JOSÉ GORDON

Rómpase uno en pedazos, donde seamos verdes como fronda!
Paul Celan

“Crecí en los años 30 en una casa cuyo jardín estaba lleno de helechos. Mi madre los prefería por encima de las plantas con flores y, aunque teníamos rosas que trepaban por los muros, la mayor parte de los lechos de las flores la ocupaban los helechos. Teníamos también un invernadero con paredes de cristal, siempre cálido y húmedo, en donde colgaba un gran borla de helechos en donde podían crecer variedades transparentes y tropicales”. Habla Oliver Sacks. Sus palabras quedan consignadas en el libro Diario de Oaxaca, que acaba de reimprimirse en Estados Unidos en una hermosa edición con dibujos originales de Dick Rauh.

En 1999, Sacks viajó a Oaxaca durante 10 días con un grupo de botánicos aficionados de Estados Unidos, con el propósito de observar e investigar diversas variedades de helechos. Según la revista La ciencia y el hombre, de la Universidad Veracruzana, nuestro país tiene un poco más de mil especies agrupadas en 124 géneros. Oaxaca es la entidad que mayor riqueza tiene, con 690 especies. Este paraíso botánico llamó la atención de un grupo de la Sociedad de Helechos Americana. Sacks explica que esta agrupación fue fundada en la época victoriana. La figura tutelar de los amantes de estas plantas es Darwin. Usualmente se reúnen cada mes en el Jardín Botánico de Nueva York en el Bronx.

Entre sus miembros se encuentran un poeta, dos maestros, un mecánico de automóviles, un urólogo y varias amas de casa. Las edades varían entre los 20 y los 80 años. Se conjugan los amateurs, los expertos y un investigador de la neurociencia que nunca había pertenecido formalmente a algún grupo. Sin embargo, Sacks se integró fácilmente con esa tribu que llevó a 30 de sus miembros a un viaje a Oaxaca. Así, Sacks registró en un diario el entusiasmo infantil de personas que, de rodillas y con una lupa, identificaban gritando en latín los nombres de las especies que encontraban: ¡Notholaena galeottii!, decía uno. ¡Astrolepis sinuata!, reconocía otro.

A Sacks le fascina particularmente el origen tan antiguo de los helechos. Le impresiona su vitalidad. Sacks anota en su diario: “Los helechos han sobrevivido, con pequeños cambios, por un tercio de mil millones de años. Otras criaturas, como los dinosaurios, llegaron y se fueron, pero los helechos, en apariencia tan frágiles y vulnerables, han sobrevivido todas las vicisitudes, todas las extinciones que ha conocido la Tierra. Mi percepción de lo que es un mundo prehistórico, de lo que son los más inmensos espacios de tiempo, fue inicialmente estimulada por los helechos y los vestigios de helechos”.

Sacks se asombra ante la pluralidad y belleza de los helechos que, bajo la sombra, pueden llegar a un azul profundo que borda en el color púrpura: “Son máquinas de supervivencia”. Ello quedó ilustrado particularmente con una especie que encontraron en Oaxaca. De repente, en el mercado, Sacks se topó con algo que parecía un estropajo, una bola de tejido seco completamente muerto. Se le llama Selaginella Lepidophylia. También se le conoce como el helecho de la resurrección.

En una charla televisiva con Martha Stewart, Sacks demuestra por qué tiene ese nombre. Coloca el tejido seco dentro de un recipiente transparente lleno de agua. En seguida muestra otro recipiente en donde ha dejado en agua el mismo tipo de bola seca durante toda la noche. La imagen es sorprendente: el tejido está esponjado, frondoso, con un color verde que jamás se pensaría en esa especie de leña muerta.

Sacks dice que hay que imaginar cómo en la ladera árida de un monte, de la noche a la mañana, resucitan decenas de miles de helechos con la lluvia.

La cámara se enfoca en el primer recipiente que mostró Sacks, el estropajo se llena de vida, recupera su forma y color original. Tal vez por eso Paul Celan hablaba del secreto de esas antiguas plantas, donde se mira el corazón verde de las frondas.

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