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viernes 13 de septiembre de 2024
Para sacar a los judíos sirios apátridas de Líbano, este hombre les consiguió pasaportes... ¡iraníes!. Conoce su historia

Para sacar a los judíos sirios apátridas de Líbano, este hombre les consiguió pasaportes… ¡iraníes!. Conoce su historia

Una historia de servicio a los otros, así podría resumirse la vida de los Helwani-Cojab. Una de las tres hijas del matrimonio, Jessy, nos cuenta cómo su padre convenció a un alto funcionario iraní para que ayudara a los judíos sirios del Líbano a obtener los pasaportes que les darían la libertad.

“El servicio a la comunidad viene ancestral, viene de los abuelos. Mi abuelo también trabajaba muchísimo para la comunidad. El tío también, el hermano de la abuela paterna, también”. Jessy Helwani Cojab, quien ha venido a conversar con Enlace Judío sobre la asombrosa historia de su padre, comienza con los antecedentes que nos permiten entender ese “ADN” de generosidad en el que se crió.

“Mi abuelo Kamel Helwani, el papá de mi papá, tenía comedor en el templo de Beirut, para darle de comer a la gente que no alcanzaba comida en sus casas (…). Había más de 30 niños a diario para comer. Y él iba y escogía la mejor fruta, la mejor comida… La que estaba medio feíta se la podían comer en su casa, pero ellos (los niños) tenían que comer de calidad”.

Antes de la guerra, los judíos libaneses vivían bastante bien. Al menos, bastante mejor que los sirios. “No es que hubiera muchísimo pero, gracias a Dios, siempre alcanzó para repartir y para ayudar”. Y por ayudar, la familia de Jessy Helwani pagó con su sangre. Albert Elía, el tío de su padre, fue secuestrado en el Líbano y nunca más fue localizado.

Se piensa que los servicios secretos sirios lo asesinaron cuando descubrieron que ayudaba a muchos judíos de ese país a llegar a Israel de manera ilegal. Aunque el crimen se cometió en Líbano, Helwani cree que los autores fueron sirios porque en su país natal los judíos no tenían mayor problema. “Vivíamos muy bien con los musulmanes y con los católicos”.

Maurice Helwani era un hombre importante para aquella comunidad. Era especialista en “public relations”. Tenía mucha labia. Todas las relaciones habidas y por haber porque trabajaba en el puerto de Beirut”, recuerda Jessy. Lo consultaban sobre muchos temas: “de matrimonio, de inversiones, de dinero, de trabajos, de que si hacen o dejan de hacer… Entonces, sí, siempre había gente en mi casa. Yo me acuerdo que mi papá estaba siempre abierto a ayudar a cualquiera”.

Gracias a esa disposición, Helwani protagonizaría una de esas historias que caracterizan a los judíos árabes llegados México en los años 70, y que podrían servir como argumentos para películas de espionaje o para inspiradoras novelas de aventuras e intriga internacional.

Una historia, la suya, que comienza en Europa y no en Líbano

“Mi papá hizo sus estudios en París, y en París le toca de compañero una persona iraní que se llama Amir- Abbas Hoveyda. Y este hombre, que era muy amigo de mi papá (…), cuando venía, llegaba a casa de mi abuela. Mi papá no lo dejaba llegar a ningún otro lado. Era otro hermano en casa. Cuando una persona fuera de la comunidad se sentaba a compartir la mesa, se consideraba hermano”.

Maurice Helwani concluyó sus estudios en Francia, mientras que Hoveyda tuvo que estudiar en Bélgica. Fueron los años de la ocupación nazi. El mundo estaba por convulsionar una vez más y esa pareja de amigos se encontrarían muchos años más tarde, en circunstancias peculiares: Helwani, como líder comunitario de los judíos libaneses y Hoveyda como primer ministro del Sha de Irán.

 

Maurice Helwani

El Sr Maurice Helwani

 

Buscar un sitio en el cielo

Ya graduado en Francia, Helwani volvió a Beirut para casarse con la que sería su compañera de por vida: Helene, quien no solo le daría tres hijas sino que sería partícipe de un complot para lograr el otorgamiento de pasaportes iraníes a judíos sirios que se encontraban refugiados en Líbano, sin documentos, imposibilitados de escapar.

