Este artículo es la cuarta parte del ensayo “El ghetto: historia y memoria”, de Judit Bokser Liwerant y Gilda Waldman M.

Este texto, en 4 partes, reconstruye una de las fases del proceso de exterminio de seis millones de judíos durante la II Guerra Mundial: la referida al establecimiento de los ghettos en Polonia y Europa Oriental. Esta reconstrucción se sustenta sobre dos ejes fundamentales. Por una parte, la dimensión histórica, que se centra en aspectos centrales de la creación de los ghettos, su significado para la vida judía, su estructura organizativa, la vida en su interior y el proceso de su destrucción.

Por la otra, la dimensión testimonial, que pone atención a los poemas, diarios y archivos escritos en el ghetto, como expresión individual y de pertenencia colectiva y, al mismo tiempo, como depositarios de la memoria, componente esencial de la experiencia histórica del pueblo judío.


Los diarios del ghetto

Sin embargo, la mayor parte de lo escrito en los ghettos fueron diarios o notas, en los cuales la vida cotidiana se expresaba a través de la vivencia, los sentimientos y los pensamientos de quien escribía. Los diarios presentan, de manera relativamente detallada, los sucesos de cada día con la espontaneidad de quien escribe lo que vive. A diferencia de las memorias del Holocausto escritas por sobrevivientes, que ofrecen una reflexión sobre el pasado e imponen un orden y una interpretación al recuerdo histórico, los diarios escritos en el ghetto carecen de un larga sedimentación intelectual o emotiva, al tiempo de que quien los escribe desconoce lo que sería la “solución final”.

Reflejo vívido de la forma en la que los habitantes del ghetto se adaptaban a los ritmos cotidianos fijados por los nazis, los diarios expresan los procesos de desintegración física y moral que experimentaron los ghettos entre 1940 y 1944, reproduciendo existencialmente la atmósfera vivida por los judíos, encerrados y aislados, durante dicho período.

Escritos en secreto, en hojas de papel conseguidas dificultosamente, los diarios preservan una vivencia individual que se transforma, sin embargo, en la vivencia de toda una comunidad que está sometida a una realidad que le es impuesta, que estrecha hasta el límite su capacidad de influir sobre ella y que deja ver, por tanto, el alcance protagónico de la dominación nazi, del victimario. Por ello, parecen haber sido escritos por una sola figura, siempre la misma, la víctima que relata una vida definida por aquél.

Sin embargo, existen diferencias significativas entre ellos, derivadas de diversos factores: desde los asociados al autor mismo y su ubicación en el seno de la comunidad judía del ghetto hasta el lugar específico en el que fue escrito, el entorno local, su conformación y, consecuentemente, las interacciones con la población local, y poniendo en juego otros elementos tales como el propósito de la escritura. Este último se manifestó no sólo en el carácter general del diario, sino también en el grado de especificidad con que se registraban los acontecimientos, la interacción entre éstos y quien los reseña, perfilando así, con diversos grados, el entrelazamiento de la subjetividad y la objetividad. Algunos diarios fueron sólo esbozos a ser desarrollados, idealmente, después de la guerra; otros, en cambio, fueron textos más elaborados desde sus inicios. La mayor parte de los diarios se perdieron durante las deportaciones a los campos de exterminio, y los que se encontraron entre los escombros de los ghettos fueron publicados años después del fin de la guerra.

Del ghetto de Varsovia se pudieron recuperar varios diarios. Uno de los más conocidos es el de Chaim Kaplan, maestro de hebreo e instructor de Biblia, quien plasmó en su diario -“mi vida, mi compañía y mi confidente”- el enojo, la irritación y el dolor de un hombre común y corriente sometido a vicisitudes sin fin. Escribía, por ejemplo, Chaim Kaplan en noviembre de 1941:

