Por José Kaminer TauberPor José Kaminer Tauber

En el Porfiriato

Hasta el Porfiriato, la presencia judía fue escasa y poco significativa:, la mayoría eran franceses de origen alsaciano que ocupaba la posición más alta que veían a México la posibilidad de invertir. No vinieron como grupos ni se interesaron en su mayoría en una organización judía. Vinieron como individuos y mantuvieron su patria en Europa. Después de un tiempo de trabajar en México, muchos se regresaron a su país de origen, o se casaron con mexicanas católicas, integrándose al país (apellidos como Herzog, Scherer, Levy y otros). Sin embargo, hubo quienes participaron en un proyecto de organización comunitaria, con el objetivo de dar unidad a los judíos de la ciudad y ayudar a los que iban llegando.
Los judíos durante el porfirismo fueron pocos, pero su importancia era cualitativa, y se dejó sentir en el desarrollo de la Ciudad.

El primer banco oficial del gobierno mexicano, el Banco Nacional de México, cuya sede inaugural fue el maravilloso palacio del conde de San Mateo Valparaíso (en Isabel la Católica) fue fundado, entre otros, por un judío llamado Edouard Noetzlin ayudado por el gobierno Maderista. Algunos de sus socios eran judíos franceses, como los hermanos Tron, que además llevaron a cabo la construcción y dirección de El Palacio de Hierro.
En 1905 hubo una reunión en el restaurante del Hotel Iturbide (hoy Palacio de Iturbide). El restaurante era manejado por un judío de apellido Zivy, en la que se estableció la necesidad de una organización judía, de donde surge “Emmanuel”, con Francisco Rivas, un judío descendiente de conversos de Yucatán, a la cabeza.
Hubo judíos prominentes en la masonería, de allí el local para los rezos. Uno de ellos fue James Speyer, dueño del banco del mismo nombre que actuó como sucursal en México, y que fue fundamental en el desarrollo de los ferrocarriles, pues con sus créditos se pudieron adquirir las acciones que tenían los extranjeros, y más adelante se creó Ferrocarriles Nacionales de México.

Paralelamente, durante la revolución, con el movimiento migratorio de los judíos de Europa Oriental, este hecho se relaciona con los diferentes pogroms (ataques) a la población judía y la persecución de los judíos orientales por el desintegración del imperio Otomano. Se realizan varias olas migratorias con destino a los Estados Unidos que cierra sus puertas, situación que provoca su llegada a México.
A finales del siglo XIX, comenzaron a inmigrar judíos sefaraditas, principalmente de Siria (Damasco y Aleppo), así como de otras partes del imperio otomano, como Turquía y de Grecia. Ellos huían del servicio militar obligatorio y de las condiciones de vida, cada vez más difíciles de sobrellevar. Buscaban tierra de libertad y oportunidades, y llegaron a México, como pudieron haber llegado a cualquier otro país del continente. La palabra mágica era “América”.

En la Revolución

El 25 de mayo de 1911, Díaz y Madero firmaron en Ciudad de Juárez un pacto en virtud del cual Porfirio Díaz renunciaba al poder y marchaba al destierro. Acto seguido, Madero entró triunfante en la capital, siendo elegido presidente el 17 de octubre. Sin embargo, la situación era difícil. Las condiciones del pacto de la Ciudad de Juárez lo obligan a respetar en sus cargos a los legisladores y magistrados que eran casi todos leales a Díaz. En 1911 se inició un levantamiento en Chihuahua: lo encabezaba un sobrino del ex dictador, Félix Díaz.

El señor James Speyer mandó un telegrama a Francisco I. Madero pidiéndole la fecha de su entrada a la Ciudad de México para preparar un recibimiento. Tenían amistad a través de la masonería. A su vez, Jacobo Granat, dueño de cines como El Salón Rojo, ubicado en la antigua Plateros y Bolívar, prestaba a Madero sus cines como foro para sus campañas. Así, cuando fue elegido Presidente, le otorgó a la comunidad el permiso de construir un panteón judío.

Foto: Cine “El Salón Rojo”. Uno de los primeros cines en México, perteneció a Jacobo Granat. Archivo Manuel Taifeld.