Juntos venceremos
sábado 02 de noviembre de 2024
Líbano

Irving Gatell/ Hezbolá en su laberinto

El complejo episodio del domingo en la madrugada, en el que Israel evitó un ataque mayúsculo por parte de Hezbollá, ha puesto al grupo terrorista chiíta contra la pared. Su prestigio está por los suelos, pero más dañada aún está su capacidad de reacción. El daño que le ha infligido Israel va mucho más allá de lo que se aprecia a simple vista.

Hezbollá siempre fue visto como la mayor amenaza contra Israel. Era de suponerse que la fuerza militar de Israel siempre sería superior, pero eso no disminuía la percepción de riesgo. Un grupo terrorista con el control del vecino país Líbano, con más de 100 mil combatientes listos para tomar las armas, y con tal vez hasta 150 mil misiles dispuestos para dispararse contra Israel, la amenaza existencial para el estado judío era de tomarse en serio. Un ataque combinado entre Hezbollá y otros grupos aliados a Irán —y el mismo Irán, además— sí podían representar una posibilidad de que Israel se derrumbara estrepitosamente en una guerra de múltiples flancos.

De hecho, eso fue lo que intentó provocar Hamas el pasado 7 de octubre, una guerra en la que Israel fuese atacado desde Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria, Yemen, Irak e Irán, y que ante la urgencia de dar una respuesta contundente, la masacre inevitable de civiles palestinos empujaran a la comunidad internacional a detener las operaciones militares israelíes. El estado judío quedaría gravemente dañado, tal vez hasta destruido, y Hamas podría levantarse como el gran héroe del mundo árabe y la causa palestina.

Nada les funcionó, sobra decirlo. Israel planteó una brillante estrategia de ataque, evitó las masacres de civiles, y la comunidad internacional acaso llegó a retrasar en algo la evolución del ataque, pero no detuvo a Israel. Hezbollá no se arriesgó a involucrarse de lleno en el conflicto, Irán y sus demás aliados se limitaron a ataques muy esporádicos, y Hamas se quedó sólo contra una fuerza militar que lo supera por mucho. El resultado es que hoy está al borde del colapso absoluto.

Eso no significó que Hezbollá se quedara con los brazos cruzados. Aunque no se ha lanzado a una confrontación abierta y plena, ha mantenido sus ataques de “baja intensidad” hacia el norte de Israel, que se ha visto obligado a desalojar a la población más cercana a la frontera.

Ha sido una conducta extraña y errática, por parte de Hezbollá. No está poniendo en riesgo real la existencia misma de Israel —y se supone que para eso fue creado ese grupo—, pero tampoco ha alterado en lo mínimo la estrategia israelí en Gaza. Sus ataque han servido para prácticamente nada, salvo para que Israel le haya eliminado a cientos de combatientes, incluyendo a muchos comandantes de campo y —lo más doloroso de todo para el grupo chiíta— al que era el verdadero líder militar, Fwad Shakr.

Los problemas de Hezbollá no acaban allí.

¿Qué posibilidades reales tenía ese grupo terrorista de tener algún éxito en una guerra con Israel? En lo aéreo, ninguna. No tiene una verdadera fuerza aérea, y sus defensas antiaéreas son muy limitadas. En lo terrestre había mejores posibilidades, y eso ya se había visto en 2006, una guerra que, en cifras, perdió Hezbollá, pero que en sus consecuencias sólo desgastó a Israel.

Y, por último, están sus misiles, el tema donde el gran enemigo del estado judío parecía tener su mejor carta. Las defensas antiaéreas israelíes son, probablemente, las mejores del mundo, pero decenas de miles de cohetes y misiles disparados al mismo tiempo o en oleadas sucesorias podían causar un gravísimo daño.

El panorama ha cambiado radicalmente durante estos casi once meses, y ayer lo pudimos confirmar.

Dejemos lo relativo a las fuerzas aéreas. Eso sigue igual, con ventaja absoluta para Israel. Más interesante es lo que ha pasado con las tropas de suelo.

Durante todo el tiempo que se han extendido las agresiones entre Hezbollá e Israel —casi un año—, la aviación israelí ha destruido una cantidad excesiva de bases militares, depósitos de armas y combustible, ha eliminado a muchos comandantes (mandos medios), y ha provocado una destrucción significativa de las rutas de abastecimiento de Hezbollá en el sur del Líbano.

Esto es catastrófico para el grupo terrorista. Sin logística (es decir, aprovisionamiento de comida, agua, combustible y munición), no hay grupo militar que pueda tener éxito en prácticamente nada. Israel ha bombardeado estos recursos de Hezbollá desde hace mucho, pero nunca se había dado la ocasión de que dichos ataques fuesen sistemáticos (varios por semana) durante casi once meses.

