ALAN GRABINSKY

Elias Canetti recorría las riberas del Danubio cuando vio un gran objeto rectangular en medio de la carretera. Al acercarse, se dio cuenta de que era un vagón estacionado en las vías del tren, lleno de gente. Preguntó a su compañero al respecto. “Refugiados”, dijo – omitiendo conscientemente el término “judíos”.

La escena se narra en El Descubrimiento del Mal, un capítulo de la autobiografía de Canetti, judío sefardí que residía en Viena antes de la Segunda Guerra Mundial, quien experimentó de primera mano el impacto del desplazamiento y el aumento de la xenofobia y el odio en el vientre de Europa.

Cien años más tarde, un drama similar se desenvuelve en el mismo lugar. El año pasado, miles de refugiados que escapaban de la agitación en Oriente Medio se abrieron camino en Viena, luego de que Hungría los expulsó de la estación central de Budapest. La crisis llegó a un punto de quiebre cuando se hallaron 50 migrantes muertos.

La organización judía Shalom Aleikum nació por un sentido de historia compartida con los desplazados. Golda, la fundadora, volvía de vacaciones cuando la crisis llegó a su casa; se sintió obligada a actuar, y había oído hablar de personas que ayudan a los refugiados, pero no conocía a nadie personalmente. Así que decidió publicar un post en Facebook. Y obtuvo una respuesta.

En octubre de 2015, un grupo de ocho mujeres judías de la comunidad de Viena fundó la organización sin lucro. Desde entonces, Shalom Aleikum ha suministrado todo tipo de ayuda – desde servicios de traducción hasta asesoramiento psicológico y atención médica – a un centenar de refugiados procedentes de Siria, Irak, Afganistán y Nigeria.

El trabajo es sumamente personal: Sonia – un miembro del Consejo – recibe información sobre la situación de las familias cada hora: alguien se siente mejor ahora, después de su gripe… hoy le concedieron asilo a tal y tal persona… ahora es el cumpleaños de una chica… ayer, nació un bebé.

Sin embargo, en los últimos días, Sonia parecía especialmente impaciente, miraba el pronóstico del tiempo incesantemente en su teléfono y se preparaba para el primer acto público de la ONG: un picnic en el mítico Prater, el parque más popular de Viena.

El domingo, Sonia vino a recogerme en un vehículo cargado de botellas de agua, jugo de naranja, cobijas, hielo y pañuelos de papel. Buscamos estacionamiento, descargamos las cosas y las colocamos sobre el pasto. Todos estaban a la expectativa con pelotas, frisbees y mantas.

De pronto, allí estaban. Un grupo grande se acercaba a nosotros: niños, hombres y mujeres con la cabeza cubierta nos esperaban en el césped. Me senté con una familia de diez o más refugiados de Afganistán: una mujer de ojos verdes se encontraba frente a una olla de arroz con fideos y carne. Su madre a su lado, con las piernas cruzadas, parecía tener cien años: su rostro, como el de los otros refugiados, era el testimonio del trauma que habían sufrido.

La mayoría de los niños jugaban con las pelotas y los frisbees, en tanto que los hombres sacaban sus instrumentos musicales – una flauta y un de tambor. Pronto había un círculo de hombres y mujeres sirias cantando una melodía de su país de origen. En ese momento sentí el poder del espacio público: ellos cantaban en el Prater, y todo estaba en orden. El parque podía contener multitudes.

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Mientras disfrutábamos de la comida, Golda me comentó que muchos de los refugiados provienen de sociedades en las que el antisemitismo es muy común. La mayoría de ellos, sin embargo, nunca habían conocido a un judío. Al actuar como un puente para la sociedad austriaca, Shalom Aleikum busca establecer este tipo de diálogo intercultural.

Y, se me ocurre que lo que este grupo de mujeres está intentando hacer coincide con la cultura islámica y la judía. Ellas promueven un valor que, desafortunadamente, parece estar ausente en una Europa nacionalista de extrema derecha, ante el creciente antisemitismo y la islamofobia rampante: el valor de la hospitalidad – lo que el filósofo judío Levinas, también refugiado, llamó “El amor por el otro”.

La labor de Shalom Aleikum es dar la bienvenida a los refugiados a su nuevo hogar. “A fin de cuentas, ellos serán mis vecinos,” me dice Golda.

Un par de días después del picnic, tomaba café con Sonia y reflexionábamos sobre la experiencia. De pronto miró su teléfono celular y su rostro se iluminó al mostrarme una foto de una pareja abrazándose con un bebé. Pude reconocer al hombre del tambor en el Prater. “Su mujer acaba de llegar con su niña de 13 meses. “¡Estuvieron separados once meses!” me dice.

“¡Mira su cara!” grita Sonia entusiasmada mientras le devuelvo el móvil, “¿no está linda?” Cualquiera pensaría que me estaba mostrando una imagen de su propia hija.

Fuente: Forward / Traducción Esti Peled para Enlace Judío

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