Las declaraciones que Donald Trump hizo respecto a su objetivo de convertir a Gaza en propiedad de los Estados Unidos, han escandalizado a medio planeta. Desde todos lados se han alzado voces para rechazar el proyecto, pero hay una duda más importante: ¿Habla en serio, o sólo está presionando a los palestinos para que se sienten a negociar?
Muchos creen que Trump sólo está aplicando su clásica estrategia de negociación —que comienza por asumir una postura sumamente agresiva—, perfectamente adaptada al lenguaje que mejor entienden los árabes. Es decir, una amenaza con hacerlos perder territorio, algo que les resulta sumamente grave.
El objetivo sería simple: hacer entender a los palestinos —especialmente a Mahmoud Abbas y a sus allegados en Cisjordania— que es momento de que dejen de perder el tiempo, y se sienten a negociar. En ese caso, el plan de convertir a Gaza en una especia de Trump Tower no se cumpliría, pero se sentarían las bases para lograr soluciones definitivas a todo el conflicto en Medio Oriente.
No se puede negar que esta perspectiva del asunto es bastante razonable, pero tampoco hay que descartar que Trump hable en serio. Es decir, que Estados Unidos vaya a tomar posesión de Gaza.
Vamos por orden.
Lo primero que hay que tomar en cuenta es que Gaza, en este momento, es prácticamente inhabitable. Los daños en la mayoría de sus ciudades importantes son devastadores, y sus propios pobladores están topándose con la realidad de que Hamas los arrastró a una guerra de consecuencias catastróficas. Los que han analizado la situación consideran en que pasarán entre tres y cinco años antes de que la franja pueda volver a sus condiciones de habitabilidad previas a la guerra.
¿Qué va a hacer toda esa gente mientras tanto? En algún lugar hay que colocarla. No se le puede dejar viviendo allí. Y quiera o no admitirlo, Egipto ya ha preparado todo un espacio en la zona fronteriza, debidamente bardeado y aplanado, como para instalar campamentos de refugiados en donde los gazatíes puedan establecerse provisionalmente.
Así que lo del desplazamiento es algo que, casi con toda seguridad, tendrá que hacerse. La única diferencia práctica sería si esos gazatíes después regresan a Gaza, o no.
Lo siguiente que hay que entender es que, en teoría, Estados Unidos no está hablando de un desplazamiento forzado de palestinos. No se trata de sacarlos de Gaza por la fuerza. En estas condiciones, se les ofrecerían mejores opciones de vida en otros lugares, y ellos estarían en plena libertad de elegir (aunque si optan por irse, ya no podrán regresar).
Trump ha sido muy punzante al señalar que, en realidad, muchos países están de acuerdo con esta medida, aunque a nivel diplomático se manifiesten en contra.
Y no es improbable. En realidad, por odiosa que resulte la idea de provocar todo un desplazamiento (voluntario o no) de por lo menos 1.7 millones de palestinos, a efectos prácticos es una solución que le conviene a prácticamente todos los interesados.
Para Israel significa la solución definitiva a sus problemas de seguridad con Gaza. Sin palestinos, tampoco hay Hamas.
Para las monarquías sunitas representa la posibilidad de que no tengan que cargar con el dilema palestino. Ya se ha insistido en que una solución real al conflicto pasa por hacer a un lado a los corruptos e ineficientes liderazgos palestinos, tanto en Gaza como en Cisjordania. Hamas y la Autoridad Palestina han sido parte del problema, o el problema mismo, y a nadie le interesa que vuelvan al poder para perpetuar la situación de conflicto. Por ello, la solución más razonable sería que países como Arabia Saudita y/o Emiratos Árabes Unidos tomaran a Gaza en condiciones de protectorado, y se encargaran de ponerla en orden.
Suena bien, incluso más amable que lo que propone Trump, pero hay que decir que tampoco es que las coronas saudí y emiratí se mueran de ganas por cargar con la responsabilidad de los palestinos. Con la propuesta de Trump, todo cambia. El conflicto se soluciona, y los monarcas de Ryad no se complican la vida.
