¿Para qué contamos nuestras historias? ¿Para qué evocar los recuerdos?

Porque una historia contada es una historia salvada. Los seres humanos necesitamos historias, narraciones sencillas para comprender la realidad. A todos nos hace falta; el niño necesita historias contadas una y otra vez mientras sus ojitos soñadores recorren paisajes y hechos que las palabras van construyendo…

 

 

De generación en generación, existe esta necesidad innata de contar lo que hemos vivido o lo que hemos soñado… hemos venido contando historias desde la Biblia, desde Yosef el soñador, hijo de Yaacob, o desde Las Mil y una Noches y las leyendas persas… Claro está que los formatos de contar han variado con el tiempo: hoy en día son películas, videos, audios…

Sin embargo, contar lo vivido se aprecia mucho más cuando se relata con franqueza, pasión y lealtad como es el caso de Salim Lati, nuestro amigo quien, el 30 de noviembre, se prestó a contarnos su historia.

Los judíos damasquinos que en 1948 eran una comunidad de más de treinta mil personas desaparecieron sin dejar huella, sin más rastro que las carnicerías abandonadas y la sinagoga o los restos de la sinagoga envueltos en papel periódico.

Así lo presencié en aquel mi viaje a Damasco junto con mi marido y nuestros amigos Mauricio y Silvia.

Los judíos damasquinos habían desaparecido.

Cero. Una pesada cortina se extiende sobre ellos. Una noche desconsolada, llena de zozobras, la misma desesperanza que cayó sobre mi Mediterráneo cuando la guerra aniquiló en aquel mundo y para siempre, nuestro futuro devuelto él también al vasto olvido.

Sin embargo, sin embargo y a pesar de todo, aquí estamos. Vivos.

Aquí estamos, en este espacio, gracias a la Embajada de Israel en México, a Fesela, al colegio Olami Ort y al esfuerzo comunitario que nos remiten a ustedes, aquí estamos para dar un testimonio de aquello que se vive y experimenta como judíos en un país árabe.

Y para recrear historias que simbolizan las voces de Oriente, las voces de la humanidad: no sólo lo tierno, lo meditativo, lo melancólico… sino también las voces del coraje y la fe.

No se vive sin la fe.

La fe es el conocimiento del significado de la vida humana. Si el hombre vive es porque cree en algo. Y nosotros somos creyentes, creemos en Dios, en Su palabra y en la fuerza del destino; porque así lo hemos experimentado, hemos aprendido que, donde quiera que estemos, el destino, nuestro DESTINO, enciende el fuego con la leña que encuentra.

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