FRED MAROUN

En mayo de 1948, Azam Pashá (derecha), secretario general de la Liga Árabe, proclamó, en referencia a las tierras que quedaron en manos judías: “Será una guerra de exterminio, una matanza extraordinaria, de la que se hablará como se habla de las matanzas de los mongoles y los cruzados”.

En esta hora, en las relaciones entre el mundo árabe e Israel vemos un entramado de hostilidad, tensa paz, cooperación limitada, calma y violencia. Los árabes hemos gestionado de manera espantosa nuestra relación con Israel, y lo peor de todo es la situación en que se encuentran los palestinos.

El error original

Nuestro primer error es centenario, viene de mucho antes de la declaración de independencia de Israel, en mayo de 1948, y ha consistido en no reconocer a los judíos como iguales.

Como ha documentado un destacado estudioso americano de la historia judía en el mundo musulmán, Mark R. Cohen, en los viejos tiempos los judíos compartían con otros no musulmanes la condición de ‘dhimmíes’ [no musulmanes que tienen que pagar un impuesto de protección y cumplir leyes degradantes para ser tolerados en las áreas controladas por musulmanes] (…) No se construían nuevos lugares de culto, y los viejos no se podían reparar. Tenían que mostrarse humildes en presencia de los musulmanes. En su práctica litúrgica tenían que honrar la preeminencia del islam. Después se les exigió que se diferenciaran de los musulmanes mediante la ropa y renunciando a símbolos de honor. Otras limitaciones les excluían de posiciones de autoridad en la Administración.

El 1 de marzo de 1944, mientras los nazis masacraban a seis millones de judíos, y mucho antes de que Israel declarara su independencia, Haj Amín al Huseini, entonces gran muftí de Jerusalén, clamó desde Radio Berlín:

Árabes: alzaos como un solo hombre y luchad por vuestros derechos sagrados. Matad a los judíos allá donde los encontréis. Esto complace a Dios, a la Historia y a la religión. Esto salva vuestro honor. Dios está con vosotros.

Si no hubiésemos cometido ese error, podríamos habernos beneficiado de dos maneras. Probablemente un gran número de judíos habría permanecido en el Oriente Medio musulmán, y habrían hecho progresar la civilización en Oriente Medio, en vez de en los lugares a los que huyeron, especialmente Europa y después Estados Unidos. En segundo lugar, si los judíos se hubiesen sentido seguros y aceptados entre los árabes de Oriente Medio, no habrían sentido la necesidad de crear un Estado independiente, lo que nos habría ahorrado los errores subsiguientes.

El peor error

Nuestro segundo y más grave error fue no aceptar el plan de partición de la ONU de 1947. La resolución 181 proveía la base jurídica para un Estado judío y un Estado árabe que compartieran el territorio del Mandato Británico de Palestina.

Como informaba la BBC, esa resolución contemplaba lo siguiente:

Un Estado judío [sobre] el 56,47% del Mandato Británico de Palestina (salvo Jerusalén), con una población de 498.000 judíos y 325.000 árabes; un Estado árabe [sobre] el 43,53% del Mandato Británico de Palestina (salvo Jerusalén), con 807.000 habitantes árabes y 10.000 habitantes judíos; un régimen de administración fiduciaria internacional en Jerusalén, donde la población era de 100.000 judíos y 105.000 árabes.

Aunque el territorio asignado al Estado judío era ligeramente mayor que el asignado al Estado árabe, gran parte del mismo era desierto –el Neguev y Arava–, mientras que la tierra fértil fue asignada a los árabes. El plan también favorecía a los árabes por otras dos razones:

El Estado judío tenía sólo una mayoría mínima de judíos, lo que habría dado a los árabes casi la misma influencia que a los judíos en el gobierno del Estado judío. En cambio, el Estado árabe era casi exclusivamente árabe, lo que no daba ventaja política a los judíos que se encontraban en él.
Cada Estado propuesto se componía de tres piezas más o menos desconectadas, lo que generaba una fuerte interdependencia geográfica entre los dos. Si hubiesen mantenido una relación cordial, es probable que trabajaran en muchos aspectos como una federación. En esa federación, los árabes habrían tenido una sólida mayoría.
En lugar de aceptar esa bendición de plan cuando aún estábamos a tiempo, los árabes decidimos que no podíamos aceptar un Estado judío y punto. En mayo de 1948, Azam Pashá, secretario general de la Liga Árabe, anunció, en relación con la parte judía propuesta en la partición: “Será una guerra de exterminio, una matanza memorable, de la que se hablará como se habla de las matanzas de los mongoles y los cruzados”. Iniciamos una guerra con el propósito de erradicar al incipiente Estado, pero perdimos, y el resultado de nuestro error fue un Estado judío mucho más fuerte:

