Es el interrogante que desde hace meses, por turnos y simultáneamente, el público israelí vocea.
La estancia de Yair Netanyahu en Miami, y en estos días en Nueva York, ya es un público episodio. Junto con su cariñoso animalito aparece en íntimos sitios con la debida vigilancia.
Ni trabaja ni estudia. Goza lo que sus padres y los amigos de ellos generosamente le conceden.
No le importa que otros como él hoy luchan en las fronteras del país o aparecen en claustros universitarios en horas de relativa calma.
Yair reside en otro planeta debidamente protegido por seis guardaespaldas y un costo público superior al millón de dólares.
Y a su lado se une Sara, la cariñosa madre que en los dos últimos meses y días conoció hoteles y restaurantes de Miami debidamente atendida por influyentes personajes de la comunidad judía del cercano Puerto Rico.
Obligados por la gira del padre y esposo a Washington, ambos se felicitaron con la oportunidad de recibir nuevos y renovados obsequios en la Casa Blanca y en el entorno de un multimillonario jugador de la artificial inteligencia.
El difícil regreso de tres sobrevivientes del desastre ocurrido en el Kibutz Beeri, lugar que hasta aquí los Netanyahu ignoran, concedió alegría y algún consuelo a millones de israelíes que siguen con lacrimosa inquietud la suerte de los rehenes en Gaza.
Rescatar y recibir a todos los rehenes, vivos y muertos, es nuestro grito unánime.
Llegará el momento en el que el tribunal y los medios evaluarán con equilibrio la conducta de quienes hoy los ignoran.
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