Además, recibirían mucho a cambio. Se reforzarían los acuerdos comerciales y militares con Estados Unidos e Israel. Arabia Saudita se consolidaría como la reina del petróleo en el Medio Oriente, por lo menos durante lo que resta del siglo. Una situación muy tentadora.
Es más lógico suponer que la principal oposición al plan de Trump llegará de Europa, pero sus principales países no están en una posición demasiado cómoda para pelearse con Estados Unidos. Trump siempre podrá amenazar con retirarse de la OTAN, y lo grave de ello es que eso tendría implicaciones económicas nocivas para el organismo. En teoría, Estados Unidos paga el 16.33% del presupuesto total, pero se sabe que los paíes europeos no han cubierto todas sus obligaciones, y la mayor parte del gasto en los últimos años ha recaído en Washington. Una retirada estadounidense sería un duro golpe para los bolsillos de Alemania, Francia o España, y ese es el tipo de cosas que Trump siempre aprovecha para presionar a los demás.
Ahora bien: por encima de todo esto, la principal razón por la cual a Estados Unidos realmente le puede interesar —y muy en serio— quedarse con Gaza, es que con ello cambiará por completo el equilibrio de poderes en Medio Oriente y en el Mar Mediterráneo.
Gaza no sólo sería la nueva sede de un espacio de desarrollo económico, sino también de una base militar norteamericana. Con ello, la base que actualmente está en Qatar quedaría relegada a segundo plano, o incluso desaparecería. Qatar perdería su principal apoyo de Estados Unidos, y quedaría relegada a un ostracismo muy riesgoso, toda vez que su emir no es muy bien visto a nivel internacional por su descarado apoyo al terrorismo islamista.
Más aún: el poder de Irán quedaría totalmente eliminado, así como sus amenazas. La base en Qatar está a tiro de piedra de cualquier ataque iraní, lo que implica un riesgo. Si la base se muda a Gaza, no sólo estaría a una distancia suficiente para tomar todas las precauciones, sino que incluso podría ser defendida en colaboración con Israel.
Siguen las ventajas: Rusia acaba de perder el puerto de Tartus, y con ello su influencia en el Mar Mediterráneo prácticamente se evaporó. Con una base militar en Gaza, Estados Unidos llenaría todo el vacío de poder dejado por Moscú.
Y algo más: tras la caída del régimen de Assad en Siria, Turquía se ha lanzado al difícil reto de posicionarse como el nuevo poder emergente en el Medio Oriente (situación que preocupa a muchos, dadas las obsesiones imperialistas de Erdogan). Si Estados Unidos pone una base militar fija en la zona, las ilusiones de crear un nuevo sultanato quedan anuladas de inmediato. De paso, los grupos islamistas que tomaron el control de Damasco y sus alrededores sabrán que no tendrían futuro en ningún plan expansionista.
En resumen, una base militar estadounidense en Gaza significa la posibilidad para Washington de volverse, otra vez, la máxima potencia militar de la zona.
Y eso, por supuesto, estaría coronado por la cuestión comercial (porque, al final del día, el afán de imponer un dominio militar y político sólo tiene sentido si detrás de ello viene una expansión comercial). La idea de convertir a Gaza en el nuevo paraíso comercial del Medio Oriente es demasiado tentadora —no nada más para Estados Unidos— si se da en el marco de una recuperación plena del poderío americano.
Estamos hablando del “Make America Great Again” llevado a su máximo nivel posible.
¿Es deseable? Muchos dirán que no, pero hay que ser realistas: si no son los Estados Unidos los que ocupan ese espacio de dominio, otros llegarán a hacerlo. El que más probabilidades tiene, es Turquía.
Y créanme: un Erdogan excesivamente empoderado en la zona sólo significa perpetuar muchos de los conflictos que hoy, por primera vez, parecen destinados a ser eliminados.
No sabemos qué es lo que realmente trae Trump entre manos, pero una cosa es segura: quedarse con Gaza sí es demasiado atractivo.
Hay que tomarlo en serio.
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