En medio de todo el pandemonio que hay en el Medio Oriente a causa de la guerra entre Israel y Hezbolá, una noticia que pasó desapercibida fue que las tropas rebeldes sirias, opuestas al régimen de Bashar el-Assad, están a punto de tomar la ciudad de Alepo.
No es un asunto menor hablar de una reactivación de la guerra civil en Siria, un conflicto que ya dejó alrededor de medio millón de muertos.
Su inicio se remonta a las Primaveras Árabes, en 2012, cuando diversos grupos rebeldes se levantaron en armas para derrocar a Bashar el-Assad, el dictador que heredó el poder de su padre Hafez el-Assad, y que puso a Siria a disposición de Irán para ser el puente terrestre que conectara a los ayatolas con Hezbolá en Líbano.
Bashar el-Assad estuvo en riesgo de perder el poder, especialmente porque en ese momento los embates del Estado Islámico (ISIS) eran muy peligrosos. Pero Irán no podía darse ese lujo.
Todo su esfuerzo para destruir a Israel y derrocar a los monarcas sunitas, pasaba obligadamente por la construcción de una pinza que, en el norte, debía integrara a Líbano, Siria e Irak. De ese modo, Israel, Jordania y Arabia Saudita quedaban cercadas por el norte.
En el sur, Irán trató de imponer en Yemen un régimen sumiso a los ayatolas, pero sólo logró conquistar la zona occidental, gobernada hasta el día de hoy por los hutíes. Naturalmente, la pinza en el sur la cerraba Hamas, en Gaza.
Perder Siria implicaba perder la continuidad territorial de la pinza norte, y eso habría vuelto inviable el proyecto de destruir a Israel.
Cuando las cosas se pusieron particularmente mal en ese país, Irán tuvo que movilizar mucho dinero y armamento para apoyar a Bashar el-Assad, al punto de que Hezbolá se tuvo que involucrar en la guerra. Eso no estaba en los planes.
Uno de los aspectos que habían hecho de Hezbolá una guerrilla “admirable” en el mundo musulmán, era que, aunque integrada por chiítas extremistas, tenían el compromiso de no entrar en conflicto con los musulmanes sunitas (sus enemigos naturales al interior del islam), sino que sólo estarían al servicio de la más sagrada de todas las causas: destruir a Israel.
Sin embargo, la situación en Siria llegó a tal nivel de preocupación para los ayatolas, que tuvieron que disponer de Hezbolá para confrontarse con los enemigos de Assad. El resultado fue el previsible: Hezbolá combatió a sus oponentes haciendo lujo de su salvajismo y crueldad, y eso arruinó su imagen ante el mundo sunita.
El apoyo de Hezbolá no fue suficiente, e Irán tuvo que contratar los servicios de Rusia para sacar a flote a Bashar el-Assad. Sólo de ese modo lograron evitar que perdiera el poder.
Israel siempre supo que Siria era el eslabón más débil en la cadena de poder de Irán y sus aliados. Desde aquellas épocas, las Fuerzas de Defensa de Israel comenzaron a atacar las posiciones iraníes para evitar que Siria se convirtiera en una amenaza para la seguridad israelí.
No fue difícil, y los resultados fueron muy buenos. Al final de cuentas, Siria carecía de los recursos para enfrentarse directamente a Israel, así que Irán no tuvo más alternativa que resignarse a que los bombardeos israelíes estaban fuera de su capacidad de control.
Cuando inició la guerra entre Israel y Gaza tras el atentado del 7 de octubre de 2023, Benjamín Netanyahu advirtió que, en caso de que la violencia contra Israel se exacerbara, lo primero que haría sería provocar la ruina del régimen de Assad en Siria.
¿Por qué? ¿Qué ventaja estratégica podía tener un ataque contra Damasco, si la guerra era principalmente contra Gaza y, en segunda instancia, contra Líbano?
Que un Assad debilitado sería atacado por sus enemigos locales, se reactivaría la guerra civil en Siria, y Hezbolá nuevamente tendría que dividirse para tratar de controlar a los enemigos del régimen pro-iraní.
Y un Hezbolá dividido estaría más vulnerable a cualquier ataque israelí. De hecho, estaría en un riesgo total de colapsar. Por su parte, Irán tendría que invertir otra vez mucho dinero en Siria (dinero que no tiene), y eso lo debilitaría también.
Alepo está a punto de caer. Esto bien puede significar el reinicio de la guerra civil en Siria, y eso sucede justo cuando Hezbolá ha tenido que aceptar un acuerdo de alto al fuego en condiciones sumamente desventajosas.
Si se ve obligado a intervenir en Siria, está expuesto a que Israel lo aplaste; si no lo hace, es casi seguro que Assad va a perder el poder. Rusia está muy limitada, a causa de la guerra en Ucrania, para realmente poder rescatarlo otra vez. Y si Assad cae, el esquema imperialista de los ayatolas se desmorona.
No es un misterio que ha sido Israel quien ha provocado este reinicio de la guerra civil en Siria. Sus ataques puntuales y constantes han debilitado a Assad lo suficiente como para que sus enemigos crean que hay posibilidades reales de derrocarlo, y por eso se han lanzado al ataque.
Con ello, se abre un nuevo frente para Irán y sus aliados, e Israel simplemente contempla cómo van a desenvolverse los acontecimientos, sabiendo que lleva toda la ventaja para ampliar su guerra contra un Irán más debilitado que, además de todo, a partir de enero tendría que lidiar con su peor enemigo, que está de regreso: Donald Trump.
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