Ayer por la noche los medios televisivos suspendieron sus programas habituales con el fin de ceder la palabra al primer ministro Netanyahu. Su altura en el gobierno y el carácter de los temas que hoy angustian a amplios sectores de la sociedad israelí y a las diásporas obligan a escuchar sus palabras y a medir sus gestos. El público merece explicación y aliento.

Uno de los temas que interesa y plantea múltiples interrogantes alude al ataque del 7 de octubre. ¿Fue en verdad una sorpresa? Cuando se le informó al respecto a las 6.30 de la mañana, ¿por qué no emitió de inmediato la orden indispensable a las fuerzas militares con el objeto de frenar a los invasores o, al menos, reducir las muertes y daños que causaron?

Un interrogante que aún no ha merecido satisfactoria respuesta. Netanyahu prefirió señalar en esta oportunidad el carácter y los altibajos de las negociaciones que se están llevando a cabo en El Cairo con el propósito de liberar a los cautivos del Hamás. A su entender, no llegarán muy lejos ni lograrán su propósito. Y al señalar que las exigencias del Hamás eran excesivas pareció olvidar que en su momento entregó a esta organización más de mil prisioneros a cambio de un israelí.

Confieso que esperé en su exposición alguna referencia a los múltiples empeños de familias y organizaciones civiles dirigidos a liberar a los rehenes, acciones que tienen lugar en las principales capitales del planeta. Bibi prefirió el silencio.

Gran parte de su presentación aludió al avance militar en Gaza que en pocos días tendrá amplia expresión. Confieso que esperaba alguna alusión a la enorme cantidad de edificios destruidos en Gaza por las fuerzas israelíes y la expulsión de sus moradores a la zona sur de la Península.

Por el contrario, sugirió que la única manera de rescatar a los rehenes, vivos o no, es completar la conquista de toda la región. Actitud apenas comprensible en Israel y absolutamente rechazada por países desde EE.UU. a europeos y latinoamericanos.

¿Cómo explicar estas torcidas actitudes? ¿Es Bibi rehén de la presión ejercida por ministros que apenas cuentan con alguna experiencia militar? ¿O bien percibe que sus más de quince años de gobierno pueden concluir como resultado del masivo disgusto popular y de importantes lideres de países que hasta aquí nos han ofrecido noble apoyo? ¿Es insensible a la proyección y a los ecos de su actitud entre los conglomerados judíos en el mundo?

Confieso mis limitaciones para responder. Ruego al lector señalar nubes en mi mirada.


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