“¿Por qué estoy enojado? El tifus ha atacado también a mi hogar: mi esposa ha contraído la terrible enfermedad. Su vida está en grave peligro, y debo salvarla. Nuestros medios materiales son limitados, mínimos… Así que, con mis escasas fuerzas, sufrago los gastos de la enfermedad, que también debo esconder de ojos extraños, porque es un mal contagioso y se prohibe a quienes lo tienen permanecer en hogares privados…¿Qué bienes valiosos me quedan para poder venderlos y obtener una suma decente? Durante los dos años de la guerra mis posesiones se han evaporado completamente. Una por una las he vendido para evadir la desgracia del hambre. Con dolor en tu corazón pones tus amados objetos en manos de un extraño, y en cambio recibes una pocos billetes arrugados, que te alivian unos pocos días, porque entretanto los precios han subido, y el dinero se deshace entre tus dedos. Pero no hay alternativa. El peligro de muerte acecha a la cabecera de la cama del paciente. En momentos como ésos se reprime cualquier clase de sentimientos Pero antes de que mi cansado cerebro pueda escoger algún objeto, una noche nublada y oscura extiende sus alas sobre los habitantes del ghetto. Con la noche llega la oscuridad, y el ghetto se convierte en una ciudad de locos y lunáticos. Las lámparas de gas no se encienden. Los aparadores de las tiendas se extinguen. Las persianas se cierran sobre las ventanas. Dentro de las casas no hay ni un rayo de luz: a medianoche la corriente eléctrica se corta, y una vela de sebo acuoso que gotea y se derrite la reemplaza. Salir en tal oscuridad es enfrentarse a un peligro mortal…El silencio del ghetto en la oscuridad incrementa el miedo a la noche, llena de secretos. En mi cuarto no hay ni un ser vivo, excepto el paciente con su fiebre ardiente y la muerte esperándola….

Pero Chaim Kaplan no sólo describe cómo se vivía en el ghetto de Varsovia, sino también como se moría en aquel lugar. En marzo de 1942 escribía:

“¡Enterrar doscientos cadáveres en un día no es poca cosa! Una larga caravana de vagones se extiende a lo largo de la calle Gesia (donde se encontraba el cementerio judío), y cada uno de ellos no trae sólo a una persona a las puertas del cementerio sino a varios en un viaje. Dentro de los vagones apenas hay lugar para apilar cuatro cadáveres; si hay un quinto, lo ponen en el techo. Si hay un ataúd, bien; lo ponen en el ataúd, cerrado o abierto; si no hay, lo ponen sobre su espalda y lo atan para que no se caiga. Y aún si está de espaldas, atada, no les importa si está cubierto. Simplemente un hombre muerto, tal como es, sin siquiera una mortaja de papel, yaciendo sobre su espalda en el techo del vagón, y nadie siente la indignidad. Cuando los vagones entran en el cementerio, comienzan a remover los cuerpos, y quien no haya visto esto con sus propios ojos no ha visto jamás en su vida la fealdad.”.

En todo caso, su diario plasma la percepción de un hombre a la vez “común” y letrado, que encuentra en el conocimiento bíblico del educador una mediación entre el registro de los acontecimientos y la actitud y sentimientos de quien escribe.

Del ghetto de Varsovia se han conservado también las notas del diario de Emmanuel Ringelblum, historiador que organizó los archivos clandestinos Oyneg Shabbes, celebrantes del Shabat, nombre de la sociedad secreta que creó para reunir la información documental que pudiese servir, en el futuro, como crónica de la destrucción de la vida judía en Polonia. Las notas de Ringelblum, encontradas en los escombros del ghetto en 1946 y en 1950, más que un diario en sentido estricto, constituyen un registro de los eventos más importantes que sucedían en las calles del ghetto de Varsovia. Militante político y activista social, Ringelblum fue un testigo privilegiado de lo que acontecía en el ghetto; su contacto con refugiados, administradores de cocinas populares, policías, funcionarios del Consejo Judío y demás individuos y grupos que poblaron el ghetto, le proporcionaba un punto de vista excepcional para tener una visión de conjunto sobre la evolución de los acontecimientos. Sus registros semanales o mensuales, acompañados siempre de una evaluación de los sucesos, no expresaban solo ni prioritariamente sus sentimientos o pensamientos personales, sino que recogían la atmósfera social e histórica y los sentimientos de la gente en torno a lo que se vivía. El resultado fue un fresco gigantesco, en el que, a través de fragmentos casi fotográficos, se reconstruyen personajes, lugares y situaciones del ghetto.

