Por compromiso, solidaridad o casualidad el cielo está gris, como la vida de los 101 secuestrados en Gaza que algunos aún, se supone, sobreviven, al igual que sus familiares que los esperan en Israel.
Pero, también se esperan los cadáveres de otros secuestrados para poderlos enterrar decorosamente y de acuerdo a sus creencias, y entonces poderlos llorar abiertamente.
El llanto también proviene de las madres que han visto partir a esta guerra impuesta a sus hijos; de las mujeres que despidieron a sus esposos y de los niños que preguntan por sus padres ausentes temporal o definitivamente y que insistentemente quieren saber cuándo regresarán a casa.
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Un año de guerra, de dolor, de incertidumbre, pero también de valor, de vida, de tener la seguridad que contamos con un hogar, que no venderemos barata nuestra sangre y que confiamos en nuestro ejército.
Un año de juegos diplomáticos que poco o nada han logrado; de gritos, de alarmas, misiles, aviones… y la duda que ensombrece los rostros: ¿qué pasará, en que terminará este capítulo?
Y en el imaginario colectivo, sabemos que si no hubiese esta guerra, más temprano que tarde nos hubiésemos visto en la necesidad de enfrentar al enemigo que poco a poco fue acumulando fuerzas, armas y acrecentado su maldad. Maldad que rebasó a su propio pueblo, el cual en verdad no reviste mayor importancia para ellos, pues habiendo tenido la posibilidad de aliviar sus penas, lo que hicieron fue atizar el fuego del odio, volver rica a su dirigencia y servir a un amo llamado Irán.
Y, hoy, 7 de octubre, pesé a todos los avances en el terreno militar logrado por Israel, la herida no cierra y aunque hay luces en el camino que presagian un futuro, por demás temporal, de cierta tranquilidad, aún está lejos en el horizonte.
Quisiéramos que el dolor también estuviese lejos, pero, no es así y hay que destilarlo, neutralizarlo, eliminarlo, y, como dice la canción: “Lakum majar baboker“… Levantarnos mañana por la mañana.
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