Y se puso de moda el tema porque, además de los avistamientos clásicos, tres ex-militares estadounidenses declararon ante el Congreso y admitieron que Estados Unidos tiene evidencias extraterrestres, que lo mismo incluyen tecnología que restos biológicos “no humanos” (entiéndase: cuerpos de marcianitos, o algo así).

Y la pregunta es obligada: ¿Qué va a hacer el judaísmo si de pronto somos visitados por aliens?

Bueno, básicamente, nada. Es decir, seguirá siendo judaísmo, y sus valores éticos, morales y espirituales se mantendrán intactos, porque el judaísmo es una forma de comprender la vida que gira en torno a la idea de que todos tenemos que ser mejores día con día, sin importar si tu vecino es judío, cristiano, musulmán, o extraterrestre.

Siendo honestos, veo muy difícil que la situación vaya a cambiar. En realidad, el testimonio de los tres ex-militares estadounidenses es irrelevante a efectos de investigación en serio, porque no ofrecieron ninguna evidencia objetiva. A lo único que apelan, literalmente, es a que les creamos y ya. Eso, a efectos de una investigación rigurosa en cualquier tema, es lo mismo que nada. Objetivamente hablando, las cosas están exactamente igual que hace una semana o que hace diez años. Lo único que cambió fue el impacto mediático del tema.

Pero supongamos que algún día pasa. Que por cuestiones del destino la galaxia se convierte en algo más o menos parecido a lo que vimos en las películs de Star Wars, y las naves espaciales van y vienen desde aquí y hacia muchos planetas en los que viven toda clase de bichos raros.

El judaísmo no se vería afectado en lo mínimo. Podemos decir que nada más se adaptaría a algo parecido a la tradición Jedi, con gente que hará lo que tenga que hacer simplemente porque lo tiene que hacer.

El concepto de D-os no se vería afectado en lo mínimo. Filosóficamente hablando, podríamos decir que D-os es La Realidad, y eso abarca a todo el universo, desde siempre y hasta siempre. Por lo tanto, cualquier civilización extraterrestre queda incluida en ese enfoque filosófico. Lo único novedoso es que estaríamos hablandos de una parte de la realidad con la que no habíamos tenido contacto.

Ya nos ocurrió una vez en la historia algo similar: el descubrimiento de América.

Estamos tan acostumbrados a un mundo globalizado, que pocas veces le ponemos atención a la importancia y fuerza que tuvo ese evento.

Imagínate a tres grandes bloques culturales —Europa, mundo islámico, extremo oriente— que, mal que bien, se conocen desde muchos siglos atrás. Por cuestiones de distancia e ignorancia tal vez lo que un español del siglo XI puedira saber sobre China fueran más leyendas que hechos objetivos, pero por lo menos sabía que existían esos reinos exóticos en los confines del mundo.

La teología y la filosofía de todos estaba determinada por ello. A fin de cuentas, la filosofía es una reflexión que hacemos en función de nuestra percepción del mundo, y el mundo que ellos percibían (aunque no lo conocieran completo) era Europa, Asia y África. Punto.

De pronto entrar en cuenta que hay otro continente enorme, donde viven grupos de personas completamente distintas a lo conocido, y donde se desarrollan civilizaciones impresionantes cuyos paradigmas sociales son totalmente distintos a todo lo conocido, fue un golpe brutal para todos, europeos, musulmanes y extremo-orientales por igual. Fue el momento de entender que el problema no es que no conociéramos todo el mundo, sino que ni siquiera lo habíamos percibido como lo que es.

Ahí fue donde realmente comenzó a gestarse la edad moderna, porque fue apenas el primer paso en la posibilidad de percibir el mundo como realmente es.

¿Y qué pasó con el judaísmo en ese momento?

Nada. Siguió siendo judaísmo. Los teólogos cristianos sí se vieron inmersos en feroces debates para tratar de ajustar sus creencias a la nueva percepción del mundo, mientras que el judaísmo sólo vio otro continente con otros seres humanos. Otra parte de la realidad, en pocas palabras. Una que nos era totalmente desconocida, pero que de todos modos era parte de la realidad.

La posibilidad de entrar en contacto con civilizaciones extraterrestres sólo sería la misma experiencia, en versión siglo XXI y acaso en el estilo de Arthur C. Clark o Ray Bradbury.

Pero para una religión que desde hace miles de años entendió que la realidad es una sola, y que esa realidad unificada y omniabarcante existe y es posible en D-os, porque D-os es el Único y Verdadero, las cosas no sufren demasiadas variaciones si de pronto descubrimos otra faceta de la realidad, por desconocida o aparatosa que sea. Seguro que la sorpresa y la emoción van a ponernos a girar a mil por hora (y tal vez el miedo también), pero eso sólo será lo emocional. El concepto, la comprensión del mundo y del universo y, sobre todo, el compromiso de seguir mejorando como humanidad en general, y seguir obedeciendo la Torá como particularidad del pueblo judío, eso no va a cambiar.

Ahora, la mala noticia para los amantes del sensacionalismo es que, como ya señalé, en realidad no hay evidencia de que haya extraterrestres entre nosotros. Hay videos o avistamientos de objetos que no sabemos qué son, pero cuando no sabemos qué es algo, significa que no sabemos qué es ese algo. No hay nada más absurdo que decir “como no sé qué es, entonces es una nave extraterrestre”. Es lo mismo que decir “como no sé qué es, entonces sí sé qué es”.

Más allá del sensacionalismo, no hay pruebas de que haya un contacto con extraterrestres.

Lo que sí hay, y seguirá habiendo, es la necesidad de ser mejores personas, y en el caso particular de los judíos, la necesidad de estudiar y guardar Torá.

Con marcianitos o sin ellos.


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