En 1965, Amir-Abbas Hoveyda fue nombrado primer ministro de Irán. Tan pronto como la noticia llegó a oídos de su viejo amigo, este se puso manos a la obra, pues entendió la conveniencia de restablecer una relación que había quedado suspendida años atrás, cuando ambos habían dejado la juventud para embarcarse en sus particulares empresas.

Durante meses, Helwani realizó esfuerzos por contactar al ahora importante funcionario iraní, un optimista que permanecería en el cargo hasta 1977, y que recibiría tanto honores como críticas a lo largo de una gestión caracterizada por el deseo de transformar la vida política de Irán… y por su pertenencia a un régimen enormemente corrupto que tenía los días contados.

Finalmente, los intentos de Helwani fueron fructíferos y Hoveyda aceptó el contacto. Pronto, los amigos acordaron encontrarse en Irán.

En aquellos años, muchos judíos del Líbano provenían de Siria, de donde habían salido en condiciones precarias y que no contaban con nacionalidad ni documentos. Eran apátridas. Provenían de guetos, barrios judíos en los que podían vivir pero como ciudadanos de segunda, sin derecho a comprar propiedades y con restricciones de movilidad.

Tras el nacimiento de Israel como Estado, los judíos sirios comenzaron a vivir una persecución que se tradujo en varias masacres, ataques con explosivos a sinagogas, golpizas y asesinatos. Poco a poco fueron huyendo. Muchos llegaron a Israel; otros, a América. Algunos más llegaron al Líbano, donde fueron recibidos cordialmente. Podían trabajar y vivir en paz.

Muchos judíos sirios lograron acceder en Líbano a la educación superior y formarse como médicos, maestros u otras profesiones, pero no recibieron nunca los documentos que los acreditaran como ciudadanos. Seguían siendo apátridas.

Cuando Helwani decidió buscar a su “hermano” Hoveyda, no lo hizo desinteresadamente. Además de reencontrarse con un entrañable amigo, tenía un plan: pedirle que les otorgara pasaportes iraníes a los judíos que venían de Siria. Aquellos hechos tuvieron lugar hace cincuenta años, poco antes de la revolución islámica que llevó a los Ayatolas al poder en Irán.

Jessy Helwani es una de las tres hijas mujeres que tuvo Maurice. Sin un hijo varón, a este le preocupaba que, a su muerte, no quedara nadie en la tierra para decir Kadish por él. Por su parte, Hoveyda había estado casado únicamente cinco años y no tenía hijos. Ese fue el argumento que usó Helwani para convencer a su viejo amigo de que hicieran algo extraordinario juntos, una buena obra que les asegurara una buena posición en el Cielo cuando hubieran muerto.

Helwani había llevado consigo una lista de nombres. Eran decenas de familias de judíos sirios que vivían en el Líbano sin documentos, sin nacionalidad o ciudadanía y, por tanto, sin pasaporte, impedidos de salir del país si las circunstancias se volvían menos favorables, como terminó siendo el caso tras la guerra civil que azotó a aquel país poco tiempo después.

Hoveyda aceptó la petición de su amigo y accedió a poner en marcha un plan discreto para, poco a poco, conceder pasaportes iraníes a las familias de judíos sirios del Líbano. A lo largo de tres meses Helwani, que había permanecido en Irán, fue llevando a cabo la misión de manera subrepticia con la complicidad del primer ministro del Sha de Irán.

Cada que un pasaporte estaba listo y era enviado al Líbano, él se comunicaba con su esposa, la madre de Jessy Helwani, Helen, y en clave le hacía saber qué familia debía presentarse en la embajada de Irán en Líbano, qué día y a qué hora, para terminar el trámite y obtener el pasaporte.

“Tuvimos un hijo varón” servía para confirmar la expedición del pasaporte. “Tuvimos una hija” descartaba esta opción. En Líbano, Helene Helwani tomaba nota. Colgaba el teléfono y corría a la casa de los implicados para llevar las noticias.

Así, a lo largo de tres meses, muchas familias de judíos sirios refugiados en Líbano fueron accediendo al pasaporte iraní, algo que hoy en día resultaría completamente insólito.

“Después que pasó un tiempito estaban muy felices pero a mi mamá le empezó a dar miedo: a que lo fueran a cachar (atrapar), a que lo fueran a matar…” Helene temía que su marido corriera la misma suerte del tío Albert, aquel otro líder que, por ayudar a los judíos a llegar a Israel, había sido asesinado por espías sirios y desaparecido.