Así, por ejemplo, el 10 de diciembre de 1940 escribía Ringelblum:

“Ayer, un soldado saltó de un automóvil e hirió a un muchacho en la cabeza con una barra de hierro. El muchacho murió”.

El 28 de febrero de 1941 señalaba:

“Casi diariamente gente cae muerta o desmayada a mitad de la calle. Ya no impresiona tan directamente. Las calles están siempre llenas de refugiados recién llegados…”.

El 16 de junio de 1941 agregaba:

“ Los niños judíos están ahora aprendiendo sobre Varsovia por fotos. Las murallas les impiden ver el original…Está prohibido enviar cartas, sólo postales. La mayoría de los campos de trabajo en el distrito de Varsovia se ha disuelto. Algunos de ellos, porque no había suficiente alimento…” .

El 20 de noviembre de 1941 anotaba:

“Un niño almorzó en dos cocinas públicas diferentes. Al ser descubierto, el niño pidió con lágrimas en los ojos que se le permitieran los dos almuerzos porque no quería morir como su pequeña hermana…”.

El 30 de mayo de 1942 Ringelblum escribía:

“La última semana fue sangrienta. Casi cada día se veía a contrabandistas fusilados”.

Y casi al finalizar su diario, señalaba:

“Todos tienen que trabajar por nada: los obreros en los talleres, el sastre, el zapatero, el barbero, el doctor…Desde las deportaciones, (los nazis) han dejado de pagarle a los trabajadores, que ya desde antes recibían salarios de hambre…La espada de Damocles del exterminio pende constantemente sobre las cabezas de los judíos de Varsovia. Su destino está ligado al de los talleres. En la medida en que los talleres tengan pedidos, los judíos tendrán derecho a vivir…Si no, serán gente sin hogar ni cartillas de alimentación”.

Ringelblum documenta las contradicciones que existían al interior del ghetto, la expansión de las enfermedades, los efectos del hambre, la situación de los orfelinatos, las tácticas de supervivencia de los mendigos, las estratagemas de los contrabandistas para introducir alimentos, el deterioro de las vestimentas, las dificultades para conseguir servicios médicos, la desintegración de los lazos familiares, el aumento del costo de la vida, el desmantelamiento de los bienes familiares, el incremento de la mortalidad, el tráfico ilegal de las cartillas de racionamiento, e incluso los chistes que circulaban por las calles y lo que la gente leía.
Del diario de Ringelblum se desprende, con contundencia, la contradictoria y dramática situación a la que estuvieron expuestos los Consejos Judío: sus acciones de mediación que los distanció progresivamente de la comunidad, acciones con variados grados de arbitrariedad, los límites de la sensibilidad asociados a las estrategias de negociación.

Sus notas permiten rescatar la doble dimensión de la miseria humana que resulta necesaria para sobrevivir así como la grandeza de espíritu para mantener precisamente la dimensión humana de la existencia a través de expresiones de solidaridad o de la propia recuperación en los productos de la cultura. En este último sentido, aluden al lugar que la vida cultural en el ghetto ocupó como recurso para combatir la desmoralización y deshumanización en lo que denominó “una sociedad libre de esclavos”.

Así las notas de Ringelblum dan cuenta del proceso de desintegración económica y social que significó el ghetto en la vida de la comunidad judía de Varsovia: desde las medidas restrictivas implementadas a partir de 1940 hasta las deportaciones hacia los campos de exterminio iniciadas en Julio de 1942; desde los permisos de salida concedidos a los judíos por razones económicas en 1940 hasta las penas de muerte impuestas en 1941 por haber traspasado los muros del ghetto; desde las esperanzas de un pronto triunfo aliado en 1941 hasta las noticias de los exterminios masivos llevados a cabo en Treblinka en 1942; desde las injurias a la población judía en 1940 hasta la búsqueda de refugios clandestinos para escapar a las deportaciones en 1942. El escriba, el historiador, recoge en un permanente compromiso con la objetividad aquellos fragmentos del amplio espectro de la vida en el ghetto que la posteridad pueda escribir la historia.