Ahí estuvo el peor error estratégico de Hassan Nasrallah: el daño acumulado hace que los combatientes de Hezbollá que tuvieran que enfrentar a las tropas israelíes en caso de que estas invadieran el sur del Líbano, es tan grande que ya no se pueden esperar los mismos resultados de 2006. Hezbollá lucharía en desventaja absoluta contra un ejército mejor armado (y, valga la redundancia, armado; es decir, con el suministro garantizado de armas y municiones), mejor alimentado, y sin riesgos de deshidratación. Suena bobo, pero es un asunto gravísimo.

Esta es una situación que ya podía resentirse desde hace cinco o seis meses. Ahora es todavía más aguda y delicada. A Hezbollá, entonces, sólo le quedaba la guerra de misiles como única opción para realmente poner en riesgo a Israel.

Sin embargo, ayer descubrimos otro problema del grupo terrorista libanés, y otra vez se trata de la logística. Evidentemente, Hezbollá no tiene (o ya no tiene, como consecuencia de los constantes ataques israelíes) una capacidad operativa óptima para lanzar un ataque masivo de misiles.

Requiere de hacer muchos o demasiados movimientos, y por ello los servicios de inteligencia israelíes detectaron con mucha facilidad que el gran ataque iba a comenzar, pero también en dónde se estaban ubicando las lanzaderas (y eso que Hezbollá trató de ubicarlas en sitios ocultos en zonas boscosas).

Si Hezbollá no lo hizo mejor, es porque evidentemente no lo puede hacer mejor. Su objetivo era disparar entre 6 y 7 mil misiles, y pese a que es apenas un poco más del 5% de su supuesto arsenal, tuvo que hacer tantas maniobras que, literalmente, anunció a gritos que por fin iba a atacar. Israel pudo tomar todas las previsiones necesarias, y gracias a ello se adelantó.

El resultado lo conocemos todos: quince minutos antes del inicio del ataque de Hezbollá, la aviación israelí —más de cien aviones al mismo tiempo— destruyeron todas las lanzaderas, y prácticamente todos los misiles grandes que iban a ser disparados. En apenas unos veinte minutos de acción, no sólo desactivó el plan de ataque de Hezbollá, sino que seguramente provocó una masacre de combatientes que estaban preparando las lanzaderas.

La derrota para Hezbollá fue absoluta, mayúscula. Se limitaron a disparar 320 cohetes medianos o pequeños, y drones, y el único impacto directo fue en una granja, con un saldo de varias gallinas muertas (las burlas por ese asunto se han vuelto virales en el mundo árabe, y ya se habla de Hassán Nasrallah como el líder de un grupo “henocide” —juego de palabras en inglés con el vocablo “hen”, que significa “gallina”—).

Hezbollá no sólo ha sido derrotado y humillado, sino que, además, ha quedado exhibido. No tiene modo de combatir a la fuerza aérea israelí; sus capacidades para un choque de tropas en campo abierto están severamente dañadas, porque ya no puede garantizar la logística óptima para mantener a sus combatientes; y ahora sabemos que cualquier ataque de misiles que pretenda ser masivo, será tan ruidoso en su preparación, que Israel podrá adelantarse y evitarlo, provocando además gravísimos daños al grupo terrorista.

Ese es el saldo del conflicto hasta hoy. Nasrallah intentó hacer un bizarro control de daños, dando un mensaje público en el que afirmó —no se rían, es en serio— que el único objetivo de Hezbollá había sido disparar 320 cohetes y drones, que se había hecho todo conforme al plan, que ninguno había sido derribado por Israel, y que se habían golpeado todos los objetivos.

Delirante.

Pero lo otro es peor: respecto al brutal ataque israelí (probablemente, el más fuerte que jamás haya hecho contra Hezbollá) Nasrallah se limitó a decir que todo era una mentira de la propaganda judía, y que en realidad no había ocurrido nada.

A ese nivel es el daño inflingido a los terroristas chiítas del Líbano.

Hezbollá está contra la pared. Sus opciones se han agotado, y lo único que les queda es participar en un ataque masivo contra Israel, desde Irán, Líbano, Siria, Irak y Yemen. Sin embargo, los ayatolas se lo van a pensar mucho. Saben que, si eso ocurre, ellos y no Hezbollá van a ser las principales víctimas de la respuesta israelí.

Han sido diez, casi once meses, desgastantes. Probablemente lo peor del conflicto se extienda todavía un poco más, y se alcance el año. Sin embargo, la victoria israelí es inevitable, y las pérdidas para los proyectos imperialistas iraníes son mayúsculas.

A mediano plazo, es un hecho que el Medio Oriente va a sufrir (o, más bien, gozar) cambios importantes, y Hezbollá ya no es un factor decisivo para evitarlos.


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