Comienza el mes de octubre y con ello no sólo la estación otoñal va pintando los paisajes, y los establecimientos comienzan a comercializar calabazas y disfraces, también, empieza la semana dedicada a reconocer a los exponentes literarios, humanitarios y científicos que ayudan a transformar el mundo en uno mejor.

Este 2023, en que hemos dejado atrás la devastadora emergencia por la pandemia de COVID-19, la Asamblea por el Nobel del Instituto Karolinska en Suecia ha reconocido a la bioquímica Katalin Karikó y al inmunólogo Drew Weissman por habernos dado las extraordinarias plataformas de ARNm (ácido ribonucleico mensajero), transformadas en vacunas por BioNTech-Pfizer y Moderna, que con más de 13 mil millones de dosis eficaces y seguras aplicadas han evitado millones de muertes, de hospitalizaciones, y nos permiten hoy disfrutar de cierta normalidad.

Como nos recuerda la Organización Mundial de la Salud, “la vacunación es la estrategia de salud pública más importante para evitar enfermedades infecciosas luego del acceso al agua potable.” Y desde 1796 con el desarrollo de la vacuna contra la viruela de Edward Jenner, seguida de la de Luis Pasteur contra la rabia, la ciencia nos ha proveído de un generoso abanico de vacunas que, usando distintas estrategias (inactivadas, atenuadas, de vector viral, de ADN, proteicas, y ahora de ARNm), han permitido que tengamos mejor calidad y expectativa de vida. Enfermedades antes mortales hoy ya no son mayor amenaza.

Sin mucho apoyo, la húngara nacida en 1955 Katalin Karikó comenzó a trabajar con ARNm hace más de 30 años, en la década de los 90s, en los laboratorios de la Universidad de Pensilvania. El ARNm es un fragmento de material genético que, con tal de preservar al gran ADN guardado en el núcleo celular, lleva el mensaje exacto para la elaboración de distintas proteínas en los ribosomas. Es una especie de telegrama que traduce las instrucciones embebidas en el ADN hacia la fábrica de proteínas. Una molécula esencial y presente en todas nuestras células en todo momento en nuestro cuerpo. Karikó veía en el ARNm una posible promesa, pero pocos le veían gran utilidad.

Sin embargo, en un encuentro fortuito frente a la maquina fotocopiadora de los pasillos de la Universidad en 1998, Karikó encontró a Drew Weissman, quien coincidentemente también tenía interés en esa lábil tirita de material genético y la invitó a seguir trabajando en esa misión que en ese entonces sólo para ellos mostraba esperanza. Así lograron juntos hacer no sólo que el ARNm sea más estable (envolviéndolo eventualmente en una nanopartícula de grasa), sino que encontraron la manera de que no cause una reacción inflamatoria en el cuerpo haciendo una modificación química en su estructura. Esta modificación, cambiar la uridina del ARNm por una pseudouridina hacía que la molécula esquive con éxito la respuesta inmune y pueda usarse, ahora sí, como una alternativa terapéutica exitosa. Este gran hallazgo, el cambio de nucleósido es hoy reconocido en forma de Premio Nobel de Fisiología o Medicina, pero fue publicado inicialmente en 2005 en un artículo científico que muchos ignoraron.

Esta breve descripción, de un trabajo arduo, meticuloso, atropellado y poco valorado, pero sumamente riguroso fue ganando reconocimiento ya que brindaba expectativas para distintas aplicaciones innovadoras. No todos lo veían con claridad, pero Karikó y Weissmann trabajaban ya en la elaboración de vacunas contra Zika y MERS cuando en marzo de 2020 se declaró la emergencia por COVID-19. Y de las distintas estrategias posibles para la elaboración de vacunas contra el nuevo coronavirus antes no conocido por los humanos, la más rápida de elaborar, en parte por no requerir grandes cultivos celulares, era el ARNm. A los pocos meses esta pionera vacuna estaba ya en estudios clínicos y en diciembre de 2020 ya comenzaba su aplicación luego de mostrar una sorprendente eficacia de arriba de 90% para evitar infecciones, complicaciones y muertes por COVID. Un sueño hecho realidad y hoy galardonado con el máximo reconocimiento. Pero que a la vez sirve de lección para muchos que han tenido que levantarse varias veces y que por su convicción siguen encontrando la forma de seguir avante.

Bravo Katalin y Drew, gracias por no haberse dado por vencidos. Una trayectoria inspiradora que seguramente abrirá muchos nuevos caminos, revolucionarios, en el diagnóstico, prevención y tratamiento de enfermedades. Este es un galardón en el área de fisiología o medicina, pero que, para la humanidad saliente de una de las peores pandemias de los últimos tiempos, este es también un hito en el ámbito de paz.


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