Los archivos del ghetto

En efecto, parte substancial de los más fidedignos testimonios fueron los archivos escritos en los ghettos, destinados a reunir pruebas documentales que evidenciasen la vida de la sociedad judía en uno de sus períodos más difíciles y pudiesen servir, en el futuro, para estudiar la vida de la sociedad judía en uno de sus períodos más difíciles, preservando para la historia la narrativa de la ruina de un pueblo.

Entre los archivos que testimonian la vida caben destacar el de Lvov, lamentablemente perdido durante las deportaciones, el del ghetto de Bialestok, la crónica del de Lodz y, de modo destacado, los del ghetto de Varsovia. Estos fueron construidos, tal como señalamos, por la organización fundada por Ringelblum, Oyneg Shabes, que se reunía los sábados y que actuó de hecho como una organización de resistencia, al dedicarse a reunir testimonios y reportes de los judíos que se refugiaban en Varsovia y a juntar documentos muy variados sobre la vida en el ghetto: trazos de la vida cultural, cartillas de alimentación, decretos de las autoridades nazis, prensa clandestina, minutas de reuniones del Consejo Judío, etc. A fines de enero de 1943, poco antes de su evasión del ghetto de Varsovia, escribía Ringelblum explicitando el sentido de los archivos:

“Durante tres años y medio de la guerra, los Archivos del ghetto fueron elaborados por un grupo llamado Oyneg Shabes (Celebración del Sábado)…. Comencé a juntar material contemporáne en octubre de 1939…El archivo intentaba proporcionar un resumen de la vida en Varsovia durante la guerra. El plan estaba dividido en cuatro partes: una sección general, una sección económica, una sección cultural-científica-literaria y teatral, y una dedicada a asuntos de bienestar social…(Dentro del equipo del Oyneg Shabes) todos apreciaron la importancia del trabajo que se estaba haciendo. Entendían cuán importante era para las generaciones futuras que existiese un registro de la tragedia del judaísmo polaco. Se trataba de proporcionar un retrato comprehensivo de la vida judía en tiempos de guerra -una panorámica fotográfica de lo que las masas judías habían experimentado, pensado y sufrido. Oyneg Shabes intentó dar una visión comprehensiva de la vida judía en tiempos de guerra -una visión fotográfica de los que las masas del pueblo judío habían experimentado, pensado y sufrido. Hicimos nuestro mejor esfuerzo para que ciertos eventos específicos fuesen descritos por un adulto, un joven y un judío piadoso….. Comprehensión fue el principal objetivo de nuestro trabajo. Objetividad fue el segundo. Aspirábamos a presentar la total verdad, no importa cuán dolorosa hubiese sido. La guerra cambió la vida judía en las ciudades polacas con mucha velocidad…(Por lo tanto) intentamos aprehender un evento en el momento en que ocurría, porque cada día era como décadas de tiempos previos…¿Qué tipo de material esta preservado en los Archivos? Sus más importantes tesoros son las monografías de ciudades y aldeas. Ellos contienen la experiencia de una cierta aldea desde el inicio de la guerra hasta la deportación y la liquidación de su comunidad judía. Las monografías comprendían todos los aspectos de la vida: la vida económica, la relación de alemanes y polacos con la población judía, la comunidad y sus actividades; el bienestar social; episodios importantes en la vida de la comunidad, tales como la llegada de los alemanes, pogroms, expulsiones y actos de atrocidad perpetrados durante las festividades judías: la vida religiosa; trabajo y asuntos conectados con éste (campos de trabajo, la obligación de trabajar, el trabajo forzado…etc.)… Aparte de monografías comprehensivas, buscamos el registro de episodios aislados y significativos en las diversas ciudades. Por ejemplo, a esta categoría pertenece el recuento de la ejecución de 52 judíos de la calle Nalewsky número 9 después de que un héroe judío de la resistencia clandestina asesinó a un policía polaco… No existe un fenómeno importante de la vida judía del período de guerra que no esté reflejada en los materiales del Archivo…” .

Un carácter diferente presenta otro de los diarios que se ha conservado en su totalidad, el de Avraham Tory, escrito entre octubre de 1941 y enero de 1944 en el ghetto de Kovno. ubicado en Lituania, zona conquistada por los nazis de manos soviéticas en junio de 1941. Tory, secretario del Consejo Judío del ghetto se preocupó, en su calidad de tal, por preservar copias de decretos e instrucciones de los alemanes al Judenrat, como también de guardar documentos elaborados por el Consejo, tales como regulaciones, informes, circulares, censos y materiales estadísticos. De igual modo, Tory alentó a algunos artistas a realizar un registro visual y fotográfico del ghetto.

