.

Pero esa condición no sólo se refiere a los semitas de los cuales luego surgió el pueblo de Israel. También aplica a los amorreos, porque su origen también está en Mesopotamia (Hammurabi, el gran rey del primer imperio babilónico, fue amorreo al igual que su pueblo).

En algún momento, amorreos y semitas se establecieron en Canaán. Al principio evolucionaron como sociedades distintas y contrastantes, y eventualmente los israelitas semitas de volvieron el grupo predominante. Pero eso no significó el exterminio de los amorreos (el texto bíblico lo admite sin tapujos). Lo que sucedió, con el paso del tiempo, fue que ambos grupos se fusionaron (por cuestiones de proporción numérica, habría que decir que los cananeos amorreos se asimilaron a los israelitas), y el resultado fue ese pueblo que, después del exilio en Babilonia, empezó a ser llamado “judío”.

Los judíos somos los descendientes directos de los antiguos israelitas, y eso incluye a los cananeos (principalmente amorreos) que sobrevivieron hasta tiempos de la invasión de Nabucodonosor.

Así que si alguien lleva en su ancestría el vínculo milenario con esa tierra, somos nosotros, los judíos.


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