La mayoría judía del Estado judío creció de forma muy acusada debido al intercambio de poblaciones que se produjo, por el que muchos árabes huyeron de la guerra en Israel y muchos judíos huyeron de un mundo árabe hostil para unirse al nuevo Estado.
Los judíos ganaron territorio adicional durante la guerra que nosotros iniciamos, dando como fruto las líneas de armisticio (hoy llamadas líneas verdes o líneas anteriores a 1967), lo que dio a Israel una porción del territorio que había sido asignado al Estado árabe. El Estado judío también logró una contigüidad mucho mejor, mientras que las porciones árabes se dividieron en dos (Gaza y la Margen Occidental), separadas por casi 50 kilómetros.
Tal vez no se deberían iniciar guerras si no se está preparado para las consecuencias de una derrota.

Más guerras y más errores

Tras la Guerra de la Independencia (como llamaron los judíos a la de 1947-1948), Israel quedó confinada a todos los efectos en el territorio limitado por las líneas verdes. Israel no tenía autoridad o derechos sobre Gaza y la Margen Occidental. Los árabes hubiésemos tenido dos opciones de haber hecho la paz con Israel en aquel entonces:

Podríamos haber incorporado Gaza a Egipto, y la Margen Occidental a Jordania, dotando a los palestinos de la ciudadanía de alguno de esos dos países relativamente fuertes en el mundo árabe, y más fuertes numérica y geográficamente que Israel.
Podríamos haber creado un nuevo Estado en Gaza y la Margen Occidental.
En su lugar, optamos por proseguir las hostilidades con Israel. En la primavera de 1967 formamos una coalición para atacar a Israel. El 20 de mayo de 1967, el ministro de Defensa sirio, Hafez Asad, dijo: “Ha llegado la hora de entrar en una guerra de aniquilación”. El 27 de mayo de 1967, el presidente de Egipto, Abdul Naser, declaró: “Nuestro objetivo primordial será la destrucción de Israel”. En junio, a Israel sólo le llevó seis días derrotarnos y humillarnos ante el mundo. En esa guerra perdimos mucho más territorio, incluidas Gaza y la Margen Occidental.

Tras la guerra de 1967 (que los judíos llaman de los Seis Días), Israel nos ofreció territorio a cambio de paz, con lo que nos dio una oportunidad para rectificar el error de la Guerra de los Seis Días. Respondimos con la Declaración de Jartum, que decía: “Ninguna paz con Israel, ningún reconocimiento con Israel y ninguna negociación con Israel”.

Sin haber aprendido nada de 1967, formamos otra nueva coalición en octubre de 1973 y volvimos a intentar destruir Israel. Logramos algunas victorias, pero después la tendencia se invirtió y volvimos a perder. Tras esta tercera y humillante derrota, nuestra coalición contra Israel se dividió, y Egipto y Jordania decidieron hacer las paces con Israel.

El resto seguimos oponiéndonos obcecadamente a la propia existencia de Israel; también Siria, que, como Egipto y Jordania, había perdido territorio a manos de Israel durante la Guerra de los Seis Días. Hoy, Israel sigue en posesión de ese territorio, y no hay expectativas reales de que vaya a devolvérselo a Siria; el primer ministro Neyantahu declaró hace poco que “Israel nunca abandonará los Altos del Golán”.

La tragedia de los palestinos

Lo más reprobable y trágico de nuestros errores es la forma en que los árabes hemos tratado a los palestinos desde que Israel declarara su independencia.

Los judíos de Israel acogieron bajo su seno a los refugiados judíos de las tierras árabes y de otras tierras musulmanas, sin importar el coste o la dificultad de integrar a personas de entornos culturales tan diferentes. Israel se afanó en integrar a refugiados de lugares muy remotos, como Etiopía, la India, Marruecos, Brasil, Irán, Ucrania y Rusia. Con ello, demostraron el poderoso vínculo que une a los judíos. Nosotros tuvimos una oportunidad similar de demostrar los vínculos que unen a los árabes, pero en vez de acoger a los refugiados de la guerra de 1947-1948 los confinamos en campos y les impusimos severas restricciones sobre sus vidas cotidianas.