El diario de Avraham Tory, uno de los más largos y lleno de detalles, presenta un registro completo de los principales acontecimientos que sucedían diariamente en el ghetto: los actos de pillaje de los lituanos a las propiedades judías, las requisiciones, los fusilamientos por contrabando, los arrestos arbitrarios, el papel de la policía judía, las delaciones, el reclutamiento para trabajos forzados, e incluso la explotación de los trabajadores del ghetto para fines personales de los alemanes. Por otra parte, el diario documenta en detalle las difíciles relaciones entre el Consejo Judío de Kovno y la administración civil alemana, como también los desesperados esfuerzos del Presidente del Consejo, el anciano doctor Elchanan Elkes, por proteger a los habitantes del ghetto, mitigar los efectos de las órdenes nazis y preservar la moral del ghetto. La perspectiva de quien escribe permite, a través de la empatía, captar el respeto y la gesta heroica del Dr. Elchanan al frente del Consejo. La distancia entre este testimonio y el del Dr, Ringelblum no sólo apunta a las diferencias que se derivan del lugar de quien escribe sino del desempeño de los propios actores.

Quizá lo más estremecedor del diario de Avraham Tory sea la descripción de los operativos en los que los judíos eran llevados fuera de los límites del ghetto para su ejecución, como primera fase del exterminio masivo realizado por los Einsatzgruppen que acompañaban a las tropas nazis en su ataque a territorio soviético y cuya misión era eliminar a los judíos mediante el uso de ametralladoras, arrojándolos en el interior de fosos o barrancos abandonados. Así, por ejemplo, el 28 de octubre de 1941 Avraham Tory escribía:

“Una niebla pesada cubría el cielo y todo el ghetto estaba envuelto en oscuridad. De todas direcciones, arrastrándose pesadamente, grupos de hombres, mujeres, niños, ancianos y enfermos llegaban en largas filas. Todos se dirigían a la misma dirección: la Plaza Demokratu…Era una procesión de dolientes apesadumbrados . Alrededor de treinta mil personas se dirigían esa mañana hacia lo desconocido, hacia un destino que ya les había sido determinado por los sangrientos gobernantes…La plaza estaba rodeada por emplazamientos armados. Rauca (el oficial nazi encargado de los asuntos judíos en los cuarteles generales de la Gestapo en Kovno) se ubicó sobre un pequeño montículo desde el cual podía observar a la gran multitud que esperaba en la plaza. Su mirada recorrió brevemente la columna de los miembros del Consejo y de la policía judía del ghetto, y con un movimiento de su mano los dirigió a la izquierda, que, como se vería más tarde, era el lado “correcto”. Luego hizo una señal con su bastón de mando y ordenó a las columnas restantes: ¡Adelante! La selección había comenzado…Las personas mayores y los enfermos, las familias con niños , las mujeres solteras, y las personas cuyo físico no lo impresionaba en términos de capacidad de trabajo, eran dirigidas hacia la derecha. Allí, caían inmediatamente en manos de policías alemanes y partisanos lituanos, que los golpeaban con palos y los empujaban hacia un espacio abierto de la valla, donde dos alemanes los contaban y los ubicaban en un sitio diferente… La selección concluyó sólo después de que cayó la noche, no antes de que Rauca se asegurara de que la cuota había sido completada y de que alrededor de diez mil personas habían sido transferidas al Pequeño Ghetto . Sólo entonces se permitió que quienes se habían salvado de la selección y habían permanecido de pie en la plaza, regresaran a sus hogares…La procesión, que alcanzaba las diez mil personas y que se dirigía desde el Pequeño Ghetto hacia el Noveno Fuerte (una fortificación del siglo XIX que rodeaba la ciudad), duró desde la aurora hasta el atardecer…En el Fuerte, la desventurada gente fue rodeada por los asesinos lituanos, quienes la despojaron de todo artículo de valor -anillos de oro, aretes, brazaletes. Los obligaron a desnudarse, los empujaron a fosos preparados con anticipación, y dispararon a cada foso con ametralladoras que había sido dispuestas previamente. Los asesinos no tuvieron tiempo de dispararles a todos de una sola vez antes de que llegara el siguiente contingente de judíos. A éstos se les dio el mismo tratamiento que a quienes les habían precedido. Fueron empujados al foso encima de los muertos, los agonizantes, y los sobrevivientes del grupo anterior. Así continuó, contingente tras contingente, hasta que diez mil hombres, mujeres y niños fueron sido asesinados”.

