Cuando la Segunda Guerra Mundial terminó en 1945, el ejército estadounidense encontró una extraña casa al sur de Alemania que tenía algo en particular: 200 bebés vivían en su interior.
Definitivamente, éste no era un hogar normal, tampoco un orfanato y mucho menos un hospital, pues en aquel extraño escenario estaban los bebés con sus madres, también había enfermeras, así como muchas otras mujeres embarazadas.

Entender el propósito de ese lugar era simplemente imposible de imaginar.

Más adelante se encontraron muchos lugares similares y fue entonces que se comprendió que se trataba de paritorios, o dicho vulgarmente, de criaderos de bebés, uno de los secretos más guardados de la Alemania nazi: el programa Lebensborn.

Y es que Adolfo Hitler, en su intención de lograr una única y próspera raza aria, se dedicó a erradicar a través del exterminio lo que él consideraba razas inferiores, del mismo modo, estableció como objetivo multiplicar aquella raza aria que él tanto admiraba, y para hacerlo, encargó a Heinrich Himmler la misión, quien el 13 de septiembre de 1936 escribió:
“La organización Lebensborn se encuentra bajo mi dirección personal, y dicho programa tiene la obligación de:
-Ayudar a las familias racial y biológicamante valiosas.
-Darle alojamiento a las madres en casas apropiadas.
-Darle asistencia a los niños de dichas familias”.

El programa Lebensborn

Los documentos nazis podrán estar llenos de eufemismos y retórica, sin embargo la realidad se resumía de una manera muy clara:

Hombres, puramente germanos, embarazaban a tantas mujeres, puramente germanas, como les era posible, pues el reto era lograr bebés con esa misma pureza racial que con el paso de los años servirían a su patria, siendo los orgullosos hijos de Alemania.

Para tal propósito el plan se llevó de manera secreta, diversas casas se instalaron a lo largo y ancho del país, las mujeres que formaban parte del programa recibían todas las atenciones y comodidades, sin embargo, cuando éstas daban a luz su función terminaba y los bebés pasaban a ser parte del Tercer Reich.

Después del nacimiento los bebés eran bautizados en una ceremonia cargada con una fuerte doctrina nazi.

En ocasiones, oficiales de la SS de renombre acudían a dichas ceremonias; sin embargo, a pesar de los aparentes honores, los niños no crecerían bajo el cuidado de ninguna figura paternal, pues no eran más que criaturas que comenzaban una vida con una madre servidora del nazismo y un padre alemán, pero desconocido. 

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