A Helen le preocupaba también la suerte del propio Hoveyda, quien había asumido un riesgo al otorgar los pasaportes. La geopolítica de Medio Oriente era ya para entonces inestable y complicada, pero Helwani no se arredraba fácilmente. “Su palabra era la ley”, recuerda con orgullo Jessy, su hija, y agrega: “todavía se quedó en Irán un mes más”.

 

Las puertas del Cielo

Para Jessy Helwani, seguir las tradiciones que trajeron sus padres desde Líbano es un mandato completamente obligatorio, y no tiene duda de que, así como puede sentirse afortunada de haber tenido a aquellos padres, ha asumido el compromiso de no permitir que el legado de su pueblo quede en el olvido.

Por eso sigue preparando las recetas de los dulces árabes típicos que su madre cocinaba para las fiestas. Procura hacerlo con el mismo rigor y con la meticulosidad que usaba Helene Helwani para dar forma y color a aquellas delicias que llegaron a ser legendarias entre las familias de judíos libaneses en México.

En 1975 estalló en Líbano una guerra civil que duraría 15 años y causaría la muerte de más de cien mil personas, decenas de miles de desplazados y un desastre político, económico y social del que ese país todavía no logra reponerse. Los judíos que hasta ese momento habían podido llevar una vida tranquila en Beirut comenzaron a verse obligados a partir.

Muchos de ellos, los que habían llegado de Siria, contaban ahora con pasaportes iraníes y podrían abandonar Líbano en mejores condiciones que aquellos que no contaban con ese beneficio. En Irán, mientras tanto, la presión política de los grupos religiosos contra el gobierno del Sha y su flagrante corrupción fue haciéndose cada vez más grande, hasta que en 1979 los Atatolas tomaron el poder.

No sabemos cuándo fue la última vez que Maurice Helwani y Amir-Abbas Hoveyda se dieron la mano, o si llegaron a conversar sobre los frutos de su pequeña conspiración. Pero la historia registró cómo a Hoveyda le pidieron exiliarse varias veces, y cómo él se negó. Se dice que no quería dejar atrás a su madre enferma.

Lo cierto es que, con el resto del gabinete del Sha en el exilio, Hoveyda se convirtió en el mayor trofeo de Khomení.

Entre los 17 cargos que le fueron imputados se encontraban cosas como “diseminar la corrupción en el mundo” o “luchar contra Dios”. Se le acusó de ser un espía para Israel y de traficar heroína en Francia. También se le acusó de ser un miembro activo de la masonería.

No fue una sorpresa para nadie que Hoveyda haya sido encontrado culpable y condenado a muerte.

En abril de 1979, mientras los judíos sirios-libaneses comenzaban a asentarse en México y a formar su comunidad, gracias a que años antes Helwani y su amigo Hoveyda les habían dado pasaportes iraníes, este último fue trasladado a una prisión.

Mientras lo conducían hacia la zona en que debía. haber enfrentado a un pelotón de fusilamiento, uno de sus custodios le disparó dos veces en el cuello y lo vio agonizar en el suelo mientras sostenía el arma aún humeante en la mano.

El cuerpo de Hoveyda fue retenido durante meses y finalmente fue sepultado en una tumba sin nombre. No dejó hijos pero sí esa gran obra que su amigo Helwani le había propuesto como salvación cuando se hallara frente a su Creador.

Por su parte Helwani vio nacer a sus nietos, aquellos que dirían el Kadish a su muerte si su hermano, seis años mayor, moría antes que él, como cabía esperar. Pero no fue así: Maurice Helwani, el héroe de aquellos judíos sirios llegados a México desde el Líbano, falleció a los 90 años en México, y fue a su hermano mayor a quien le rasgaron las vestiduras.

Hoy, Jessy Helwani recuerda el legado de su padre con orgullo, dice que tuvo suerte de haber sido su hija, y bendice también la insistencia de su madre, fallecida apenas en mayo pasado, sobre la importancia de conservar las tradiciones al pie de la letra. Cada pequeña pieza de repostería que surge de sus manos lleva el sabor de los días perdidos.

También de harina y azúcar puede estar formada la memoria.

 


Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío

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