Sin embargo, no todo el contenido del diario de Avraham Tory está marcado por esta dimensión trágica. Tory describe el ánimo festivo de la celebración de la fiesta de Purim en Marzo de 1943, en la cual “los niños han estado aprendiendo las canciones, las danzas y los juegos” , la conmemoración de la Pascua judía en abril de 1943 que, coincidiendo con la Semana Santa cristiana permitió “unos días de descanso en los que cada uno pudo dedicarse a los asuntos de su interés personal: discusiones culturales, pensamiento creativo, y otros, que permiten un poco de alimento espiritual” , o las festividades sionistas del 24 de julio de 1943, que describe como “una ocasión festiva, llena de esplendor”.

Si bien puede suponerse que la idea de exterminar a la población judía estaba presente desde los inicios del régimen nazi, la decisión final fue adoptada en enero de 1942 en la Conferencia de Wansee, renovándose el impulso de expulsar a los judíos desde las fronteras del Reich hacia Polonia, convertida en el centro del exterminio para todos los judíos de Europa. A mediados de aquel año comenzaron las deportaciones desde los ghettos hacia los campos de exterminio, y pronto comenzarían a llegar al ghetto noticias de lo que estaba ocurriendo en Treblinka, Majdanek o Auschwitz.

En ese momento, el contenido de los testimonios cambia. Si bien hasta 1942 se podía creer en una pronta derrota alemana, tal como se expresa repetidamente en la prensa clandestina , después de las deportaciones y la evacuación masiva de los ghettos a mediados de ese año, surge la certeza del fin, aunque sin saber ni cómo ni dónde. Se consolida aquello que Lawrence Langer ha denominado choiceless choice, una elección sin opciones , es decir, una elección que no se da entre la vida y la muerte, sino entre formas inéditas de respuesta ante la muerte, impuestas por una situación en la que la víctima no puede elegir. La escritura se transforma, entonces, en elegía. ¿Cómo dar nombre y rostro a los que desaparecen ?

El poema de Simkhe Bunem Shayhevits, por ejemplo, simboliza el destino de miles de deportados en tres figuras: padre, madre e hija.

Y ahora, Blemele, niña querida
contén tu alegría infantil
-ese flujo mercurial dentro de ti-
preparémonos para el camino desconocido.

No me mires con extrañeza
con tus grandes ojos cafés
y no preguntes por qué
tenemos que abandonar nuestro hogar.

E ir en largos, largos,
desconocidos y nevados caminos;
y por qué, en lugar de una aldea o ciudad,
vendrá a encontrarnos el terror.-

Y ahora, Blemele, querida niña
deja, deja ya de jugar,
no hay tiempo para eso,
podemos ser llamados en cualquier momento

a dejar nuestro pobre hogar
-un bote solitario en una isla de arena-
y ser arrastrados en medio
de un furioso y desnudo mar.

Afuera el primer grupo
es arrastrado:
mujeres, hombres, ancianos: en sus espaldas
pesados bultos, niños en sus brazos.

Sus rostros desolados
están enrojecidos de vergüenza y frío
Sus pasos tambalean;
sus miradas son las de un sentenciado a muerte.

A pesar de que fuerzas de resistencia se organizaron en los ghettos de Varsovia, Minsk y Kovno, su ubicación, la falta de armamento, el aislamiento y la carencia de toda clase de ayuda exterior se tradujo en una derrota inevitable.