En el Líbano, como ha denunciado Amnistía Internacional, los palestinos siguen sufriendo discriminación y marginación en el mercado laboral, lo que contribuye a sus altas tasas de desempleo, bajos salarios y pésimas condiciones de trabajo. Aunque las autoridades libanesas levantaron el veto a 50 de los 70 trabajos inaccesibles para ellos, los palestinos siguieron enfrentándose en la práctica a obstáculos a la hora de ser contratados. La falta de unas adecuadas perspectivas laborales ha dado lugar a una alta tasa de abandono escolar entre los palestinos, que también tienen un acceso limitado a la educación pública secundaria. La pobreza resultante se agrava por las restricciones que se les aplican en su acceso a los servicios sociales.

En el Líbano y Siria no fueron capaces de integrar a los refugiados, que habían vivido a pocos kilómetros de sus fronteras, y que compartían con las poblaciones locales culturas, idiomas y credos prácticamente idénticos. Jordania integró a algunos refugiados, pero no a todos. Podríamos haber demostrado que los árabes somos un pueblo grande y noble, pero en su lugar demostramos al mundo –y lo seguimos haciendo– que los odios domésticos y contra los judíos supera con creces cualquier concepto de pretendida solidaridad árabe. Para nuestra vergüenza, siete décadas después de que los refugiados palestinos huyeran de Israel, sus descendientes siguen siendo considerados refugiados.

Lo peor de cómo hemos tratado a los refugiados palestinos es que incluso dentro de la Margen Occidental y Gaza sigue habiendo a día de hoy una distinción entre palestinos refugiados y palestinos nativos. Según datos de 2010 aportadas por la Palestinian Refugee Research Net de la Universidad McGill, el 37% de los palestinos de la Margen Occidental y Gaza viven en tiendas de campaña. En Gaza hay ocho campos de refugiados y en la Margen Occidental, 19. Los judíos no tienen a los árabes en campos, nosotros sí. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, reivindica un Estado en esos territorios, pero difícilmente podremos esperar que se le tome en serio, cuando deja abandonados en campos a los refugiados palestinos bajo su jurisdicción, y ni siquiera es capaz de integrarlos entre los demás palestinos. La situación es de un absurdo y una insensibilidad tremendos.

Dónde nos encontramos ahora

A causa de nuestros propios errores, nuestra relación con Israel es un completo fracaso. El único motor de nuestras economías es el petróleo, una fuente perecedera cuyo valor, con el fracking, está menguando. No hemos tomado –ni mucho menos– las medidas necesarias para prepararnos para el futuro, cuando necesitaremos gran capacidad de inventiva y productividad. Como dice la revista Foreign Policy,

aunque hace tiempo que los regímenes árabes han reconocido la necesidad de alejarse de una excesiva dependencia de los hidrocarburos, no han tenido demasiado éxito en ese propósito. (…) Incluso la economía de Emiratos Árabes Unidos, una de las más diversificadas del Golfo, es sumamente dependiente de las exportaciones de petróleo.

En 2015 Business Insider situó a Israel como el tercer país más innovador. Países de todo el mundo se benefician de la creatividad de Israel, entre ellos algunos tan remotos y avanzados como Japón. Pero nosotros despreciamos a Israel, un puntal de innovación que casualmente es nuestro vecino.

También nos estamos dejando de beneficiar del ingenio militar de Israel en la lucha contra nuevos y devastadores enemigos, como es el ISIS.

Lo peor de todo es que uno de nuestros propios pueblos, el palestino, está disperso: dividido, desilusionado, y prácticamente incapaz de revivir el proyecto nacional que les segamos bajo los pies en 1948, y que desde entonces hemos desfigurado hasta dejarlo irreconocible.

Decir que debemos cambiar nuestro enfoque sobre Israel es quedarse cortos. Debemos experimentar cambios fundamentales, y encontrar el coraje y la fortaleza moral para acometerlos.

Los judíos no tienen a los árabes en campos, nosotros sí.

Fred Marún: Periodista canadiense de origen árabe.

Fuente:es.gatestoneinstitute.org