Este tipo de odio -el feroz y violento ataque a nuestras creencias y nuestros cuerpos- nos ha seguido por todo el globo y ha diezmado nuestras filas. Experimentamos ese odio cuando se nos niega la igualdad de derechos en la sociedad – del comercio a la cultura a los clubes de campo – y lo sentimos cuando varios papas y potentados prohibieron nuestra práctica del judaísmo.
Por supuesto, lo vimos en su forma más malévola cuando los nazis buscaron obsesivamente cazar y asesinar a todo hombre, mujer y niño judíos. Y todavía lo vemos hoy: en la “Conferencia Antirracismo” de Durban en 2001 y en las manifestaciones palestinas y las convenciones de BDS, mientras grandes multitudes gritan fanáticamente “Muerte a los judíos”.