Enlace Judío México.- Tres yihadistas de cosecha propia han atacado la ciudad en 14 meses.

THE WALL STREET JOURNAL

Durante años después de la destrucción del 11-S de las torres del Centro de Comercio Mundial, hubo un momento de orgullo cívico entre los neoyorquinos y su departamento estelar de policía de que ningún ataque terrorista serio había tenido éxito nuevamente en el principal objetivo urbano de Estados Unidos. Ahora eso puede estar cambiando, lo cual plantea preguntas acerca de si el status quo posterior al 11/S necesita ser reexaminado.

El bombardeo fallido de la mañana del lunes por parte del bengalí Akayed Ullah en la hora pico cerca de la terminal de autobús de la Autoridad Portuaria es el tercer ataque en la Ciudad de Nueva York por parte de un terrorista islámico en los últimos 14 meses.

En el día de Halloween de este año, Sayfullo Saipov, un residente de New Jersey, manejó un camión por una bicisenda del bajo Manhattan y mató a ocho personas. Un año antes, Ahmad Khan Rahimi, también de New Jersey, detonó una olla a presión llena de rodamientos de bolas en una calle en el vecindario céntrico Chelsea. Rahimi plantó otras dos bombas, una en las cercanías en Chelsea y otra en Seaside, N.J. Nadie murió pero resultaron 30 heridos.

El hecho de que nadie muriera en dos de estos incidentes es poco consuelo. No se equivoquen: el lunes la Ciudad de Nueva York evitó una gran calamidad.

No nos detendremos en analizar la ineptitud en la detonación de bombas de los terroristas de New York. Eso es pura suerte. El conductor que atropelló a transeúntes en Niza en el Día de la Bastilla el año pasado mató a 86, y el atacante suicida del Manchester Arena de Reino Unido este mayo mató a 23 e hirió a más de 500 personas.

El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, dijo el lunes por la mañana, “Esta es una de mis peores pesadillas—un ataque terrorista en el sistema de subterráneos.” Eso es correcto, gobernador, como lo es constantemente para todos los millones de neoyorquinos en esos vagones subterráneos cada día.

Después del 11-S, dos de los incidentes más significativos relacionados con terrorismo, se dieron disputas políticas por la vigilancia policial. En el año 2007 Mitch Silber, entonces el principal analista en terrorismo del Departamento de Policía de New York, publicó un informe detallado, “Radicalización en el Occidente: La Amenaza de Cosecha Propia.” El Sr. Silber y el co-autor Arvin Bhatt fueron videntes, pero los grupos de las libertades civiles denunciaron su informe por sus “efectos estigmatizadores” y presunto perfilamiento religioso.

Luego en el año 2011 una serie de la Associated Press describió un programa del Departamento de Policía de New York, la llamada “Unidas Demográfica,” la cual vigilaba barrios musulmanes y mezquitas en busca de información sobre dónde un terrorista podría buscar un empleo fuera de los registros o un lugar barato para quedarse. Bajo la misma presión que se colocó sobre el informe de Silber, el departamento cerró este programa de vigilancia encubierta en el año 2013.

Aunque el asesino de la bicisenda, Sayfullo Saipov, asistía a la misma mezquita en Paterson, N.J. vigilada por el Departamento de Policía de New York años antes, las autoridades transmitieron al público después del ataque de octubre que su asistencia a la mezquita fue irrelevante. Los actuales especialistas antiterroristas del Departamento de Policía de New York insisten en que nada material ha alterado su capacidad de recoger información o datos sobre ataques potenciales.

Qué alivio sería estar confiado en que esta garantía repetida es cierta. Pero la paciencia de los neoyorquinos—y de todos los estadounidenses—está siendo presionada. Después del ataque en la bicisenda, el Alcalde Bill de Blasio ordenó que se construyeran más barreras de concreto, un gesto que los neoyorquinos ridiculizaron como irresponsable.

Lo que sabemos como un hecho es que terroristas locales que vivieron en barrios musulmanes se han deslizado a través del aparato de seguridad de la ciudad tres veces en apenas más de un año. Con todo respeto a las múltiples sensibilidades políticas de la ciudad, sugerimos que el tiempo de tener un debate sobre expandir la vigilancia sea antes que un terrorista local mate a más transeúntes o pasajeros inocentes, no el día después.

 

 

 

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México