“¿Traes kipá? Aquí solo puedes pararte si traes kipá“. Con esa frase, un joven jaredí obliga nuestro colaborador, Diego Sciretta, a cubrirse la cabeza en plena calle. Hace unos momentos, Sciretta tiene una breve conversación con otro de estos jóvenes, que este día, 16 de enero de 2025, se han congregado en Tel Hashomer, Ramat Gan, cerca de Tel Aviv, para protestar contra el reclutamiento de jóvenes ultraortodoxos para las Fuerzas de Defensa de Israel.
“Sabemos que quien está en el ejército aquí en Israel no se queda jaredí. No sigue la Torá y las mitzvot (mandamientos). Estamos en contra del alistamiento de cualquier jaredí al ejército. Incluso un jaredí que no estudia, quienes sirven en el ejército se vuelven laicos. Nosotros no llegamos al ejército de ninguna manera”.
Como él, diversos jóvenes ataviados con trajes negros y sombreros deambulan en torno al centro de reclutamiento de las FDI. Alzan la voz y se enfrascan en discusiones aireadas contra policías y soldados que pasan por ahí o que salen a su encuentro.
Bajo el argumento de que el ejército no es un lugar consagrado sino un espacio laico que tiene el potencial de corromper a los observantes más fundamentalistas del judaísmo, estos jóvenes se niegan a cumplir con la obligación que todos los demás israelíes judíos han debido cumplir desde el nacimiento del Estado de Israel.
“Pero, ¿sí hay cambios técnicos y logísticos que dan posibilidades…?”, inquiere Sciretta. Se refiere a las adaptaciones que permitirían a los ultraortodoxos continuar con su práctica rigurosa incluso en instalaciones militares. “No existe tal cosa, no existe tal cosa”, responde el joven con cerrazón, “el ejército siempre miente. No hay un marco jaredí en el ejército. El ejército es un lugar secular”.
La minoría jaredí es el grupo poblacional de mayor crecimiento en Israel.
Con una tasa de natalidad de 6.5 hijos por mujer, la tendencia preocupa a la población secular. Se trata también de la población más pobre y menos educada dentro de un país cuya economía depende casi por completo del desarrollo científico y tecnológico, pues no posee suficientes recursos naturales.
Desde el comienzo de la guerra contra Hamás (y otros grupos controlados por Irán), unos 800 soldados israelíes han perdido la vida. Miles más han quedado temporal o definitivamente discapacitados. Para ellos y sus familias, la exención del servicio militar de la que goza la población jaredí resulta indignante. Estos, sin embargo, defienden lo que consideran su derecho: consagrar su vida al estudio de la Torá.
“En la historia de la Torá hay muchos héroes religiosos ¿cierto?” La pregunta de Sciretta al joven manifestante se encuentra con una pared: “Solo en cosas que siguen la Torá y las mitzvot. Debido a que (las FDI) no siguen la Torá y las mitzvot, no nos acercamos allá”, responde en automático.
Agrega que “Nosotros demostraremos que no hay ninguna solución” a este conflicto.
“¿No es por miedo a la guerra?”, provoca Sciretta”, pero el joven señala con el dedo a sus compañeros, que se enfrentan cuerpo a cuerpo con las fuerzas del orden, y dice: “nosotros no le tenemos miedo a nadie”. A nadie más que a Dios, le falta decir. Eso significa “jaredim”: el que teme a Dios. Durante años, la cada vez más representada minoría política de los ultraortodoxos ha tenido motivos para no temer. Además de la exención, cuenta con ayuda económica gubernamental.
—¿Y qué piensan de la guerra? —pregunta Sciretta.
—Que todo es por los delitos que comete la gente.
—Delitos religiosos, dices…
—Sí.
Mientras tanto, los enfrentamientos continúan en Gaza.
Los soldados siguen muriendo y el sociedad entera se mantiene expectante, apenas tres días antes de que el ansiado alto al fuego dé una tregua, luego de más de un año de intensa y sanguinaria guerra.
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