Entre 1943 y 1944, los ghettos no sólo fueron destruidos, sino arrasados por completo. De un mundo social vibrante, como fue el judaísmo oriental en el período de entreguerras, sólo quedaron piedras calcinadas. Un testimonio anónimo de alguien que se salvó de la destrucción del ghetto de Varsovia, escrito en el lado ario de Varsovia en 1943, señalaba:
“Domingo, 25 de abril de 1943. Al atardecer, el ghetto judío en Varsovia fue incendiado, y decenas de miles de hombres, mujeres y niños perecieron entre las llamas; aquellos que trataron de escapar fueron acribillados en las calles y aquellos que milagrosamente escaparon fueron cazados y atormentados durante semanas, meses, hasta que también fueron aniquilados. Y cuando más tarde, buscando a través de una de las azoteas por gente sofocada, encontré niños con bocas como agujeros negros, y mujeres cuyos puños cerrados apretaban pelo arrancado de sus cabezas, lloré y apreté mis propios puños y recordé los millones de puños apretados en todo el mundo, levantados en contra del hitlerismo y el fascismo”.

El escritor francés Marek Halter concluía su novela El libro de Abraham con la imagen de su abuelo entre las llamas en el momento final de la destrucción del ghetto de Varsovia, llevando en su mano una granada y abrazando contra su pecho el rollo que, de escriba en escriba y de impresor en impresor, contenía la historia de su familia desde el momento de su exilio de Jerusalén, el año 70 después de Cristo.

Indudablemente, se trata de una impactante imagen literaria. Pero también es cierto que, pese a que con el Holocausto se extirpaba de raíz la cultura del judaísmo oriental, ni las destrucción de los ghettos de Varsovia, Lvov, Bialystok, Cracovia o Lodz -ni tampoco las cenizas de Auschwitz- pudieron terminar con todo el pueblo judío ni tampoco con el testimonio que lo ha acompañado como depositario de la memoria y garantía de supervivencia.

En el contexto de la sociedad virtualmente cerrada hacia el exterior como fue el ghetto, la palabra testimonial se convirtió en itinerario del recuerdo, resistencia al olvido y lucha contra el tiempo. Surgida desde los subsuelos de la historia, y alzada sobre el silencio final de los restos de todos y cada uno de los ghettos judíos en Polonia, dio rostro a quienes desaparecieron en la noche y dio voz a aquéllos para los cuales era demasiado tarde. La palabra testimonial escrita en el ghetto, leída hoy, a la luz del pasado, nos permite dialogar con los olvidados. El Holocausto es, todavía, una herida que no cicatriza; pero allí están las palabras testimoniales para derrumbar al silencio y para transgredir a la muerte; palabras que son, también, un silencioso kaddish por ellos.

Los testimonios del ghetto se insertan así entre la historia y la memoria. Ante la cancelación de la historia, cuya dimensión referencial es el futuro, el compromiso con la construcción de la memoria adquiere un renovado significado. Frente el imperativo histórico de recordar que ha caracterizado la trayectoria judía, Zakhor, la memoria y la historia parecen separarse en el tiempo, toda vez que la primera resultaría ser la expresión emotiva y participativa de la memoria colectiva que permeó y caracterizó a la vida judía hasta la llegada de la modernidad y la historia (historiografía) emergería como una empresa de crítica histórica, incorporando los elementos de cambio y agencia que definen al ejercicio histórico occidental en la modernidad . De frente a esta dicotomía entre memoria e historia, sin embargo, es factible incorporar un nuevo elemento, el de la conciencia histórica, como dimensión que conjuga y relaciona a ambos.

Junto a la posibilidad de una lectura de ambas dimensiones en clave de ruptura o continuidad, ciertamente la literatura del ghetto recupera el imperativo milenario de dar testimonio, mismo que se perfiló en el seno de la memoria judía, y accede, simultáneamente, a los requerimientos de la modernidad: generar los referentes a partir de los cuales se construirá la historia que habrá de nutrir, a su vez, las nuevas formas de apropiación del pasado.

Es en este sentido que cabe destacar el progresivo reconocimiento de la literatura testimonial como fuente indiscutible de reconstrucción histórica al tiempo que la memoria recupera y articula, construye y resignifica, el testimonio individual con el destino colectivo.


Fuente: Acta Sociológica, noviembre 1999, F.C.P.YS., UNAM, pp. 55-86.
Judit Bokser Liwerant
Gilda Waldman M.

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